La furia del Real Betis Balompié difuminó del mapa a la estable estructura de tres mediocentros. Sin la pelota el Pucela no responde; y los oponentes lo saben
El Real Valladolid, que visitaba Heliópolis como equipo menos goleado, encajó la paliza más dolorosa de la temporada por varios motivos, imbricados en la falta de adaptación, desde el primer minuto, a las demandas del partido planteadas por Pepe Mel.
Rubi, una vez disponible Jonathan Pereira, eligió dar prioridad al sistema de tres mediocentros, que tan buen resultado dio frente al Sporting de Gijón, y recolocó al delantero gallego en el costado izquierdo del ataque, aun con disponibilidad para intercambiar posiciones con Óscar González, encargado de influir por dentro. Resultaba un movimiento interesante, ya que el binomio entre los dos talentosos futbolistas podía generar mucho daño entre el lateral derecho Molinero y el centro de la zaga, restituida con la entrada de Rodas por Bruno.
El Real Betis, por su parte, apostaba por un dibujo que favorecía a sus dos principales figuras ofensivas: Jorge Molina y Rubén Castro. Un dibujo 1-4-4-2 con el que anhelan regresar a la máxima categoría y que, en todo momento, rebasó el planteamiento del técnico del Real Valladolid.
La fuerte e indubitable presión de los verdiblancos –con un esfuerzo plausible de N’Diaye y Reyes-, desde la primera línea de vanguardia, deshacía la validez de la salida de pelota vallisoletana. El Pucela se acogía a un modelo con el que no estaba sabiendo crecer en el envite, y que no le posibilitaba sostener la posesión de pelota para juntar líneas; tampoco para abrir pasillos interiores.
En esencia, el Real Betis robaba rápido, azuzado también por los errores técnicos que cometían los futbolistas blanquivioletas, y cargaba el área de Varas, a la que atacaba por medio de Castro y Molina o a través de los saques de esquina provocados. El Valladolid no pronunciaba respuesta alguna que acallara la motivación del Real Betis, sino que siguió haciéndose pequeño en el rincón de sus propios errores.
Sin pelota, el Valladolid la alejaba de su zona caliente para buscar la recomposición de la estructura defensiva, debilitada por las bandas. No fue el partido de Javi Chica ni de Carlos Peña, aunque, en conjunto, la actuación rayó en una categoría muy pobre. De ahí que los andaluces se fueran al descanso con un gol de ventaja y, según los datos ofrecidos por Canal Plus hasta entonces, reforzados por un 61% y 34 pérdidas del Real Valladolid.
Misma tónica, más Rubén Castro
En el segundo tiempo, el Betis siguió nutriéndose de la incomparecencia del Real Valladolid, acelerado y a la vez calmado pronto por el segundo tanto del partido, el primero de los tres que obtendría Rubén Castro. Rubi, entonces, hizo cohabitar a otro mediapunta, Omar, por un mediocentro, Álvaro Rubio. El regreso al doble pivote no supuso un cambio notable en el juego de los blanquivioletas, aunque el encuentro ingresó en un periodo de relativo sosiego que iba rasgando poco a poco la esperanza de los pucelanos en acercarse en el marcador. La entrada de Túlio, en una apuesta por verticalizar más la fase ofensiva, no pudo dejar efectos sobre el césped porque al minuto siguiente, en el 70’, Chica fue expulsado.
De nuevo con diez futbolistas, Hernán Pérez tuvo que desenvolverse durante los 20 minutos restantes como carrilero. Tiempo rodeado de un tormento paralizante del que el Valladolid no pudo desprenderse; arrogado por el Betis, en especial Rubén Castro, con dos goles más, para terminar apabullando a los pucelanos.
Después del pitido que indicaba el final de la ignominia, el Valladolid se vio con siete derrotas, segunda seguida lejos del José Zorrilla, suplicando que todos los partidos sean en casa y entornando la mirada, otra vez, hacia arriba, donde da saltos esquivando los fogonazos que produce el vértigo.