El Real Valladolid afronta el play-off con la obligación de soñar y no mirar atrás

Se acabó. Y empieza. Adiós a una temporada extraña y bienvenidas dos semanas en las que la ilusión lo absorbe todo, incluidas las sensaciones. Venimos de la nada en busca del cielo. Son tan pocos pasos hacia la gloria que merece la pena aclarar la garganta y lanzar el último grito.
Zorrilla vestirá sus mejores galas en una comunión perfecta. El Real Valladolid ha abierto su corazón buscando que toda la ciudad haga lo mismo. Y va camino de conseguirlo. Se podría debatir sobre si el bajo precio de las entradas perjudica al socio o sobre si los que estarán ante Las Palmas podrían hacer un esfuerzo por estar también en noviembre. Pero no es el momento. La cita invita a la unión, a que uno se abrace con el desconocido de al lado. Invita, en definitiva, a caminar en compañía.
De nada valen los análisis hechos hasta ahora ni los errores cometidos. No cuentan los tropiezos de febrero o las frágiles esperanzas de diciembre. Importa el hoy, con vistas a un mañana de primera división gobernando una ciudad otrora tranquila, experta en esquivar infartos previos al verano. Importa que Óscar sea el mago que nunca dejó de ser, que Roger desenfunde y olvide la piedad, que Hernán Pérez y Mojica entren como puñales o que Javi Varas guarde nuestros miedos bajo llave.
No entraremos en si Rubi pudo hacerlo mejor o si ciertos jugadores debieron dar más. Para eso ya habrá tiempo. El futuro es tan largo que no debemos quemarlo ahora. Porque ahora lo que necesita el Real Valladolid es que el ayer no exista y el mañana espere. Que los pitos y los murmullos que nos abrigan desde el frío se cambien por palmas y cánticos con la fuerza que da un sueño.
Vivir lo que se vivió la noche en la que Javi Guerra nos devolvió a la gloria. Sentir lo que se sintió cuando el proyecto de Mendilibar se coronó en Tenerife. Que la emoción nos agite y las lágrimas sean de felicidad. Cuatro pasos que dar. Casi cuatrocientos minutos por delante. En agosto tan lejos y ahora tan cerca. En marzo tan pesimistas y ahora tan ilusionados. Porque Valladolid, en el fondo, no deja de ser una ciudad que, pese a su aparente frialdad, aspira a derretirse con sus colores. El pasado no existe, pero el futuro debe ser nuestro.