La dudosa adaptación de los fichajes de verano, el estado físico de figuras trascendentes, la inestabilidad en el ideario de juego y la carencia en posiciones determinadas han dañado al Real Valladolid

La música no cambia el tono, mismo estribillo rutinario, se encadenan las notas como el grupo Jarabe de Palo. La obstinación en alcanzar el tesoro del gol sin pensar en el trazado más recomendado; desesperación hipocondríaca por verse desnudos y cazados, con las manos alzadas, sin argumentos en su defensa. El Real Valladolid ha obtenido dieciséis puntos en la primera vuelta, lo que supone el registro más pobre a la finalización de la primera mitad del campeonato de Liga desde la temporada 1995/96 cuando, de la mano del actual técnico del Nápoles, Rafa Benítez, los blanquivioletas alcanzaron solo catorce puntos.
¿Por qué tan mal? El Valladolid no ha conseguido descubrir siquiera una cloaca, aunque se rasgue el juego de combinación, por donde escapar del putrefacto habitáculo en el que la voz crítica le espeta por el cambio y recuerda el deshonor que desvelaría la rendición a deshora. Varios factores, condicionantes y desdichas han atrapado al equipo blanquivioleta entre los barrotes de la demencia, donde aún dispone de tiempo para escabullirse.
1. Los contratiempos físicos han lastrado desde el comienzo la estructura de Juan Ignacio Martínez
Desde su llegada, Martínez ha debido lidiar con severos problemas en el apartado físico de la plantilla. Pese al descanso disfrutado por los futbolistas que habían atrapado, antes de lo corriente, la salvación, algunos como Víctor Pérez o Daniel Larsson padecían, enganchadas como una rémora, molestias musculares que retrasaron su incorporación a los intensos y agotadores entrenamientos que el equipo técnico había desarrollado en la pretemporada.
Con la competición en marcha, sin noticias de Víctor ni Larsson –aunque el sueco fue incorporándose progresivamente y ha participado en diez de los diecinueve partidos de Liga-, los obstáculos se acumulaban, porque Álvaro Rubio, el faro en la creación y el equilibrio, también sufría achaques musculares que ponían a Martínez en la tesitura de buscar rotaciones poco empleadas en el doble pivote.
El juego del Real Valladolid, tanto en Segunda División como en la temporada precedente, ha dependido muy especialmente de la disponibilidad de Óscar, Rubio y Víctor Pérez. Ninguno de los tres, en amplia medida como resultado de las lesiones, ha impuesto aún la categoría que posee.
Víctor Pérez, el mediocentro de la calma y el rigor, no ha debutado en competición doméstica hasta la última semana de un terrible 2013 para él. En septiembre, sufrió una fisura en la tibia de la pierna izquierda que le llevó directamente al quirófano para, desde entonces, cumplir dos meses y medio de recuperación –con una previsión de tres-. Un año horribilis marcado a fuego por la lesión de peroné, que, desde enero de 2013, ha bloqueado la progresión del volante en Primera División.
La lesión de Óscar ha agitado más opiniones y análisis, además de convertirse en una batalla perdida para el cuerpo médico del club castellano. En septiembre, en la víspera del partido ante el Atlético de Madrid, el mediapunta sufrió una «microfractura trabecular en la meseta tibial externa» de la pierna izquierda. Una fisura diagnosticada como una «contusión» que el tiempo, una recaída y la ausencia de mejoría demostró no serlo.
En consecuencia, Óscar pidió una segunda opinión médica, mientras continuaba apartado del escenario donde más puede ayudar a sus compañeros. La falta del ’10’, máximo goleador del cuadro pucelano la campaña anterior, ha variado los esquemas del técnico alicantino, un hueco expuesto entre la media y la delantera. El principal damnificado ha sido el juego.
2. El rendimiento de algunos titulares de la temporada pasada ha descendido, en armonía con el nivel general de la plantilla
Emular el tiempo pasado se vislumbra como un reto agigantado y deslizante, como intentar trepar por una montaña de agua. El grupo, prácticamente idéntico, ha visto marcharse a uno de los laterales con mayor tesón defensivo, Mikel Balenziaga, y al parpadeante mago de la inconsistencia, Alberto Bueno. Pero las vértebras que sujetan al escudo del laurel, aun dañadas, no se derrumban.
Evaluar el rendimiento de Óscar en sus primeras intervenciones después del retorno a las convocatorias podría ser un acto de injusticia, aunque resulta cierto que no ha obtenido el impacto que, por su calidad inusual, se espera. Si el ’10’ se fortalece en la frontal del área, ejerce como lanzador en los ataques rápidos y adquiere fe en el disparo, la versión del Óscar de la 2012/13 se verá más cercana.
La preocupación más intensa de Juan Ignacio, extrapolada también al resto del equipo, en deducción a las declaraciones de uno de los estandartes del vestuario como es Javier Baraja, habita en la debilidad exhibida por la defensa del Real Valladolid -y el sistema defensivo del bloque-. En la primera vuelta del campeonato, ha encajado 33 goles, cuatro goleadas y dos tormentosas, ante el Espanyol y el Granada.
La zaga blanquivioleta se erigió, en el regreso a la élite del Real Valladolid, en la línea más fiable y regular del equipo. Segura, concedía pocos tantos, escondía sus imperfecciones y acumulaba halagos. En la actualidad, las carencias han reflotado con la ejecución de errores ingenuos que han condicionado la estabilidad del equipo.
Desaciertos impropios cometidos por la zaga blanquivioleta, sumados al empeoramiento de nivel de uno de los defensas que culminó el año pasado un campeonato más reseñable, Jesús Rueda, y la ausencia de rotación efectiva que sostenga, con firmeza, la tensión competitiva de los centrales, se ha revelado como uno de los focos más intensos de insomnio del cuerpo técnico.
Durante el mercado invernal, emprender el rastreo de un central se hace indispensable para recobrar la competitividad en la línea defensiva.
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