El resquebrajamiento del Real Valladolid en el segundo tiempo lo empujó a bordear otra decepción. Un rostro amargo que se contrapuso a su efectividad goleadora
El Real Valladolid jugó tanto a sobrevivir que casi se propina un harakiri. Tenía tanto miedo al qué dirán, tanto pánico escénico, que sólo el coraje de un motivado Roger ya valió como único pálpito positivo del partido. Eso y que, a pesar del mal partido en términos globales del equipo pucelano, se llevó tres puntos para no despegarse del principal objetivo de la temporada.
No más. No, porque aunque el Valladolid disputó una primera mitad con ráfagas lúcidas, ráfagas que nacían de los espacios entre líneas del repliegue mirandés, el segundo tiempo fue triste. Desde el 46’ cuando Juanjo, recién salido al campo, recortó distancias, hasta el final, el Mirandés atestiguó un dominio terrenal que por poco no termina por sacudir el Estadio José Zorrilla. El técnico del cuadro burgalés, Carlos Terrazas, podría haberse lamentado de que en el primer periodo a su equipo le faltara únicamente lo más importante, la calidad, para haber encarado mejor al Valladolid. Si al acierto táctico de presionar arriba le hubiera añadido el talento diferencial que sí poseen Hernán, Mojica, Óscar o Roger, probablemente el repliegue hubiera sido exitoso.
Sin embargo, cuando en la fase de iniciación, los defensores pucelanos batían a la primera línea presionante –muy cargada por un Mirandés en 1-4-1-4-1–, aparecían espacios abundantes en franja ancha que los blanquivioleta aprovechaban para correr y atacar las espaldas de los defensores.
Tanto que, así, llegaron los dos fulminantes goles que, en dos minutos, parecieron sellar la victoria del Real Valladolid. El gol de un infatigable Roger, móvil, intenso, con querencia a caer a bandas y a asociarse con Óscar, dejó liberarse a la frustración de tantos meses de espera. La diana, acto seguido, de Óscar, volvía a manifestar que el equipo de Rubi se estaba encontrando, si no más cómodo, sí más peligroso con campo por delante que sin él.
Hasta el descanso, apoyado en una ventaja numérica notable, trató de alimentar la salida raseada y de juntar las líneas que, en anteriores partidos, se habían deshilachado demasiado pronto. Pero, tras él, y dos cambios de Terrazas –la entrada de Juanjo y Álex García- fue el Mirandés el que giró sus intenciones, las desmontó. Empezó a jugar no contra el Valladolid, sino con él, porque le arrebató la esencia que Rubi ambiciona pero que no encuentra. Con balón, el Mirandés conseguía aumentar las llegadas al área de Varas. Sembraba dudas que, en un contexto favorable, no hacían más que entorpecer la reacción de un Pucela obnubilado.
Parálisis, equipo roto y, nuevamente, reincidente en uno de sus peores defectos: ante la dificultad, preso de la intranquilidad, se parte en dos bloques. El enlace entre el doble pivote Rubio-Timor y los cuatro atacantes se disolvía entre una afinada presión interior de los volantes rojillos. La principal voluntad que deseaba desarrollar el conjunto de Terrazas en el primer tiempo había tomado forma en el segundo, con eficacia.
Las líneas burgalesas, más compactas, bifurcaban el despliegue ofensivo del Valladolid. Lo debilitaban de tal forma que Rubi retiró en el 64’ a Óscar de la mediapunta, por Leão, para posicionar a Rubio como mediocentro más ‘libre’ entre Rúper y Cantero-Carnicer, con el propósito de que el riojano presionara al primero, complicara el ataque combinativo visitante y, al menos, paladeara parte de aquella esencia que no llega.
Tal y como explicó el técnico de Vilassar a los periodistas tras el partido, la decisión de dar entrada a Pereira por Rubio en la mediapunta después de 13 minutos respondió a que el capitán pucelano estaba fatigado. En realidad, las sustituciones no generaron un efecto diferente al que emergió a raíz del gol mirandés. No obstante, el Real Valladolid salió vivo de su pelea interna por superar el punzante temor de volver a fallar. Un duelo interior que, por ahora, está afectando a la capacidad para jugar bien de una de las mejores plantillas de Segunda. Para encontrar, y hacer suya, la esencia que creyó descubrir en el 1-4-3-3, pero que parece más lejana.
El problema del Real Valladolid va más allá de los esquemas. Habita dentro de la conciencia de unos jugadores y un cuerpo técnico que se creyeron fríos como Siberia, de repente precipitados hacia una ingrata realidad que les obliga, solo, a sobrevivir.