El Málaga porfía buena parte de su éxito en labores defensivas a Weligton, Demichelis y el recién llegado Diego Lugano, quienes, pese a su edad y fama, convierte a la pareja de centrales malacitana, juegue quien juegue, en una de las más solventes de la Liga.

John Scofield invita a una guitarra a hablar. El tipo, virtuoso, logra que su compañera escupa arte, como si las notas fuesen esputos pintados de jazz. Y es que de hecho lo son. Aunque la canción que suena fuera originariamente concebida para ser cantada por coros afroamericanos en iglesias de gritos y películas.
Es, ‘The old ship op Zion’, una joya en sí misma. Interpretada por negros cuyo day parece ser siempre happy, por norma, pero especialmente lustrosa en los dedos del músico de Ohio. Tanto, que no da la sensación de ser lo que realmente es. Más que ser compañera de un pastor, bien parece el perro lazarillo del diablo. Y he ahí la muestra de virtuosismo, en la capacidad de jugar al engaño del citado guitarrista.
No hay festival de jazz con cierto nombre en todo el mundo por el que Scofield y su guitarra parlante no hayan pasado. Y es lógico. Porque quien vale para jugar, vale. Aunque convierta en pecado algo puro como la canción del viejo barco. Pero, en el fútbol, por el contrario, cuando eres religioso practicante con cara de malo, el gran público te señala como si fueras algún tipo de animal extraño; como si la ruda apariencia fuera un eximente para considerar el corazoncito futbolero.
Aunque, claro, en cierto modo, es lógico. Uno ve defender tan atrás al Málaga de ‘El Ingeniero’, con tíos como Weligton y Demichelis, y… Pero la apariencia, en ocasiones, es solo eso. Como se dijo de la canción gospel versionada por el intérprete de jazz, en el modo de revestir el arte se halla el virtuosismo, aunque sin que el sentir de este cambie. O, dicho de otro modo. El religioso lo es aunque sus notas las escupa el diablo del mismo modo que el buen pelotero no es menos por ser grande o, cuando se tercie, industrial.
La solvencia defensiva del conjunto malacitano está fuera de toda duda, en parte por la propia zaga y en buena medida por el savoir faire de Willy Caballero. Su manera de defender, cerquita del área propia, puede convertir al equipo en largo, mas no importa: es ahí donde los de Pellegrini se sienten a gusto, aguardando, invitando a que sean otros quienes corran. Y mostrándose de pierna dura, como se dice en el argot.
El achique en corto y la dureza -no confundir con agresividad y violencia- que llevan poniendo en práctica Weligton y Demichelis desde el inicio de campaña ha encontrado la sublimación del modelo defensivo con la llegada en el mercado invernal de un tercer elemento, el uruguayo Diego Lugano, un competidor nato que, como el brasileño y el argentino entiende mejor su labor si detrás hay pocos metros.
Algo más que dos zagueros duros
En contra del manido dicho, no siempre las apariencias engañan. Aunque a veces conviene matizarlas. Porque en cierto modo es lógico que el aficionado medio, a simple vista, crea que los centrales malagueños son simples armarios, juegue quien juegue. Cosas del físico. E incluso, de alguna manera, del juego. Aunque, sin ir más lejos, Martín Demichelis no es solamente un tipo duro.
El carácter extremadamente competitivo de ‘Micho’ le juega en ocasiones malas pasadas. Recio y fuerte, se muestra seguro por alto y se maneja en el área con soltura. Pero, además, no está exento de técnica y visión de juego, lo que le permite desenvolverse con cierta destreza en la zona ancha. Y el plus, en esos casos, lo da en labores defensivas, aunque su capacidad para encontrar líneas de pase nada tiene que envidiar a las de Camacho o Iturra.
Cuando el argentino llegó a La Rosaleda, lícitamente, más de uno y más de dos dudaron. Era demasiado veterano, decían. Venía ‘rebotado’ del Bayern München, decían. Pero resultó que no, que Demichelis prefirió seguir aguerrido. Expeditivo, cuando hace falta, siempre con la robustez de un muro y, aunque en esta labor pase más desapercibido, siendo la primera opción de salida en corto del Málaga.
Dado su carisma, no cabe duda de que es el capitán general de la defensa malacitana. También por su experiencia y oficio. Aunque el brasileño Weligton no le va a la zaga, no solo por su edad, sino también por el saber estar que muestra sobre el césped. Más contundente si cabe que el cordobés, su debe se encuentra allí donde su habitual compañero de fatigas, sin hacer ruido, es capaz de destacar.
A cambio, ha ayudado echar el cierre a una zona que con el holandés Mathijsen sufría más de lo debido, gracias la solvencia que muestra en los envíos altos que provienen de los costados y a que es capaz de convertir el área en un campo de minas en el que cada explosión es una ocasión enemiga abortada en forma de balón robado o de anticipación puesta de manifiesto en la reducción de espacios de actuación del rival.
Preservar la especie
Cortado por un patrón semejante, el estadounidense Oguchi Onyewu llegó el pasado verano para preservar la especie, si bien no ha terminado de encajar en el entramado de El Ingeniero. En honor a la verdad, las lesiones le han lastrado y no ha tenido la continuidad suficiente como para asentarse, pero Europa no perdona. Inmersos en el fragor de la Champions League, además de las competiciones locales, Pellegrini precisaba otro macho alfa. Y entonces llegó Diego Lugano.
El central charrúa arribó procedente del coloso galo de los petrodólares con el anhelo de contar con los minutos negados por Carlo Ancelotti. Debido a que la puerta que daba al verde en París había estado para él tan solo entreabierta, los inicios como blanquiazul no fueron quizá los deseados, pero su condición de fajador irreductible le han permitido acoplarse ya a su nuevo equipo.
Tampoco parecía que fuera a ser difícil por un motivo: habla el mismo lenguaje que Demichelis y Weligton, lo que viene a significar que es hábil en la profesión de cancerbero -remóntense a los orígenes históricos del término, no confundir con la labor del guardameta-, en echar el cierre al área propia en corto, tanto por alto como por bajo. Y, por encima de todo, conoce el oficio.
Dicho así, la afirmación puede parecer carente de contenido. Baste decir que uno de los varios apodos con los que es conocido es ‘El Gran Capitán’. Al margen de sus excelsas condiciones de defensor, constatadas en sus experiencias en Uruguay, Brasil y Turquía, su liderazgo es condición de más para haber cerrado su cesión no ya como eventual sustituto de uno de sus dos compañeros, sino como alternativa meritoria.
Con él en el campo, Pellegrini puede pasar a ‘Micho’ al centro como acompañante de Toulalan sin rubor alguno y sin temor a que la zona trasera se resienta, no solo por lo ya comentado, sino porque, con los tres sobre el césped, el Málaga gana en consistencia defensiva y se convierte en más peligroso aún a balón parado.
A simple vista, Weligton, Lugano y Demichelis pueden parecer tres simples tipos duros. El juego malacitano, no obstante, no tiene como característica principal la dureza ni la conversión del balón largo en el Padrenuestro. Porque, igual que John Scofield puede convertir en jazz una canción gospel, ellos tres, aparentemente solo duros, pueden afinar y ser la base principal sobre la que sustentar un modelo vertebrado en la seguridad defensiva, pero cuyas extremidades son el balón y, al final, el buen fútbol.