Rubi rescató una formación con tres mediocentros que privó al Sporting del control a partir de la pelota. Delante, Hernán Pérez se reivindicaba en cada acción individual
El Real Valladolid se desquitó del sinsabor que produjo la derrota en Tenerife y, partiendo de la baja de Pereira, volvió a partir de inicio con un sistema 1-4-3-3 en el que Rubio, Leão y Timor, complementarios y armoniosos, imposibilitaron al Sporting de Gijón imponer su juego con base en la pelota. Y, desde ahí, la victoria del equipo de Rubi comenzó a fraguarse.
Porque no se cimentó en una superioridad abrumadora, sino en un trabajo serio del bloque defensivo, en un David Timor incansable en la presión, un Leão entregado y enfocado en el inicio de la jugada y en las coberturas a los jugadores abiertos, en un Rubio clarividente unos metros por delante del portugués y en un guaraní en celo, Hernán Pérez, para quien cada acción individual suponía una señal para alejarse de la lesión que frenó su crecimiento en Villarreal.
La trascendencia del choque se desprendía en cada uno de los movimientos intensos que ejecutaban los jugadores de ambos equipos. Acudían al contacto sin mesura, no bajaban el ritmo ni había lugar al descanso. Nacho Cases, después lesionado de gravedad, aceleraba hasta posiciones altas para molestar la salida de Leão y el Sporting verticalizaba su fútbol para ingresar en el área de Varas, aun sin claridad para encontrar espacios peligrosos.
El Valladolid no perdía el sosiego y trataba de elaborar ataques combinativos que en la mayoría de los casos eran polarizados por Hernán Pérez en la banda derecha –la contraria fue terreno de Óscar Díaz–. Una vez que Timor se soltaba del engranaje de tres medios para cortar la creación por dentro de Nacho Cases y Sergio Álvarez, la pelota tendía a orientarse, como atraída por un imán insondable, a Hernán, que ejecutaba diagonales interiores o desbordes externos. Sin balón, un sagaz movimiento fuera-dentro, leído por Leão, precedió a su primer gol con la blanquivioleta.
Desde aquel tanto, la estratagema de Rubi no fue sino afianzándose, aunque tuviera algún problema para refrenar el ímpetu de los rojiblancos por, al menos, llegar a la orilla. Aquel ímpetu llevaba la marca de Ndi, quien intentó capitanear, alentado también por Jony, toda fase en estático del conjunto de Abelardo.
Partiendo de que los asturianos no aminoraban su frenesí, enfrente tenían a un guaraní en estado de gracia. Pérez, superando en todo momento a Isma López, sirvió un sutil centro a la cabeza de Óscar González para ampliar distancias e impulsar el dominio que sí parecía ejercer el cuadro pucelano sobre el hasta entonces único invicto lejos de El Molinón.
Aguantar en ventaja
Hay una realidad, y se trata de que el Real Valladolid con tres mediocentros parece conservar mejor las ventajas en el marcador. Durante todo el segundo periodo, siempre alerta de la inerte voluntad del Sporting por anotar siquiera un gol, los blanquivioletas continuaron con su plan. Ni aceleraron ni frenaron, tan solo pulsaron y taponaron a los rojiblancos, afectados por el obligado cambio de Cases por Muñiz.
Abelardo pensó que la última bala debía descerrajarla más cerca del último tercio de campo que de zonas de creación; por eso retiró a su lateral derecho, Lora, por un centrocampista ofensivo, Pablo Pérez. Ya con tres defensores, el Sporting atravesó los últimos 20’ con el objetivo de seguir perpetuando su condición de equipo intenso hasta el final.
Pudo refrendarlo, aunque encajó otro gol, ya accesorio. No había sido notablemente inferior al Real Valladolid, pero se topó con un sistema que lo rebasó y con un jugador que se encontraba en otra dimensión. En aquella en la que, solo él, buscaba enterrar un pasado desagradable y, agradeciendo al cielo, seguir adelante en lo alto de la clasificación.