El conjunto blaugrana se lleva los tres puntos en un partido tan de verano que solo faltó que Mercedes Cantalapiedra diera un trofeo como alcaldesa que es
Quién no ha ido de pequeño a una función del bombero torero o alguno de sus sucedáneos marca blanca. Una de esas para las que, aun habiendo entradas a la venta, tu madre o tu padre siempre las conseguía gratis. Como la madre o el padre de tu vecino. O como los del niño ese con el que jugabas en la plaza del barrio y que tan mal te caía. O como los de…
Aquello parecía tener su peligro. Tú, casi tan pequeño como los subalternos del maestro de luces, veías aquellos cuernos con peor cara que la que puso José al enterarse de lo de María. «¡Qué valiente!». Y una mierda. Las astas de la vaquilla estaban más capadas que los primeros niños cantores de Viena. Era todo una mentira –niños, tapaos los oídos–, como lo son los Pokemon o ese «no te va a doler» de tu primer dentista. Bueno, y del otro, y del otro, y del otro…
Sí, pequeños. Habéis vivido un engaño. Como el final de ‘Los Serrano’. Siento ser yo quien os lo diga, pero… mejor eso a que hayáis tenido que ver el Real Valladolid – Llagostera para saber que la vida, a veces, es una mentira.
Lo es porque, a veces, a un partido se le llama enfrentamiento. Y enfrentarse, lo que se dice enfrentarse, pues igual los blanquivioletas y los azulgrana no se enfrentaron. Salieron a pasar la tarde, en plan charlotada, como si fuera aquello que decíamos al principio, la actuación del bombero torero. Uno perezoso, por cierto, pues tal era el modo en que rascaba Lorenzo que el primer tramo de encuentro tuvo lugar a la sombra, como si aquellos que pagan menos tuvieran menos derecho.
Más de uno echó de menos que las flechas ocultasen el sol para luchar a la sombra, que diría de manera no muy amistosa uno de los soldados más valerosos del Rey Leónidas al emisario persa que pasaba por allí para advertirle del percal que se les venía encima. Hablando de ‘3oo’: cuenta la leyenda que fueron más los espartanos que ‘se suicidaron’ en las Termópilas que los aficionados que había en Zorrilla, incluso contando los de sombra.
El grito más audible no fue el «AU, AU, AU», sino el reclamo «Tebas, vete ya», como si no tuviera que irse antes Villar. Quien, por cierto, se habría dormido, como manda la tradición, de encontrarse en la ribera del Pisuerga. Si lo hace en la final de la Champions, después de votar a su jefe presuntamente corrupto (guiño guiño) y en actos de la selección.
Y el partido, ¿qué? Bien, gracias. O bueno, qué carallo, no tan bien. Bien porque jugaron canteranos, pero poquito más. Estos no lucieron, pero cómo iban a hacerlo, si a la pachanga solo le faltó que las camisetas se repartieran entre solteros y casados. Por cierto, de ser así, ¿con quién iría Iván? Centrémonos. No pudieron lucirse porque no estaba la tarde pa’ ello, y porque bastante papeleta era volver al verde pasto dos semanas después de acabar la liga y varias más después de terminar de competir.
Por hablar algo de fútbol, que se supone que para eso estamos aquí: el Real Valladolid se adelantó por medio de Pereira –¡vive!–, después de varios rechazos, pero, antes de que llegase el descanso, el Llagostera remontó. Lo hizo tras valerse de una posible mano de uno de sus jugadores antes del primero y de un error de Casado en el segundo, tantos que hicieron que se hicieran audibles pitos y flautas cuando enfilaban la bocana de vestuarios los veinticinco de corto.
Aunque algún malpensado creyó que iban dedicados al canterano fallón, se demostró después que el sujeto receptor era el árbitro, o que, como mínimo, el malestar era con los once de blanco y violeta. Si sería tonta la tarde que Raúl Fernández también falló, en el tercero, cayendo en peso muerto como Cañizares en los últimos coletazos de su carrera, después de una primera mitad potable.
Túlio de Melo se citó con el gol, quizá, el de la desesperación, el de las cinco de la mañana con copas de más, o peor, el de las ocho en el after. Y entonces pareció, cuando el caloret amainaba y la parcela de sombra era mayor, que aquello podía romper en una cosa loca, propia de lo que solían ser antaño estas jornadas. Pero luego no.
Antes del silbatazo final, Arturo puso la puntilla al Pucela, como si su tío, en lugar de Alatriste, hubiera escrito de un zorro o dibujado al gato con botas con voz de Banderas. Para su desgracia, no solo el gol sirvió de poco o nada, sino que además nadie le prestó atención: estaba todo Dios pendiente del transistor, de si Girona o Sporting, de si Zaragoza o Ponfe, Osasuna o Racing.
El miércoles, más, y sobre todo –¡eso esperamos!–, mejor. Muerta la liga, viva el play-off. Terminada la pretemporada previa a la postemporada, que el Dios balón reparta suerte. Y que el speaker titular lo vea, que cuán perezosa sería la tarde que hasta él rotó. ¿Le pillaría de capea? Quién sabe. En la charlotada no. Esa fue en Zorrilla. Y en ella solo faltó Mercedes Cantalapiedra, como alcaldesa que es, presidiendo el palco y luego dando un trofeo. ¿Te imaginas? Cosa loca, neno.
* NOTA: Ningún canterano fue pitado durante la redacción de esta crónica. Se dudó, en cambio, si lo más adecuado era decir EL o LA Llagostera, no por desconocimiento, sino por aquello de que igual el CM blaugrana tenía a bien mencionarnos en Twitter. Finalmente se tuvo en consideración el posible secuestro para descartar lo segundo, no vaya a ser que nos lleven amarraos y luego no nos suelten a tiempo para celebrar el ascenso.