Aficionados del Real Valladolid y del Real Oviedo recuerdan el encuentro con el que nació la hermandad que hoy les une
Por Paula Canal y Rebeca Díez
Las caras de los jugadores, cuando iban al fondo a celebrar los goles era de una alegría plena, la misma de los aficionados del Real Valladolid que de forma masiva se desplazaron hasta el Carlos Tartiere aquel diecinueve de mayo de 1996. Ese día nació la relación de fraternidad que hoy mantienen las aficiones carbayona y blanquivioleta. Pero, ¿por qué, si, decíamos, unos estaban alegres y a los otros se les debía suponer tristes por el resultado?
El caso es que el Oviedo no se jugaba nada. Había ganado en su última visita al Sevilla y el equipo entonces dirigido por Vicente Cantatore estaba en plena pelea con el Sporting de Gijón, entre otros.
El Pucela necesitaba ganar para evitar el descenso directo y jugarse la promoción en casa en el último partido. Y ganó. Vaya si ganó. Por tres a ocho, nada menos; una de las mayores goleadas del Pucela en toda su historia.
La federación de peñas, el propio club y la afición se unieron para que las gradas del Tartiere se tiñeran de blanco y violeta aquella jornada. Rafael Vaquero quien todavía conserva –junto a los recuerdos de aquel viaje– la entrada que le hacía estar presente entre esa multitud, recuerda el buen ambiente que se respiraba, incluso en los prolegómenos al encuentro. «Después de los típicos paseos mañaneros en la ciudad a la que vas, comimos una fabada cerca del estadio, que esa sí que no se me olvidará nunca», saborea este aficionado al igual que en las horas siguientes, hiciera con la victoria de su equipo.
Recuerdos más imprecisos los de Panu a razón de la edad con la que hizo el primero de una larga lista de viajes por el Real Valladolid. Un viaje para no olvidar, tal y como él reconoce, para ver al equipo de su ciudad enfrentarse con su segundo equipo, el Real Oviedo. Recuerda, eso sí, que Marcos Fernández le regaló un pin con el escudo del Real Valladolid. Durante el día, carbayones y blanquivioletas se juntaron en la calle Gascona, y luego en el campo, aunque separados, terminaron unidos.
«Nos situaron en el fondo en que atacó el Real Oviedo en el primer tiempo», ubica Rafael Vaquero para comenzar a narrar la crónica de un partido que casi todos conocen. Caras largas en esa primera mitad, malas sensaciones consolidadas por una idea clara. Al descanso, y con el electrónico en desventaja, el Real Valladolid estaba prácticamente en Segunda.
Todo cambió cuando regresaron los jugadores de la charla del descanso. A partir de ahí, el partido fue un escándalo. Dos jugadores del Real Oviedo fueron expulsados y a su retirada a vestuarios, la afición carbayona les acompañaba con gritos de «otro, otro».
Y es que en el fútbol se dan dos enfrentamientos. Un equipo local contra el visitante, la primera afición contra la segunda. Y el árbitro contra sus propias decisiones. Este último, sumado a lo anterior, fue el gran protagonista de aquella goleada. Peternac fue el héroe blanquivioleta, compartiendo méritos con un Japón Sevilla, que ayudó señalando varias penas máximas.
«Hubo un rato al final que no nos daba tiempo a celebrar los goles», sonríe ahora Rafael Vaquero al encadenar –como las sonrisas– los goles, hasta ocho, cuatro de ellos desde los once metros, que celebraron en los últimos minutos de un partido para no olvidar, al que el delantero croata contribuyó con cinco goles y ‘Mami’ Quevedo con tres.
Gritos de «Pucela, Pucela» de la afición ovetense, emociones compartidas entre la pucelana y los jugadores, que subieron a las gradas del Tartiere, y un montón de recuerdos. «Una señora asturiana me cambió su gorra del Real Oviedo por mi bufanda del Pucela», finaliza Panu quien reconoce que prácticamente, fue ahí cuando empezó el violeta a latir fuerte en su corazón.
Un partido «de comedia»
Para la hinchada carbayona, si algún adjetivo encaja a la perfección con aquel 3-8, es el de desconcertante. Tras una mala temporada, el Real Oviedo estaba matemáticamente salvado. «La afición estaba muy enganchada con el equipo», afirma Pablo, un aficionado que acudió a aquel partido. «Se había confiado en la cantera y teníamos un buen entrenador, aunque no tenía mucho nombre».
Ambos equipos tenían en su plantilla grandes jugadores. «El Oviedo contaba con Pedro Alberto, Jerkan, Dubovsky… y el Valladolid tenía grandes estrellas como Peternac o Torres Gómez», recuerda Pablo. Los ovetenes «habían ganado muchos partidos fuera, aunque en casa era más complicado».
Aquella tarde ningún aficionado, ya fuese pucelano o carbayón, podía esperarse aquello. «Recuerdo que íbamos contentos al Tartiere porque ya se tenía la permanencia y no nos jugábamos nada en aquel partido». Aunque el colegiado Japón Sevilla se llevó todo el protagonismo pitando seis penaltis, esto no empañó la fiesta. «El árbitro se pasó pitando todos aquellos penaltis. Al final, terminamos aplaudiendo los goles y celebrándolos con la afición del Valladolid». Así surgió un hermanamiento que vivirá una nueva edición este domingo en Zorrilla.