Esta es la historia de Jesús. O la de María y su amiga. O la del abuelo que va con su nieto. La historia de todos. Dedicada a todos esos que sienten los colores blanquivioletas

El autocar estaba a punto de arrancar. Una jornada más, ese autocar con un asiento vacío, iba a emprender el largo camino hacia el estadio de tu equipo. Daba igual quien viniera al feudo vallisoletano. Tú acudías con la misma ilusión de siempre a animar a ese equipo por el que te dejarías la voz. El asiento vacío que estaba a tu lado se iba a ocupar. Y tu cara se iba a iluminar. Escuchas una voz ronca toser a tu lado. Llega tarde, pero fiel a la cita. Hubo un tiempo en el que no se perdía ninguna. Media España se ha recorrido vistiendo esa misma camiseta que ese día llevaba bajo unas cuantas capas de ropa que, empero, no habían conseguido evitar un nuevo resfriado. A su edad, el frío de una noche en Zorrilla se vuelve terrible.
Cuando él se sentaba a tu lado, el camino se hacía corto. Demasiado corto para una persona que tiene tanto que escuchar, de la mano de un hombre que tiene mucho que contar. Sus ojos brillaban de una manera especial. Aunque siempre se iluminaran cuando la salud le daba una tregua y podía animar en directo a su Real Valladolid. Pero sabía que algo pasaba por su cabeza. O más bien por su corazón. No tuve que preguntarle. Él es de aquella clase de persona que responde antes incluso de que le pregunten. «¿Sabes? Cada año le digo a mi mujer que este es el último año que soy socio del Real Valladolid». Sonríe y sonrío. Ambos sabemos que aquella afirmación que hacía era mentira. Tuve que felicitarle. Este año celebran las bodas de oro.
Seguramente lo hayan leído. Un periodista le preguntó a un matrimonio que cómo se las habían arreglado para haber estado tanto tiempo juntos. Seguramente, con una sonrisa en la cara, respondió que nacieron en un tiempo en el que si algo se rompía, se arreglaba, no se tiraba a la basura. Seguramente, esas palabras salieron desde el corazón de aquel matrimonio. Han leído bien, desde uno solo. Porque cuando dijeron ‘hasta que la muerte nos separe’ sus corazones empezaron a latir al mismo compás.
Les va a parecer raro. Pero sí, existe una generación en nuestro país que conoce el verdadero significado del amor. Afortunados ellos. Y eso que el amor es frágil. Existe una generación, como les decía, de personas que en el instante en el que dan el sí quiero, lo dan para toda la vida.
Hablando en blanquivioleta
No es necesario que caigamos en el erróneo refrán que dice que todo tiempo pasado fue mejor. Porque el pasado tiene también muchas deudas con el presente. Tal y como él dice, la verdad innegable es que la vida de las personas se apoya sobre ciertas circunstancias en las que hay rupturas.
Y ahí aparecen las opciones. Reparar o tirar a la basura. Da igual del tipo de amor al que te refieras. Al fin y al cabo, amas. Cada opción tiene su precio. Reparar supone persistir sobre lo estable aunque no siempre quede igual. Tirar a la basura conlleva mantenerse sobre la fugacidad de la vida y cosechar frustración tras frustración.
Vivimos en un mundo en el que el amor se encuentra bajo amenaza. Nos acostumbramos a pensar que todo es desechable, que al primer fallo lo abandonamos, lo tiramos a la basura, y nos conseguimos otro. Nos evitamos el esfuerzo de arreglar las cosas. Evitamos el esfuerzo de creer que, verdaderamente, se puede salir de ese tropiezo. Aunque, cuando se trata del Real Valladolid, la cosa cambia. Sabemos que, si tantas veces lo ha hecho, el Pucela volverá a salir.
El trayecto se acababa. Y aquel día tuve el valor de preguntarle algo que me venía rondando la cabeza desde hace tiempo. No soy de quedarme con la duda, y él tampoco de quedarse con historias que contar. Por fin, me atreví a preguntarle por qué llevaba a su espalda el número uno, sin ningún nombre. Me dijo que ese número uno era el Real Valladolid. Ya llegamos. Hace frío. El día que el Real Valladolid muera, él morirá días después. De eso, de frío, dice.