El Real Valladolid desilusionó en la manera de encarar un partido ante un hipotético rival en play-off y no pudo en ningún instante ejercer superioridad a través de su modelo de juego
«Hemos tirado por la borda un trabajo de siete jornadas», se lamentaba Rubi en el análisis posterior de un partido que terminó por certificar la despedida del ascenso directo. Una escenificación en la que el Valladolid se rindió tras el descanso, desmoralizado tras conocer el resto de resultados de rivales directos. Constituyó la forma más deprimente de abandonar un objetivo que ya se barruntaba demasiado innacesible.
Porque la segunda mitad sacó a relucir los defectos más dolorosos del conjunto de Rubi. El Zaragoza aprovechó el atolondramiento con el que los pucelanos salieron al campo tras el descanso y dispuso de dos situaciones de mano a mano con Varas. Exprimió la desazón que dominó al Valladolid, que ve a su próxima meta aún lejana –que no es otra que ascender a Primera por la vía de la promoción–.
Popovic, obligado por los contratiempos que fue sufriendo en Zorrilla, redibujó a un equipo perturbado por tres lesiones e introdujo a Insa por Mario, por lo que un completísimo Basha se retrasó al centro de zaga hasta que también tuvo que ser sustituido.
El segundo periodo fue para el Zaragoza el paradigma de la colocación armónica de las piezas para desarmar del todo a su adversario, que nunca terminó de sentirse más que los blanquillos. Lo fue porque, a pesar de tener que distribuir roles, el equipo nunca se advirtió partido, ni desenfocado. En un perenne 5-3-2 que se ha demostrado un trastorno para los blanquivioleta, redujo al mínimo la participación ofensiva de los locales.
Cuando cayó Basha, el técnico serbio apostó por Eldin para verticalizar más el ataque, dotar al Zaragoza de mayor activos capaces de acercarse a tres cuartos e ir a por el empate. Así, Pedro, que había actuado como interior hasta entonces, acogió toda la banda izquierda y lateral izquierdo Rico, anterior carrilero, se incrustó como central.
Nada varió, más allá de la aportación enérgica de Eldin, que generó varias acciones de ventaja en la banda de Chica y Hernán. De una de ellas emergió un centro lateral que terminó en penalti sobre la estrella del partido, Vallejo. Tampoco pudo Borja Bastón, estilete ofensivo de los maños, terminar. Visiblemente afectado, entre lágrimas, dejó el terreno para Álamo.
Y, de nuevo, nada cambió. El Valladolid, aun asentado en zonas intermedias, no gozaba de oportunidades para volver a marcar. Ni la entrada de Pereira por Roger, Jeffren por un Hernán intermitente y Túlio por Mojica surtieron alguna variación que adivinara acercamientos a la meta de Bono.
Un Valladolid sin medular
La segunda desastrosa mitad del Valladolid no puede analizarse con independencia del primer periodo, en el que, en un escenario de igualdad, las carencias afloraron. Analizaba Rubi que el Valladolid se empeñó demasiado en hilvanar jugadas asociativas, incurriendo en algunas pérdidas de balón peligrosas. Sin embargo, de lo que pecó el bloque pucelano fue de no haber sabido imponerse por el carril central para construir el juego combinativo que pudiera superar la línea intermedia de cinco que plantaba el Zaragoza en fase defensiva.
El inusual doble pivote Timor-Sastre no mostró en ningún momento concordancia. Estuvo desordenado, técnicamente desacertado –en la línea de todo el conjunto- y espeso en la interpretación de los espacios interiores.
Por el contrario, el juego que desplegó en la primera parte tendió a un exceso de envíos largos al espacio entre Vallejo y Fernández, central y carrilero derecho respectivamente, donde Mojica podía rebañar metros que atrajeran a los atacantes castellanos más cerca de zonas de remate. Solo el colombiano, sin balón, y Roger, muy dinámico durante todo el primer tiempo, exhibieron argumentos ofensivos.
Pero el problema global que estaba acusando el Valladolid estribaba en las dificultades para juntarse en campo contrario, comenzar a circular la pelota y encontrar, también, a un Hernán menos incisivo. El Valladolid añoró otro mediocentro que sostuviera la salida de pelota y socorriera a un doble pivote inocuo.
Y Vallejo, el futuro
Es un niño. Sin embargo, Vallejo (Zaragoza, 1997) ya es capitán. Formalmente y sobre el campo. Actuó de central derecho en una defensa de cinco, donde emitió las señales reservadas para unos pocos, aquellos a quienes su entorno se les queda pequeño.
El defensor maño, de un físico aún en crecimiento y eximido de vigor, se impuso a Óscar González –y, en general, a toda la vanguardia pucelana– y capitaneó algunas incursiones con balón en la parcela de creación que recordaron a las conducciones de Piqué o Javi Martínez. Batía líneas con pelota y también se sumaba al ataque cuando el Zaragoza enviaba balones aéreos a Varas.
La desvergüenza con la que afrontaba cada lance llegaba a ser emocionante, por el futuro que podía adivinarse en cada movimiento. Capitán merecido, en el horizonte cercano de Vallejo se asoma la Primera División.