El balance defensivo del Real Valladolid llegó a empañar un primer periodo de fructífero juego asociativo y dominio espacial, en el que resplandecieron como goleadores los dos extremos blanquivioleta
Foto: Real Valladolid
El Real Valladolid asistió en Albacete a uno de aquellos partidos depositarios de diversas lecturas, múltiples prismas desde donde emitir análisis acerca del juego mostrado por el equipo de Joan Francesc Ferrer, Rubi. Primero, porque la escasez de gol se vio cortada de un latigazo por cuatro tantos; segundo, porque estos llegaron de futbolistas establecidos en los extremos del campo y en la mediapunta; tercero, porque detrás del torrente goleador se esconden tres goles encajados en un equipo que, hasta entonces, solo había recibido cinco en nueve encuentros.
Rubi, de inicio, dio la oportunidad a Álvaro Rubio que, con Timor, configuraba un doble pivote del que se deducía la intención de aposentarse sobre campo rival y tratar de recuperar pronto el balón tras pérdida. En las bandas, volvió a repetir la fórmula victoriosa en Soria, cuestionada ante la Ponferradina, de situar a Mojica como extremo zurdo y a Zakarya Bergdich en el flanco opuesto. Una conjugación de control y velocidad que resultó fructífera para el Valladolid hasta el minuto sesenta.
– ¿Por qué?
Porque hasta entonces, aparte de reaccionar al precoz primer gol del Albacete (minuto siete), con tres tantos antes del descanso, el Real Valladolid ejecutó un fútbol asociativo intenso, en el que los continuos movimientos de los jugadores de la segunda línea abrían líneas de pase que siempre encontraban un receptor.
Bergdich, por la derecha, recibía el apoyo de un completo Javi Chica para crear superioridades 2×1 sobre el lateral izquierdo del Albacete, Pol Bueso; Óscar González, entre líneas, ejercía una movilidad que propiciaba secuencias largas de posesiones en zona ancha; Mojica, por el flanco zurdo, aprovechaba su condición en el ‘lado débil’ –es decir, la zona opuesta a la que se trasladaba la basculación del equipo manchego–, para crear desequilibrio; y, además, nuevamente optó el Pucela por orientar lateralmente la salida de balón –también, naturalmente, a través de los mediocentros–, de manera que realizaba continuos cambios de orientación de un flanco a otro para introducir todavía más desequilibrio a una última línea albaceteña que transmitía dudas.
El Valladolid, dominante, veía cómo Zakarya Bergdich se despertaba como un goleador a tener en cuenta –el doblete en el Carlos Belmonte lo fija como máximo realizador del equipo, con cuatro dianas– y sus movimientos fuera-dentro volvían a desembocar en acciones de puntos –tal y como sucedió frente al Numancia–.
El descontrol del que Rubi rehuyó
Foto: losblanquillos.com
Todo parecía marchar al ritmo de la salsa choke que danzó Mojica tras conseguir el tercer gol –primero de su cuenta particular en Valladolid- hasta la inclusión, después del descanso, de Jorge Díaz y Cidoncha por parte del Albacete. El cambio retrasó al mediocentro Edu Ramos al centro de la zaga –en sustitución de Gonzalo-, otorgó a Cidoncha el timón del centro del campo y a Díaz la responsabilidad del desborde, de la confusión que no había reinado durante los primeros 45 minutos porque el Real Valladolid lo había evitado.
Con todo, a los siete minutos de la reanudación Bergdich hacía su segundo gol y ampliaba la renta hasta el uno a cuatro, una tesitura que hacía prever la rendición definitiva del Albacete.
Entonces, Bergdich sufrió una lesión que precipitó la entrada de Omar y Jorge Díaz, tan solo cuatro minutos más tarde, convirtió un soberbio gol que abrió la fiesta al descontrol temido por Rubi. Los pucelanos perdieron la pelota y se refugiaron, replegados, en una batalla en la que recibían golpes al borde del ring como esperando a que los puños del rival sangraran de impotencia.
Rubi decidió dar entrada a Sastre por Óscar González para poblar de fuerza defensiva el mediocampo y, de este modo, esperar a que amainara el arreón del Albacete y el descontrol fuera dejando paso al sosiego de la ventaja controlada. Así fue, porque el Valladolid logró despegarse en los últimos minutos de su campo y disponer de varias oportunidades de gol.
Pero el fútbol quiso, de nuevo, alertar al Valladolid con el gol de Rubén Cruz, que anotó el tercero en el tiempo de añadido. Significó un aviso: que cualquiera puede reinar en el descontrol. Y que en el descontrol, hasta el trabajo loable puede verse empañado.