El Valladolid encadenó sus mejores minutos cuando supo atacar los espacios de la adelantada defensa culé; generó ocasiones, erró y se introdujo en un caos conjunto que lo pierde
El Real Valladolid liberó varias de sus facetas en el Mini Estadi y resumió en noventa minutos la bipolaridad que lo acompaña durante todo el campeonato. Voló a las espaldas de una adelantadísima última línea del FC Barcelona B, perdonó varios goles claros, conquistó el control del que luego se despojó y se sumergió en una centrifugadora descontrolada. Las señales de calidad individual de sus futbolistas señalaron la puerta de salida de un parque de atracciones en el que dejaron de disfrutar.
Los primeros diez minutos pudieron haber acelerado la resolución de la faena. El Valladolid supo leer la adelantada posición del bloque defensivo del filial culé, cuya línea de cuatro defensores se anclaba en el círculo central. La premisa de los pucelanos era clara: presionar por dentro la generación de juego de Samper, Halilović y Patric, robar y atacar los espacios. La eterna batalla entre el dominio de la pelota y el control de los espacios. Dos contraataques alertaron al conjunto de Vinyals de que su propia esencia les amenazaba con tornarse en un mortífero virus que les obligaría a girar continuamente. Es decir, a sufrir en las transiciones defensivas de un grupo de jóvenes talentos inermes si no tejen ataques combinativos en campo contrario.
La velocidad y la fiereza de Hernán para conducir en banda derecha estiraba la defensa local y la despedazaba por la parcela interior. El Pucela era ritmo; imponía entre las abiertas líneas barcelonistas como la voz desgañitada y poderosa de Beyoncé. El Pucela, también, era fallo y se perdía como la estela de un asteoride al penetrar en el globo terráqueo. Y el Barcelona fue una aglutinación de individuales intereses por refulgir que terminaron alineándose para disminuir los pasos encendidos de un Valladolid entregado a la estrategia de la vía rápida. Samper, un tanto desasistido, presionaba al primer receptor en el medio campo pucelano (André Leão o Timor), obligado así a recibir de espaldas y, por tanto, en desventaja para avanzar de cara.
La cuota de robos de los blanquivioletas menguó, con lo que el Barcelona tomó aire, se juntó más y estiró las fases de posesión. Así, en especial Joan Román desde la banda izquierda producía oportunidades de peligro frente a un Valladolid que terminó el primer periodo más cerca de Varas que del meta Suárez.
Adama casi desata la psicosis
Los castellanos, que guardan en su caja de debilidades la manera con la que salen del vestuario tras el descanso, recuperaron recién iniciada la segunda mitad la imagen de los primeros momentos del duelo. De nuevo, Hernán, el más profundo atacante del Valladolid, hurgaba en el nerviosismo de la defensa organizada del filial blaugrana. Los pucelanos circulaban la pelota en estático con la cadencia que añoraron ante Osasuna y bordearon el área de Suárez.
Entonces, entró Adama Traoré (51’). Una bala que trotaba por el verde como un guepardo quebrantó la última verja del Valladolid, se enfrentó en el mano a mano con Varas y falló. Pero el efecto cambiante de Adama, más allá de que fuera apagándose ante la impotencia desencadenada por Hernán Pérez, produjo un descontrol en el que la escuadra de Rubi se perdió, también su centro del campo. Los dos equipos lanzaban transiciones como las balas perdidas entre los muros de Gaza. También dos goles. El de Dongou, para avalar el acierto de sustituir a un muy buen Román por Adama. El de Hernán, elemento moralmente liberador en cuanto que enseñaba la capacidad de los pucelanos para sostenerse y sacar rendimiento en su periodo más bajo.
En el desgobierno, Vinyals quitó a Samper por el defensor Campins e introdujo a Munir por el lateral zurdo Lucas –completamente superado por Hernán –. En lugar de tratar de “viajar juntos” y enhebrar jugadas combinativas que abrieran pasillos en la defensa pucelana, los culés se entregaron a la electricidad que podían generar Dongou y Traoré. Se sumaron al juego de tratar de golpear bajo con la luz apagada, en una fase de tinieblas de la que Rubi pretendió escapar dando entrada a Sastre por Óscar (80’). Con ventaja en el marcador, sin mando en centro de la cancha, la presencia de Sastre proporcionaría presión constante a la salida raseada del Barcelona y auxiliaría en el achique de espacios por dentro.
Rubi, en realidad, cambió la oscuridad enemiga por otra más afable. Jeffren, un minuto después del nuevo escenario táctico, volvió a manifestar aquel fenómeno llamativo que multiplica por cien las posibilidades de que un jugador marque a su exequipo. De esta forma, el Valladolid, fatigado de tal grado de actividad, abandonó el parque de atracciones, donde había disfrutado a la carrera, antes de que asomara de nuevo la otra faceta. La que lo restringe.