La UD Las Palmas se ha convertido en el peor visitante de la segunda vuelta tras encajar cuatro derrotas en los últimos seis partidos
Foto: UD Las Palmas
No quieren, ni por asomo, acercarse al escenario que el veintidós de junio del pasado año los empujó hacia uno de los capítulos más funestos de la historia contemporánea de la UD Las Palmas.
Corría el tiempo de descuento, los canarios vencían al Córdoba y acariciaban la vuelta a Primera después de más de una década sin saborear un éxito parecido. De repente, las gradas del estadio Gran Canaria se derritieron y descendió una horda de aficionados irreflexivos que bordearon el césped y destaparon los nervios, aún atados, de los futbolistas locales.
En el último lance, tras restituir en cierta forma la calma, los cordobesistas anotaron un gol que abrió la puerta de uno de los actos de mayor locura colectiva dentro de un terreno de juego español. La incomprensión se adueñó de la plantilla amarilla y de los hinchas que, correctamente situados, apuntaban a los descamisados seguidores que habían saltado al césped como principales culpables de concluir con el sueño ambicionado desde hacía dos temporadas.
El entorno de la UD quiere evitar por todos los medios someterse a una tercera fase de promoción consecutiva y consideraría como un fracaso no conquistar el ascenso directo.
Pero los fantasmas amenazan con brotar de nuevo. El equipo de Paco Herrera solo ha sumado dieciséis puntos en la segunda vuelta –cuatro menos que el Real Valladolid– y ha encajado cuatro derrotas en los últimos seis partidos. Cifras demoledoras que lo elevan a ser el peor visitante del segundo capítulo del torneo. De los últimos siete desplazamientos, ha perdido en cuatro. La última victoria se recogió el tres de enero, en Barcelona.
En Gran Canaria tienen que lidiar con dos frentes. El primero, superar la decepcionante impresión que nace de admitir el desperdicio de una prodigiosa primera fase del campeonato, que parecía, sólo parecía, concretar a los amarillos como más que un aspirante. El segundo, poner cura a los males que borbotean sin cesar dentro del terreno de juego.
Uno de los principales causantes de la pérdida de rendimiento y resultados fuera de la isla radica en la relajación defensiva que ha experimentado el bloque de Herrera y en la negación de cara a puerta de sus principales referentes. Aunque Araujo tiene en su haber diecisiete dianas –máximo realizador de la plantilla–, la carestía goleadora que experimentó durante numerosas semanas embarró aún más partidos en los que una acción ofensiva aislada podía ser decisiva para la victoria.
Para más inri, puede fijarse como fecha del inicio de la caída en un triunfo, obtenido el once de enero tras superar al Zaragoza por cinco a tres. En aquel partido, la UD sufrió la expulsión de elementos indispensables en las alineaciones de Herrera. Culio, Nauzet –lesionado para lo restante del curso– y Ángel recibían la roja y lastraban el devenir de un conjunto que, desde entonces, fue despeñándose al ritmo del empate y de la derrota en la Península. Desde Gran Canaria, entienden que las actuaciones arbitrales, sin resultar un pretexto inapelable, han encendido la presión de los jugadores amarillos hasta el punto de alterar su rendimiento.
A pesar de la enconada pérdida de sensaciones positivas, la actual situación clasificatoria continúa siendo relativamente favorable a los grancanarios. A tres puntos del ascenso directo, disponen de dos jornadas encadenadas como locales –Valladolid y Sabadell– para suturar las brechas de los últimos tropiezos y recuperar la confianza que se esfuma cuando dejan la isla.
Dos semanas para sanar una trayectoria maltrecha y no permitir que emerjan los fantasmas que un veintidós de junio de 2014 levantó la insensatez abrigada, a veces, por el fútbol.