El Real Valladolid tendrá que vivir un año más en el infierno tras ser incapaz de marcar en Las Palmas y sufrir un arbitraje lamentable

Unas 10.000 personas se han ahorrado cinco euros esta semana. Los que iban a gastar en ver la final del play-off en Zorrilla. Sin embargo, hay otras 8.000 que se han despedido de sus ilusiones sin decir adiós después de estar muchos meses arropando, apoyando, empujando y acompañando a un Real Valladolid que volvió a decepcionar.
La ciudad se dividirá en verano. No sé si se unirá de nuevo a finales de la próxima primavera, pero sí tengo claro que se reabre una grieta tantas veces vista que ya no alarma a nadie. En julio echará a andar la próxima campaña de abonados y serán los de siempre los que acudan a las oficinas para decirle «te quiero» al Pucela. No besan el escudo como Mojica antes del Las Palmas-Valladolid, pero lo sienten dentro.
Es duro arrancar un camino en agosto y que termine casi un año después con la sensación de no haber avanzado ni un metro. Congelados en el tiempo, deseando que la 2014/15 no hubiera existido. El infierno no quema por su temperatura. Quema porque sabes cuándo entras, pero no cuándo sales. Ni siquiera sabes si saldrás. Que se lo digan a Racing de Santander o Salamanca, por ejemplo. O al Oviedo, aunque al menos nuestros hermanos han apostado por resucitar a tiempo.
Muchos de los que el otro día se pintaban la cara y subían fotos a las redes sociales deslizando su orgullo blanquivioleta, hoy mismo ven al Pucela como un extraño que un día se coló en su vida para que pudieran presumir de lo que no sienten. Prefiero a los que demuestran más de lo que hablan. A los que luchan en silencio sin necesidad de que otros se enteren que están inmersos en la batalla.
El verano será duro. Saldrán unos jugadores y vendrán otros. Se irá Rubi y lo sustituirá otro –Mendilibar está deseando firmar–. Lo de todos los años. Y, durante unos meses, seguirán los 8.000 de siempre esperando que aparezcan otros 10.000 cuando las entradas cuesten cinco euros y se pueda salir en una foto plagada de sonrisas.
Sea como fuere, toca descansar. Jesu Domínguez no escribirá crónicas, Jesús Zalama se fijará en otro tipo de detalles y Juan Postigo pondrá la lupa bajo alguna (su) despampanante mujer en la playa. Servidor regresará cuando el otoño avise a los árboles que va a desnudarlos lentamente. ¡Aúpa Pucela!