Juan Carlos Alonso explica cuáles son, a su juicio, los tres apartados de razones por las cuales un jugador es amonestado.
Algunas de las mayores alhajas de nuestra querida tierra de Castilla son los alimentos y lanas que nos proporcionan las diferentes razas de ovejas que habitan en la región. Por desconocimiento, para los que no habitan en el campo es muy fácil pensar que el lechazo más sabroso viene de la merina y la mejor lana es de la churra, cometiendo así una confusión impropia de castellanos.
Estas confusiones son las que cometemos una semana tras otra, sin cesar, con el reglamento del fútbol. Jornada tras jornada -no hablo ya de esta pasada y el ‘affaire Aduriz’, sino en general- mezclamos churras con merinas y confundimos lo que es una tarjeta y lo que es otra.
No se entiende cómo una entrada fuerte tiene el mismo castigo que quitarse una camiseta o desplazar el balón y, por supuesto, se pone el grito en el cielo si se recibe una sanción por faltar el respeto a la máxima autoridad según el reglamento, que no es otro que el colegiado.
Las tarjetas, por definición, son la herramienta que tiene el arbitro para llevar el partido por los cauces reglamentarios. Cada motivo de amonestación ha sido previamente sometido a diferentes estudios y análisis y aceptado por el mundo futbolístico para acercarnos al deporte al reino del fair play y del respeto.
Para entender mejor el sentido y lo que persigue sancionar cada amarilla he dividido la muestra de estas cartulinas en tres bloques en función de su naturaleza, con el fin de acercarles a la esencia del reglamento.
En el primer bloque se encuentran todas aquellas tarjetas que sancionan una de las claves del deporte, el contacto, puesto que el juego puede exceder lo viril y poner en riesgo de lesión a un contrario. Aquí se encuentran los golpeos, zancadillas, patadas y demás acciones que se realizan de una forma temeraria en la disputa del balón.
El segundo bloque tiene que ver con todas las acciones que castigan el juego con las manos (cortar balón, sujetar, empujar…). Es de perogrullo decir que al fútbol se juega con los pies y toda acción en la que se utilizan las manos es muy perseguida desde aquellos debates de principio del siglo XX donde se discutía sobre su uso, y en consecuencia de los cuales muchos abandonaron el balompié con la creación del rugby.
El tercer bloque corresponde a todas las conductas que atentan contra el decoro y el juego, tales como quitarse la camiseta, simular, perder tiempo, protestar… Estas son las tarjetas que más reciben la consideración de tontas por parte de la gente del fútbol, puesto que no aportan nada de beneficio al equipo y dañan la imagen de nuestro juego.
Como ven, nada es casual; todo está medido y los castigos buscan una concordancia con las diferentes actitudes que el participante toma en el juego. No obstante, hay quien pide una mayor dureza sancionadora ante los contactos sin entender que en el juego solo se castiga una fuerza excesiva de escasa consideración con el contrario, al que puede lesionar; y, sin embargo, de manera velada pide más permisividad con otras actitudes.
Si aplicásemos esos cambios poco estudiados y analizados, nos encontraríamos con un juego donde no habría contactos por miedo a sanciones desorbitadas y, por otro lado, veríamos despelotes en los goles, delanteros tirándose con mayor frecuencia, defensas que no dejarían ejecutar con rapidez las faltas… Convertiríamos, en definitiva, el juego en algo muy difícil de seguir y practicar.
Esto último es un supuesto irreal gracias al buen resguardo que hace la International Board de sus reglas, siendo estas el ingrediente secreto para que su juego sea el más practicado. Dicho esto, como ocurrió con el rugby, si quieren inventar otras reglas, antes invéntense otro juego.