Javi Varas se granjeó gran fama al erigirse un muro imbatible para Lío Messi en octubre de 2011
Recientemente, los argentinos han tenido a bien zanjar el debate sobre quién es más grande, si Pelé o Maradona, en forma de canción. Se decantaban por lo suyo, claro, por el orgullo de una nación que chapoteó en Copacabana y acarició la gloria en Maracaná este mismo verano, comandada por un rosarino, de donde, dicen, son las mujeres más lindas del país y la bandera de la madre patria.
Ese pequeño, de nombre Lío, es un ídolo en el Parque de la Independencia aun cuando apenas vistió la rojinegra de ‘La Lepra’. Gambeteó con la remera de Newell’s más bien poco, siendo niño, y luego dio el salto para convertirse en el más grande. ¿El más grande? Bueno, un brasileño podría discrepar. Y, ciertamente, al final no pudo traer la copa, como decía la canción, pero…
Allá, en Santa Fe, lo bancan a morir. Y es mucho decir de una hinchada, la leprosa, que hizo el aguante durante un puñado de partidos al citado Maradona. Pero, ¿cómo discutir a una doce que disfrutó también de Gerardo Martino o de Marcelo Bielsa? A lo mejor si fueran canallas –así se denomina a la gente de Rosario Central–… Definitivamente sí, la gente de Ñuls sabe de fútbol.
Pero aquí no hemos venido a gritar «Newell’s, carajo!» (que podríamos), sino a hablar de un tipo que vivió su noche de mayor gloria ante ese pequeño genio que alumbró La Lepra. Un tipo llamado Javi Varas, que acaba de fichar por el Real Valladolid, del que es ya, al menos sobre el papel, uno de los jugadores franquicia y de los señalados para liderar al equipo en su afán de volver a la Primera División.
Aquella noche, la del veintidós de octubre de 2011, nació una leyenda que luego sería de guantes de barro, pues nunca fue capaz de constatar tanta grandeza. Lo que no quiere decir que no sea un buen guardameta. Pero es que si fuera tan bueno como aquel día pareció, probablemente su talla no sería cogida por un sastre blanquivioleta, sino por uno de esos que desfilan en las mejores pasarelas de Europa.
Tuvo mérito desquiciar a aquel Leo. Cuando la temporada acabó, lo hizo con nada menos que 73 goles en su casillero, y ninguno fue ante él. Se las paró de todos los colores, hasta un penalti a los tres minutos de la prolongación, cometido por Fazio. Y no solo lo paró a él, también a Iniesta o a Villa; a un Barcelona, el mejor de la historia, el de Pep Guardiola, que empezó a despedirse ese día de octubre.
Rápido de pies y manos, intuitivo a la hora de salir de su puerta; un gato. Eso fue Varas aquella noche en el Camp Nou. Excelso, humanizó al extraterrestre siempre agasajado; gritó al mundo –como Argentina en Brasil– que sí, que Messi, a pesar de los títulos y los récords, es humano; aunque sea el menos humano de los futbolistas. El culmen fue esa pena máxima, lanzada a la izquierda, bien colocada, como él estuvo en los noventa minutos.
¿Y después? Solo retazos. O por lo menos sombras de aquella noche, que, lejos de hacerle un favor, le acabó pesando. ¿Por qué? Por lo comentado con anterioridad: porque no era tan grande como se mostró. Probablemente, porque nadie lo sea. Pero lo es, solo que el azar, dichoso, ha mirado para otro lado a su paso.
Avatares del destino, al año siguiente de su gran gesta acabó en el Real Club Celta, donde gustó, y mucho. Fue un pilar básico en la salvación sellada en Zorrilla, ante los penúltimos soldados de Djukic, aunque luego le tocó volver al Sevilla; a la (casi) nada. Jugó en Europa y Copa, cuatro ratos en la Liga y de nuevo fue señalado; «estás nominado». Por el Real Valladolid firma para volver a ser (casi) todo. Para demostrar que lo que pudo ser quizá no fue y quizá no sea, pero sí algo a medio camino entre el mito y la leyenda.