El entrenador del Real Valladolid tapó la hemorragia que sufría el equipo ante el Mirandés con una permuta ofensiva a falta de quince minutos para el final

Hace semanas, tras ser humillado por el Leganés en casa, el entrenador del Betis, Pepe Mel, comparecía ante los medios de comunicación con gesto serio, consciente de la gravedad de la derrota. Toreó las afiladas preguntas con moderada tranquilidad, pero hubo una que le obligó a sacar el orgullo y defender su trabajo.
«Si usted me quita a Portillo, que es el único que puede dar un último pase de calidad, ¿qué hacemos?», lanzó un periodista en un tono cercano, casi de compadreo.
«Tengo mucha más información que tú, entreno con él todos los día. Te estás olvidando que fui yo el que lo trajo aquí. Más fe que yo en Portillo no tiene nadie, seguramente solo su novia. Cuando yo lo quito es por algo, esté usted seguro. Que yo lo que quiero es que el Betis gane, no que pierda 1-3. Pero yo tengo la baraja encima de la mesa y tengo que tomar decisiones, y he tomado esa como podía haber tomado otra (…)», respondió Pepe Mel.
De esta especie de conversación en la que uno dispara con bala y otro responde con argumentos, saco dos conclusiones. La primera, que no existe empatía con los entrenadores en el mundo del fútbol. Y la segunda, que casi todos creen saber más que los propios entrenadores. Vistas las dos, considero más grave la primera.
Este sábado, durante el Real Valladolid – Mirandés, Rubi hizo un cambio extraño. Con 2-1 a favor y el equipo desangrándose, el técnico catalán quitó un mediocentro (Álvaro Rubio) para dar entrada a un delantero (Jonathan Pereira). Se cargó el trivote que minutos antes había armado para pasar a un 4-2-4 con Pereira, Hernán Pérez, Jeffren y Roger arriba. Nadie entendió el cambio. Incluso yo he de reconocer que andaba despistado con el mismo, pero recordé, no sé por qué, aquella respuesta de Pepe Mel y busqué un rápido análisis de la jugada. Pensar en clave de fútbol, que es lo que menos hacemos cuando vemos fútbol.
Y a los pocos instantes lo entendí. Proteges tu portería saliendo al ataque. El Mirandés, que cabalgaba con alegría hacia el área de Javi Varas, tuvo que retroceder varios pasos al ver que tenía cuatro balas dispuestas a acabar con el encuentro si veían espacios. El Pucela pasó de sufrir a casi sentenciar. Ni una ocasión clara del rival en los últimos diez minutos. El Valladolid no tenía el balón, pero sí el dominio. Si el Mirandés daba un paso en falso, 3-1. Esa duda mató a los de Carlos Terrazas, que entre ir o volver, atreverse o no, se encontraron con el pitido final.
Rubi, al igual que Pepe Mel, quiere que gane su equipo y hace los cambios buscando dicho objetivo. A veces le sale bien, a veces, mal. En esta ocasión encontró premio. Aún así, se llevó las críticas. Porque falta empatía y porque todos, y más en Valladolid, sabemos más de fútbol que los que de verdad se dedican a ello.