El alemán rompe su vinculación con la entidad blanquivioleta, que terminaba el treinta de junio, para jugar en el Spartak de Moscú ruso. El club anuncia que interpondrá una demanda
Patrick Ebert ha rescindido unilateralmente el contrato que lo vinculaba al Real Valladolid hasta el treinta de junio, después de que en los últimos días haya entrenado en solitario y viajado a Rusia para negociar su incorporación al Spartak de Moscú —ya oficial—, sin consentimiento de la entidad presidida por Carlos Suárez. A consecuencia de la rescisión, el club castellano ha comunicado que ejercerá las acciones legales pertinentes.
Probablemente, el dicho de «es de bien nacidos ser agradecidos» se incluya dentro de la llamada Marca España. Aquello de lo que estamos orgullosos. Y no hemos sabido exportarlo. Probablemente sea Alemania, en estos momentos, el país donde más necesario hubiera sido. En concreto, Potsdam. Allí vieron nacer a nuestro protagonista, un jugador que abandonaba su tierra y llegaba a tierras pucelanas con una gran oportunidad en su maleta.
La oportunidad de crecer en un equipo, que a pesar de no ser uno de los ‘grandes’ de la liga española, olvidaba su pasado y le brindaba un futuro en el presente. Aterrizó en Valladolid, por aquel gran año del 2012, el del ascenso en el Nuevo José Zorrilla que todos llevamos grabado en la mente. Y –también– en el corazón blanquivioleta. Por eso de que este no se separa de la razón.
Afición y club estaban seguros de que aquel ‘niño malo’ iba a asentar por fin la cabeza; que iba a centrarse en el fútbol. Que iba a darlo todo por unos colores. Por una ciudad. Por un sentimiento. Por el Real Valladolid.
En su primer año en la capital del Pisuerga se hizo un hueco como aquella estrella que, lejos de ser el Sol, lograba iluminar a unos pocos. Bajo las órdenes de Miroslav Djukic, se convirtió en una de las revelaciones, no solo del club pucelano, sino de la campaña en la Liga BBVA. Aquel chaval de veinticinco años demostraba su calidad en el terreno de juego, donde cada vez que salía se dejaba el aliento. El problema llegó cuando se lo empezó a creer.
Por su cabeza seguía la idea de crecer, pero esta vez en un club ‘grande’. Y, de la misma manera que llegaron las ofertas, se esfumaron. De la misma forma que aparecían y desaparecían sus buenos momentos en el campo, sus ganas de sumar, de luchar, de disputar cada balón; de jugar. De la misma forma que aparecían lesiones que le apartaban de los partidos en los que más se le necesitaba. Ya no era el serbio el que estaba ahí para ver cómo mejoraba día a día. Ahora era Juan Ignacio Martínez el que veía una estrella estrellada.
Por su cabeza ya no pasaba nada desde hacía tiempo. Y decidió que era el momento de desvincularse de un club que le regaló una gran oportunidad en la maleta en la que no tenía nada. Probablemente Patrick Ebert no sepa lo que significa el dicho del principio. Probablemente nunca llegue a entender lo que significa darlo todo por un equipo, por una ciudad. Probablemente, ni el Ebert del pasado, ni el del presente ni el del futuro, entiendan alguna vez lo que significa llevar en su pecho el escudo del Real Valladolid.
‘Peculiar’ desde el primer día
Cuando Patrick Ebert arribó a Pucela, lo hizo de golpe, como un gran desconocido, sin que su nombre estuviera en una sola de las quinielas de refuerzos. Venía, decían, rebotado de varias malas experiencias en el fútbol alemán. Y, como se vio en su presentación, con algún que otro kilo de más; nada que pudiera preocupar demasiado, teniendo en cuenta su previa inactividad y que el equipo se encontraba en pretemporada.
Desde la primera sesión física se le vio comandar el grupo junto a Jorge Pesca, Javier Baraja o Mikel Balenziaga y, cuando el balón se convertía en el elemento básico del entrenamiento, su calidad empezó a palparse. Aunque también su carácter ‘particular’, ya que en sus primeros ejercicios se permitió el ‘lujo’ de mofarse de un mal pase de Miroslav Djukic. Como los kilos de más, nada grave.
En su segunda comparecencia, primera tras su presentación, explicó que quería ser un ‘nuevo’ Ebert, que pronto llegaría su novia y que no salía más que a comer o cenar. Aunque, bueno, «si ganamos…», matizó entre risas. Y lo hicieron. Vaya si lo hicieron. Y, claro… A la vez que su fútbol brillaba, se convertía en estrella también fuera del campo.
Conocidas eran sus salidas en Madrid, junto a un Mesut Özil con el que mantenía –y mantiene– una gran relación. Primero, las noches de Champions. Luego, alguna más. Nada que no sucediera otros años y con otros protagonistas, dicho sea de paso. Ni notorio, parecía, ya que el rendimiento en el verde acompañaba y, bueno, «Alen Peternac también salía».
Entonces, a finales de marzo, mantuvo su más que conocida reunión con José Luis Pérez Caminero, director deportivo del Atlético de Madrid, y el morro de los que quitaban hierro a cualquier asunto que tuviera que ver con el teutón se empezó a torcer. Óscar Fernández, ‘La Mona’, utillero del primer equipo, fue despedido por ejercer de chófer y readmitido hasta junio tras la mediación del vestuario, que empezó a ver al alemán con peores ojos.
Por no hablar de aquella ocasión en la que fue a entrenar con molestias, recibió el día libre y volvió a su casa, en Parquesol, en bicicleta. Coincidente en el tiempo con este hecho –aunque no desencadenante de ella– es la siguiente afirmación, hecha en petit comité, por un excomponente del cuerpo técnico: «Nunca he tratado con un jugador tan peculiar«.
Verano movido; alemán inmóvil
En su primera temporada como blanquivioleta, jugó veintitrés partidos y marcó seis goles. Y no fueron más por sus incesantes problemas físicos. Pero, en fin, llegó el verano y la sensación con respecto a su futuro era que ya no sería el blanco y violeta. Se habló de nuevo del Atlético de Madrid, del Sevilla y del Valencia, principalmente, aunque también de que su mercado podía estar fuera. Pero, al final, nada.
Comenzó un nuevo curso y, de cara a la galería, mostró varios gestos de presunto compromiso. Y como hizo varios goles —tres en los trece partidos en los que jugó en Liga— e incluso hizo una llamada pública a la unidad y el esfuerzo, parecía que sí, que estaba realmente focused (centrado), como afirmó recientemente.
Entonces, de pronto, volvieron a aparecer los repentinos y molestos problemas físicos. Y alguien empezó a dudar, recordando que la temporada pasada dijo en una ocasión que no estaba para jugar demasiado. Hoy me duele aquí, mañana tengo gripe… y pasado, me expulsan contra el Almería. Más dudas. Disipadas todas cuando se ‘borra’ antes del partido contra el Villarreal. De centrado, nada; se quiere ir. Y el vestuario, y el entorno, son un clamor: que se vaya (pero que pague).
Y así ha sido. Se va. O se ha ido. O… Cierra su etapa en el Real Valladolid después de demostrar ser un grandísimo jugador, uno de los mejores en su puesto en Primera División. Pero, también, como alguien de carácter díscolo, individualista, que ha pensado más en el bien personal que en el conjunto y que ha llegado a provocar hartazgo entre quienes lo rodeaban. Alguien a quien, a pesar de su rendimiento ocasional, no duele decir adiós.