Ante la Ponferradina, el ’10’ del Real Valladolid ofreció una exhibición que no está al alcance de muchos futbolistas de la Liga Adelante

Hacer una crónica de lo ocurrido en Zorrilla sería poner palabras a los que todos visteis el pasado sábado. Solamente Jesu Domínguez sabe transformarlo en algo distinto y apetecible. Por eso él manda y yo le hago la pelota en cuanto me deja escribir un texto. La verdad es que lo bordo, no como el protagonista de ‘Fargo’, pero casi.
Lo que sí me apetece esta semana es hablar de Óscar González. Quedan pocos mediapuntas clásicos, de esos que lucen el ’10’ en la espalda y trotan por el campo esperando que el balón les llegue por inercia o necesidad. Óscar es uno de ellos. Pasa inadvertido en muchas acciones, pero solo hasta que sus botas rozan el esférico y el escenario cambia. Se inventa una banda sonora perfecta, como Ludovico Einaudi en ‘Intocable’.
Salvando las distancias, me recuerda a Guti, con la diferencia de que Óscar tiene defensores y detractores, mientras que el exmadridista tenía detractores entre sus defensores. Cosas de genios, supongo.
Guti veía el final cuando apenas habíamos saboreado el principio. Sus pases se celebraban más que los goles. Dos taconazos con acento francés marcaron su carrera. Pero era intermitente.
Y rebelde. Uno de esos rebeldes que jugaba porque iba sobrado de talento, no porque amase el fútbol por encima de todas las cosas. Óscar tiene calidad y magia para regalar, y también es muy irregular. Sin embargo, ¿cómo deshacerte de un futbolista que te da lo que no te dan los otros diez?
El pasado sábado, ante la Ponferradina, Óscar exhibió sus virtudes al mismo tiempo que el Valladolid expuso sus defectos. Quizá por eso el empate duele menos. El Pucela mostró carencias arriba y falta de velocidad en algunas fases, pero el ’10’ regaló una versión tan cercana al sobresaliente que uno sale del partido mezclando el enfado por el resultado con el dulce sabor de un crack mayúsculo. Incluso duele menos el fallo de Óscar Díaz, porque tardas dos segundos en recordar cómo llegó el balón hasta ahí. Y llegó con sutileza, como las caricias de dos enamorados antes de que lo racional desaparezca.
Mi primo Ricardo y yo solemos discutir mucho con nuestros ‘vecinos’ de Zorrilla. Acostumbrados a aquel fútbol total en el que solo había defensa y ataque, la figura de Óscar es, para ellos, extraña. ¿Cómo puede haber un tío capaz de cambiar la velocidad del partido con un movimiento de pies y un giro de cuello? Parece que les indigna. Como si estuvieran viendo los primeros sesenta minutos de ‘Perdida’ en lugar de esperarse a disfrutar de la extraordinaria recta final con la perturbadora figura de Amy Dunne seduciendo a los cinéfilos.
Al final, y volviendo a Óscar, me queda la sensación de que la afición del Valladolid no lo valora. Y por afición me refiero a los fieles, no a muchos de los que van a la Plaza Mayor a festejar los éxitos y luego piensan que el Pucela es un friki que ha entrado en Gran Hermano.
El día que Óscar no esté, Zorrilla añorará los destellos geniales de un jugador que parece irrepetible. No por bueno o malo, sino por diferente. El día que no esté, la pelota no llegará son sutileza al delantero y los desmarques en diagonal serán para gente como Alcatraz en la Avenida Salamanca. Esperemos que Óscar tarde en decir adiós.