Asimilada la cada vez más cercana despedida del ascenso directo, el Valladolid trabaja –y va consiguiendo– en tornar las debilidades en fortalezas para llegar fuerte a la promoción
El Real Valladolid hizo dos cosas bien en el estadio de Gran Canaria: mantenerse completo en el psicótico vaivén de dominio que fue la primera mitad y ser superior durante la segunda a un rival directo, en su casa, durante un tiempo lo suficientemente prolongado como para haberse puesto 0-2 antes del empate final.
El Real Valladolid hizo dos cosas mal en las islas: no adueñarse del balón el tiempo lo suficientemente prolongado como para debilitar los intentos de la UD Las Palmas de culminar la remontada ni incidir demasiado, en fase ofensiva, sobre la banda defendida por el lateral izquierdo amarillo, Dani Castellano.
Pero, entre el blanco y el negro, el Valladolid, con Rueda como pivote defensivo junto a Timor, asumió hace tres jornadas que el objetivo radicaba en mejorar el juego, hallar el yo que Rubi imaginó en verano, modelar conceptos en defensa y ataque y preparar el ánimo para emprender el camino más complicado hacia la Primera: la promoción de ascenso.
Llegar con sensaciones nuevas, liberadas del yugo que le impone la presión por la perfección y, si en el trayecto las piernas del resto tambalean más, acechar la segunda plaza. Una estrategia honrada, por otra parte, pues el equipo deja entrever que, tal vez, desafiar a las altas expectativas le ha minado en exceso. Aunque, en la vía alternativa, ha propiciado el desarrollo de una idea futbolística, entretanto, mejorada desde la derrota en Girona.
Vaivén sin dominador claro
En un lance entre conjuntos parejos en cuanto a trayectoria y moral, el Valladolid empezó manifestando alguna de las mejoras percibida en las últimas semanas. Plantó la última línea defensiva alta, dentro de una maniobra de presión a media altura que diluía las opciones de la UD de avanzar sobre Timor-Rueda. Los futbolistas de Herrera caían de manera persistente en fuera de juego, si bien fueron acercándose al área de Varas y ejecutando algún lanzamiento a portería.
Así, los blanquivioletas, unos metros más retrasados que al principio, esperaban en su territorio –Rueda ejercía un marcaje individual sobre Cúlio-, donde los extremos, en un acto de solidaridad defensiva, auxiliaban a sus laterales en el robo. Acto seguido, la transición defensa-ataque tendía a exteriorizar la salida hacia los flancos en lugar de por el carril interior. Entonces, Hernán o Mojica trababan lazos con Roger para alcanzar el área de Casto.
El Valladolid, apoyado en el progreso veloz y vertical cuando abandonaba su campo, se desenvolvió con poca astucia al intentar percutir con más ahínco en el duelo Mojica-David Simón que en el del paraguayo con Dani Castellano. El lateral zurdo de la UD comenzó nervioso e impreciso, un estado del que no se aprovechó Hernán Pérez, de acuerdo a la superioridad técnica sobre el defensor canario.
El mejor Pucela; la mejor UD
Tras un primer periodo de más respeto que valentía, de más equilibrio que superioridad, el Real Valladolid salió en el segundo con la intención de conquistar la pelota para, desde ella, refrendar el buen partido realizado frente al Sabadell y demostrar su acercamiento hacia un nivel de fútbol mayor que el proyectado hasta ahora. Los blanquivioletas se imponían en zona canaria, ensanchaban el campo y se encontraban con más espacios para hacer llegar la pelota hacia los costados.
Entonces, Herrera acometió los dos primeros cambios del partido, con la sustitución de Momo por el eterno Valerón y de Ortuño –uno de los más peligrosos del primer tiempo- por Guzmán. En principio, no surtieron el efecto deseado por el técnico insular porque el Valladolid, profundo y peligroso en la ocupación de espacios, seguiría flotando en una superioridad que lo llevó al gol de Roger.
El entrenador de la UD decidió, para contrarrestar la ventaja pucelana, quitar a un interior como Hernán (en un 1-4-3-3) y emplear a Viera por la banda –permutando con Araujo–. Los pucelanos no acusaron la variación posicional hasta que el ariete valenciano erró el 0-2 y Araujo, un minuto después, empató desde la izquierda.
Sobre el 1×1 de Araujo con Chica y, posteriormente, Viera, se cimentó gran parte del dominio y la generación de ocasiones de gol manadas de los grancanarios durante los últimos veinte minutos. Los cambios en el segundo acto de Rubi –Omar, Pereira y Jeffren- fueron inocuos, más por la disposición defensiva del Valladolid que por sus desaciertos con balón. Porque, desde el tanto de la igualada, la escuadra castellana no lo tuvo. No pudo salir como lo había hecho hasta entonces y se limitó a sostener el resultado.
Al final, la batalla del Real Valladolid se ciñe en aislarse del exterior, refinar sus defectos para que no duelan en el play-off, capturar los momentos válidos de juego que alimenten la moral y alcanzar el final de temporada con el mejor cuerpo posible. Y, entre el sufrimiento, en ello está.