El Real Valladolid muestra su mejor versión cuando menos posibilidades tiene de lograr el ascenso directo

a Joshua Connor
Hay una curiosa escena en ‘El Hombre del Agua’ en la que un niño de diez años, que trabaja intentando llevar turistas al hotel que dirige su tío, decide robarle el equipaje a un viajero para después echar a correr sabiendo que el turista lo sigue. No era una huida, era una carrera con una meta fija: el hotel. Una vez llegó allí, soltó el equipaje, consciente de que el turista, desorientado, acabaría hospedándose en ese hotel. Y lo logró.
El Real Valladolid es algo parecido al turista. Ha echado a correr cuando ha visto que alguien se llevaba lo suyo. El problema es que puede que ya sea tarde. Joshua Connor llegó a coger su maleta en esa película ambientada cuatro años después de la batalla de Gallipoli. Sin embargo, nadie nos garantiza que el Pucela haga lo mismo un siglo después.
Está bien ganar con solvencia al Leganés en casa y al Recreativo fuera, pero el buen estudiante es el que trabaja durante todo el año, no el que lo deja todo para el final y busca la machada estudiando día y noche el último mes. También está el perfil Sergio Ramos, que esperó tanto para hincar los codos que casi se saca la ESO después de ganar ‘La Décima’.
El Pucela aprieta en mayo, que es cuando se ganan los torneos, aunque olvida que para ganar en mayo hay que remar en invierno. Y ahí, bajo el duro frío castellano, el Valladolid se dejó puntos que ahora tienen más peso en el recuerdo que en la clasificación. Las derrotas en Ponferrada y Tenerife, el resbalón ante el Albacete, el ridículo en Llagostera…
Por delante quedan cinco finales. Hay que ganarlas y esperar que Girona y Sporting empiecen a pinchar. Sacar la chuleta mirando hacia delante para que el profesor no se dé cuenta y así poder rascar algo en junio tras un año sin abrir un libro. Es tan difícil que suena delicioso. Tan improbable que apetece intentarlo. Porque, en ocasiones, el mal estudiante aprueba.
PD: Esta semana era perfecta para hablar de Óscar González, pero me limito a recordar lo que escribí aquí en octubre del año pasado: «El día que Óscar no esté, Zorrilla añorará los destellos geniales de un jugador que parece irrepetible. No por bueno o malo, sino por diferente».