Rubi implantó un sistema con tres mediocentros y dos extremos abiertos que dominó a un FC Barcelona partido en la medular, sin respuesta a la luz de Óscar González
El Real Valladolid comenzó a conquistar una victoria memorable ante el filial del FC Barcelona para despedir un año infausto antes de iniciar el partido. Lo hizo en el segundo tiempo del Elche, cuando dio rienda suelta a un catálogo de movimientos ofensivos a los que solo les faltó el gol.
Aquel trabajo en el Martínez Valero convenció a la plantilla pucelana de que, por fin, había enseñado en el césped lo ensayado durante todas las semanas, en especial después de la catatónica derrota en Leganés. Restaba el gol, pero ya lo sentía cerca. Para pulir los últimos detalles del duelo ante el Barça B, Rubi contó con un día y medio. El viernes inició la primera parte del plan que cambiaría al Valladolid: trabajar con un sistema que incluyera a un mediocentro más, a sabiendas de que debía, por ello, sacrificar a otro delantero, principal necesidad del equipo.
El 1-4-3-3, primero en las dieciocho jornadas de liga disputadas, comprendía la novedad de situar a Álvaro Rubio, André Leão y David Timor, de inicio, en un mismo once. Centro del campo más poblado, poseedor de una mayor capacidad de robo y presión, pero también generación de juego.
En este sistema, exento de un ‘9’ al uso –lo más parecido es Óscar Díaz, ante la lesión de Roger–, Rubi introdujo a dos extremos a pie natural y abiertos. Mojica desde el flanco izquierdo y Jeffren desde el derecho. Y, en medio, entre Samper, volante central, Macky y Costa, centrales, a Óscar González, encargado de moverse por toda la zona de aceleración para abrir espacios entre zagueros y laterales que favorecieran las internadas de Mojica y Jeffren. Todo giraba, por tanto, en torno a la presión alta –encabezada por un Rubio cada vez más lejos de la iniciación del juego-, robo rápido y agitación entre espacios, cuya tarea estaba encomendada a Óscar González.
A pesar de que en los primeros quince minutos el FC Barcelona supo encontrar a Adama Traoré a las espaldas de Peña, el Valladolid tomó el control numérico y posicional en la zona ancha y en la fase de finalización, fabricando numerosas ocasiones de gol, siete de ellas concluidas en goles que se resistían. Jeffren, inspirado en banda derecha, implantó un enlace con Óscar a la postre dañino para los culés, desbordados en las transiciones defensivas e inoperantes para dar respuesta a los espacios entre la segunda línea de presión y su defensa de cuatro –problemas que no suturaron en ningún momento del partido-.
Mientras los goles caían, el Valladolid no solo dominaba los tiempos y los espacios, sino también la pelota, gracias, además de por la estudiada presión alta, a la eficacia en las entregas de sus tres mediocentros, y a la inconmensurable actuación de Rubio en ambas transiciones del juego. Igualmente, Samper se encontraba demasiado desamparado, aun escoltado por Halilovic, perdido en trabajos defensivos, y Gumbau.
Óscar, en especial como lanzador, hacía correr hacia atrás a los culés, ayudaba a explotar el mantra para desnudar al oponente: arrebatar la razón de ser del FC Barcelona, hacerlo lo más arriba posible para crear peligro, rehuir de la posesión insustancial y herir al espacio que atacarán Jeffren y Mojica, éste en mayor medida –muy superior a Diagné en el duelo individual–.
Se repitió durante todo el partido, en el que el Valladolid crecía ante cada tanto. Obstinado, empezó a ganar antes de saltar al césped. Un cambio de sistema, una idea de fútbol y la determinación por despedirse de la sequía goleadora y de un 2014 para el olvido.