Pereira no fue solo el gol; como el agua, se coló entre los huecos olvidados por la defensa y los medios y terminó por brotar a las espaldas de la última línea del Mallorca
Un minuto antes de que Marco Asensio pusiera por delante al Mallorca tras un desajuste en la línea defensiva del Real Valladolid, Jonathan Pereira ya había desocupado su zona de influencia en la punta del 1-4-2-3-1 para colaborar en el desarrollo de la acción ofensiva pucelana. Ya estaba ahí, incombustible como Stajánov, impertérrito como la sombra y tan rápido como el rayo que lo dejó ir.
Rubi extrajo de sus análisis que para superar a un Mallorca cimentado en su estrella Asensio y en el doble pivote formado por Bustos y João Victor, con otros dos mediocentros sería suficiente. Por ello prescindió del dibujo 1-4-3-3 y regresó al empleado de manera más habitual durante el resto de competición, con André Leão, más llegador, y Timor. El pequeño matiz radicaba en que Óscar jugaría entre líneas y Pereira, en la vanguardia. Un matiz cambiante, motivo de confusión en una defensa del Mallorca temblorosa durante todo el partido.
El Real Valladolid demostró hechuras para reponerse a un gol tan precoz, desde el cual realizó 25’ del primer tiempo en los que dominó en todas las facetas del juego y, en especial, en la goleadora, piel de Pereira. Primero, con un increíble sombrero de espaldas, terminado en el empate; seguido por su segundo, el de la remontada.
Y, después, por un pase dentro del área que Mojica –autor de dos asistencias a Pereira– transformó en el tercero. Aquella conexión de baile villano entre la defensa bermellona había arrojado sobre el verde las ondas que el Pucela había empezado a irradiar, como si se hubiera guardado toda la decepción de Llagostera y deseara expulsarla para que dejara de contaminarles.
El Real Valladolid, aposentado sobre un marcador que le confería tranquilidad y poso, no sufrió en la salida del balón, en la mayoría de ocasiones limpia, y apenas concedió oportunidades de gol hasta los últimos cinco minutos del primer periodo, en los que el Mallorca estuvo muy cerca de su segundo tanto.
El juego había gravitado en torno al más pequeño, a la vez más grande, sobre la cancha. Pereira robaba en la medular, acompañaba desde los pasillos centrales la evolución de la jugada, fintaba y sorteaba a sus marcajes, atacaba los espacios y alocaba en las inmediaciones de la frontal del área. Lo fue todo, más que un sistema, que una actuación grupal ya de por sí notable.
Tras la reanudación, Pereira se alió con Óscar González, tejieron una pared sobre las cabezas de la defensa mallorquina que el vigués empujó a la red para su tercer tanto. Para su primer triplete en un partido oficial. El resto se advirtió como un sosegado encuentro con el tiempo, agitado por un momento con el último gol del Real Valladolid. Fue, también, Pereira, y su pase profundo al desmarque de Óscar González, que firmó el quinto.
3+2 de un choque en el que Pereira, en una de las más relucientes actuaciones individuales de un jugador del Real Valladolid, se destapó como el núcleo. Más allá de sistemas tácticos, del oponente, de su propio equipo. Jonathan Pereira y nada más.