La rotura de fibras de Álvaro Rubio revuelve las ideas de Juan Ignacio para afrontar el duelo con el Atlético de Madrid. Sastre deberá sostener el balance defensivo del Real Valladolid.
Juan Ignacio Martínez es conocedor de que, con la ausencia de un creador como Víctor Pérez y uno de los futbolistas que mejor ha iniciado la temporada con el Real Valladolid, Marc Valiente, no dispone del potencial mejor once. El bloque continúa asentando conceptos defensivos que han redundado, por lo pronto, en dos partidos de forma consecutiva en los que Diego Mariño no ha encajado ningún gol.
En paralelo al repliegue defensivo mejorado respecto a la anterior temporada y a la ubicación del equipo albivioleta de dos líneas de cuatro en defensa, que intentan apagar el espacio y el tiempo para el talento rival, Juan Ignacio preconiza la salida central de balón gracias a las cualidades técnicas de sus centrales -Valiente y Rueda presentan unas estadísticas en pases que rebasan el 80 % de fiabilidad-.
Pero sin Álvaro Rubio frente al Atlético de Arda, Koke y Diego Costa, el juego se trastoca, porque el apoyo sistemático a los centrales para edificar el ataque posicional desaparece y el molesto pressing colchonero obliga a rebuscar otros canales para conquistar campo rival.
Ante la incomparecencia de dos de los elementos más fundamentales en el ideario del entrenador alicantino, el Real Valladolid debe reconfigurar su sistema para subsistir en el escenario selvático y peligrosísimo construido por ‘El Cholo’ Simeone.
El sistema más concebible para solventar con la máxima naturalidad posible la baja de Rubio es el 1-4-2-3-1 en el que Sastre se ubique por detrás de su compañero en la creación, Fausto Rossi, para ejecutar las coberturas a los interiores y laterales –en especial a Bergdich, muy dado a barrer la cal y buscar el 1×1 con el lateral rival- e intentar cuidar su propia espalda del trabajo ofensivo de futbolistas como Turan o Costa -situación en la que Sastre puede sufrir más y que originará un apoyo más intenso de los defensas pucelanos-.
Sin embargo, el sostén defensivo pucelano languidece sin la presencia del mejor mediocentro posicional de la plantilla y del central que se encuentra, probablemente, a un nivel más alto, lo que sugiere otras disposiciones que contrarresten esta adversidad.
El redactor de nuestro sitio web, Jesús Zalama, en respuesta a la inoportuna lesión de Rubio, sacó a relucir la idea de emplear una defensa de tres centrales –Heinz, Peña y Rueda- que se reforzaría en los costados por Bergdich y Rukavina, carrileros con vuelo suficiente para lateralizar la salida de balón. El dibujo se asemejaría a un 1-3-5-2 en ataque, en el que Sastre cubriría la espalda de Rossi, formando un triángulo con el internacional sub-21 italiano y Óscar González y otorgando la responsabilidad del gol al tándem Manucho-Javi Guerra.
Cuando el Atlético golpeara al contraataque o en estático -menos habitual-, la muralla blanquivioleta estaría reforzara por un hombre más, que dificultaría el juego entre líneas de Arda y Koke. La transición defensa-ataque llevaría, casi de forma inexorable, a una salida de balón lateral reforzada por la colocación de Bergdich y, sobre todo, Toni Rukavina, a una mayor altura.
Con la colocación de dos delanteros, la producción ofensiva por bandas, espoleada por la responsabilidad en salida de los laterales, podría aumentar al unísono de un juego vertical que aleje el balón de la forma más vertiginosa posible de la zona de peligro blanquivioleta.
Las características de Manucho, en un sistema así, ayudan a legitimar la creación de segundas jugadas en las que Óscar, como llegador, ha demostrado una cuota goleadora notable. El angoleño sería la boya alrededor de la que nadaría el resto de hombres de ataque, pues fijaría a los físicos centrales colchoneros y permitiría el vuelo de Guerra y la segunda línea de cara a portería, a sus espaldas.
Otra opción llevaría a Óscar al flanco izquierdo -aunque él exhibe su mejor fútbol en mediapunta- y daría peso a Omar en la banda derecha -en sustitución de Manucho-, donde generaría por dentro a raíz de sus diagonales y abriría el carril a Antonio Rukavina. De esta forma, la verticalidad se vería reducida y se facilitaría el protagonismo de las asociaciones interiores, en las que Guerra cumpliría un papel significativo.
No obstante, parece más probable que el planteamiento de Juan Ignacio pase por confiar a Sastre el rol de Álvaro, entregar galones al talento bianconero en la elaboración y hallar en los carriles exteriores la vía de escape frente a la tempestad del cholismo.