Los primeros quince minutos sirven como paradigma de lo que pareció un arrebato de alivio: el Real Valladolid se sentía cómodo con pelota. Y fue superior con ella hasta que vio que podía serlo aún más
Miedo a fallar un pase de cuatro metros, a perder la espalda, a correr hacia atrás y no tener capacidad de volver hacia adelante. Contradicción, por querer la pelota pero jugar a deshacerse de ella, por querer dominar pero terminar esperando en propio campo y a la expectativa. Cambios, que de repente alumbran la combinación, la circulación rápida y acertada.
Como si todo fuera tan natural, o como si realmente el Real Valladolid hubiera sido por una vez él mismo el primer partido sin su anterior entrenador. Espoleados, no sabemos por qué motivo, pero más espoleados, salieron los jugadores en el debut de Miguel Ángel Portugal. Un primer tramo de encuentro que sembró el devenir del resto del encuentro: lo dominaron de tal manera que de sus réditos vivieron en adelante.
Fueron quinte minutos, los primeros del encuentro ante el Mirandés, los que despertaron una plomiza sospecha. Los blanquivioletas parecían liberados de un peso.
Cogieron el balón y lo hicieron moverse más rápido que su oponente. Los pivotes combinaban entre sí por dentro y abrían hacia Villar y Del Moral en las alas. Rodri caía a bandas para generar ventajas numéricas con el extremo y André Leão se desclavaba de la medular para ascender cerca del área.
El acordeón de los espacios funcionaba como no lo había hecho hasta ahora, quizá con la única excepción del duelo frente al Nástic –aunque, en aquel choque, con una velocidad combinativa menor–. El paradigma del viraje de actitud se plasmó en la fabulosa jugada del primer tanto. Incluso los laterales parecían más largos que sólo una semana antes.
En esos quince minutos donde los rechazos caían del lado blanquivioleta, las paredes por dentro se sucedían con éxito, las irrupciones por bandas se multiplicaban, el Valladolid pareció jugar alegre, aliviado. Enfrente, tuvieron que ser Lago Junior en derecha y Álex García en izquierda los que fueran alojando al Mirandés en el partido.
Ajustaron, entonces, la presión, y potenciaron las evoluciones ofensivas en los pies de García, quien desequilibraba y atraía, mientras al lado opuesto Lago Junior alertaba de su capacidad explosiva. En punta se encontraba Vélez, que luchaba con Marcelo Silva más en el aire que en el césped; y entre líneas se desenvolvía Néstor, a cuyas espaldas se ubicaron Carlos Moreno, Cantero y Lázaro.
Sin aportar una sensación real de poder empatar, el equipo de Terrazas rechazó rendirse. Llegaba hasta donde la calidad de su plantilla le permitía. Pero llegaba. No obstante, su interesante defensa de tres (formó con un 1-3-3-3-1) terminó por sufrir la carencia de un jugador más en el lateral. Y cuando más cerca se encontraban de igualar el encuentro.
El segundo gol del Real Valladolid llegó tras un pase filtrado a la espalda de Kijera, en el flanco izquierdo mirandesista, donde Villar le ganó el espacio y sirvió un pase al área para que Rodri ampliara diferencias.
Tras el tanto, al filo del descanso, el Real Valladolid se introdujo en una fase de peligrosa contemporización que se prolongó durante toda la segunda mitad. Los futbolistas de Terrazas, convencidos a por el gol, se chocaron una y otra vez contra sus propias limitaciones.
Delante, un grupo de jugadores que no iba a más, como si estuviera abducido por la incredulidad de lo que había ocurrido: había resuelto el partido, y lo había hecho pronto, en un periodo en el que habitualmente perdía la fe.