El Real Valladolid se contagia en Zorrilla de sus problemas fuera de casa y sucumbe ante un buen Albacete, que marcó en el primer minuto, acabó con diez y mereció ganar

Las estadísticas son, en ocasiones, perversas. Sin embargo, algo tienen que atraen. Son como esa mujer fatal de la película, que lleva la perdición a sabiendas de uno. Hay quien cierra los ojos y dice no creer en ellas. Y quien las cita solo por ver cómo llueven; véase el caso. Al grano: el Real Valladolid ha perdido y se ha perdido en cuatro de los últimos seis encuentros.
Hasta ahora no parecía ser grave la cosa. Hay tiempo, hay margen, hay equipo… pero, tras caer ante el Albacete, la cosa empieza a ponerse fea. De luto, se podría decir, aunque no sean vocablos sinónimos. El ambiente, ya de por sí enrarecido, se cargó contra los manchegos, de razones para el descontento. Desde el minuto uno.
Un minuto, menos si cabe, tardó el cuadro de Luis César Sampedro en ponerse en franquicia. Portu se aprovechó para marcar de un rechace propiciado por un error defensivo de tantos que habría durante la tarde.
Ahí empezó el luto. Para muchos, por Hernán y Mojica. En verdad, por Peña. Quién lo iba a decir, dicho desde el más absoluto respeto. ¿Por qué? Pues porque en esos primeros segundos no se había hecho notar su baja. Todavía no. Luego lo haría fruto no ya de la baja en sí, sino del planteamiento erróneo de Rubi, que cortó sus alas al equipo al colocar a Chus Herrero otra vez fuera de sitio y a Javi Chica a pie cambiado.
Cercenar los propios costados fue un equívoco no porque careciera de fundamento, pues debió tener como base el conocimiento del rival, sino porque dio imagen de pequeñez, al no ser capaces los blanquivioletas de ser anchos ni profundos. Para muestra, que cuando Herrero se incorporó nunca apuró línea de fondo. Para prueba, que Chica debió perfilarse siempre para tocarla, con todo lo que ello conlleva.
Si en ataque esto penalizaba, sin provocar el suspenso, en defensa no se tardó en comprobar que no era lo idóneo; aunque no solo por ellos, también por sus acompañantes. Si ya de por sí no andan Valiente y Rueda bien, a esto hubo que sumar la ferocidad con la que los atacantes albaceteños picaban al espacio para dividirlos y provocar unos huecos que pudieron ser demoledores de haberles acompañado el acierto.
El Albacete fue Paul Potts, ese ‘patito feo’ que llega a provocar desdén; incluso, menosprecio. Aunque quizá no por parte del propio Pucela. Quizá pesaron más otros factores. Sin embargo, como sucedió aquella noche en la que el tenor se dio a conocer, más de uno empezó a respetarlo cuando ‘Nessun dorma’ empezó a sonar y las notas brotaron firmes, emocionantes. Si no resultaron rotundas fue porque no afinaron de cara a puerta y por Varas. El triunfo, empero, fue en buena lid.
Segundo acto, misma pobreza
Detectado el problema principal, había que poner coto. Con casi una hora de retraso, Brian entró, acompañado de Túlio de Melo. Chica pasó a su perfil natural y el jugador del Promesas ocupó el lado izquierdo de la zaga. Se ‘bautizó’ fallando el primer pase, cortó un balón con marchamo de ocasión y se hartó de pedirla sin que casi le hicieran caso.
El Real Valladolid pasó a ser asimétrico, a solo tener en Omar un extremo, pues son Pereira y Óscar alérgicos a la cal. Sumados ellos dos a Túlio, el equipo se congestionó como si paseara un oso hormiguero por plena Plaza Mayor en enero, y, entonces con un motivo mayor, se empezó a extrañar a los extremos ausentes.
El ‘Réquiem por Mojica y Hernán’ sonó con más fuerza si cabe cuando Óscar Díaz sustituyó a Omar, incluso pese al empeño de Díaz por parecerse a los dos primeros. Pero claro, no apura fondo igual, su querencia es interior, y allí, decíamos, el atasco era mayor que cuando en la Acera de Recoletos reparten los lorencitos.
Así, el Pucela, que había tenido diez minutos buenos al final de la primera mitad, sucumbió ante la ley del embudo, como ante la impaciencia aquel que usa este artilugio para llenar la piscina en verano. Chica fue insuficiente para ser profundo por la falta de un dos contra uno, y por izquierda no lo hubo por falta de espacio y de movimiento. Y en la suerte de lo estático, y en la calma ante el nervio, el Albacete pudo más.
Tiene un gran mérito el conjunto manchego, que no se cerró ni cuando se quedó con diez por la expulsión de Paredes. Lanzados por Keko, que marró hasta tres francas oportunidades, pudieron matar el encuentro y, a decir verdad, no sufrieron. No obstante, por todo lo anterior, esto no se ha de ver reflejado solo en su haber, sino también en el debe de Rubi y los suyos.
Un día es el luto; otro, el buen huésped. Un día son las bajas, y otro, el césped. Si uno suma cada pretexto obtiene nueve partidos perdidos y doce sin hacer gol, que ya preocupan –y enfadan– a la afición. Un enfado que se vio durante y después del encuentro, y que una vez la reflexión se debió hacer hace ya tiempo, ha de invitar al cambio, porque lo cierto es que hay una verdad absoluta que se impone a cualquier otra cosa, y es que al equipo le faltan alma e identidad. Con el luto no se sube.