En tan solo cinco temporadas Sergio Busquets ha igualado los dieciséis títulos que consiguió su padre, Carles, entre 1988 y 1998, pero nunca se ha aprovechado de la etiqueta de «hijo de». El ’16’ del Barça destaca por ser uno de los mejores en hacer fácil lo difícil.
Sergio, nombre latino que significa ‘guardián’ o ‘protector’, fue el elegido por Carles Busquets, portero del Fútbol Club Barcelona entre 1988 y 1998, para su primogénito. Un guiño, desde recién nacido, para que su pequeño siguiera sus pasos en el mundo del fútbol. Carles debía desconocer el antiguo origen etrusco de este nombre, ‘guerrero troyano’, que es en lo que se ha convertido Sergio Busquets.
Sergio Busquets Burgos nació un dieciséis de julio de 1988 en Sabadell, dieciséis que llevará toda la vida a sus espaldas. Es el dorsal que lució su padre durante los diez años que jugó en el Barça, es el día de su cumpleaños, son los títulos que consiguió su progenitor en toda su carrera deportiva en el club azulgrana y son los trofeos que ha ganado hasta el momento. Se puede decir, así, que el dieciséis es el número fetiche de los Busquets.
Mirando los títulos que ha ganado Sergio puede parecer que lo ha tenido fácil en esto del balompié, y más siendo hijo de quien es. Pero no. La etiqueta de ‘hijo de’, de ahí que en su camiseta no lleve el apellido y solo una simple ‘B’ (inicial de sus dos apellidos), no le ha ayudado tanto como podría creerse.
De hecho, cuando tan solo era un Benjamín fue rechazado por el Barça, por lo que tuvo que probar suerte en otros equipos catalanes, UF Barberá, Unió Esportiva Lleida (donde también jugó su padre) y el Jabac de Terrasa. Hasta 2005, con diecisiete años, no ingresó en la factoría culé.
Volvió a esa edad a unos campos que ya había pisado antes cuando era un loco bajito y acompañaba, los sábados, a papá al entreno; allí donde tuvo la oportunidad de ver al Dream Team de Cruyff. La imaginación del pequeño Sergio echaba a volar, se creía uno de ellos. Un astro del fútbol en uno de los mejores equipos del mundo. Un sueño de infancia que años después se terminó convirtiendo en realidad. No jugó en el Dream Team, pero lo hizo en el Pep Team, ése que consiguió un triplete histórico.
2008: el año
Si el dieciséis es su número, 2008 fue su año, el que marca un antes y un después en el devenir profesional de Sergio. En verano de 2008, cuando Busquets tenía pensado echar una mano a su tío con el equipo de su barrio, el Badía, recibió la llamada de Pep para realizar la pretemporada que llevaría al primer equipo a Escocia y Estados Unidos. Su llamada extrañó a más de uno y a más de dos, pero Guardiola no dudo en hacerla.
Sergio acababa de cumplir veinte años y apenas había destacado en los campos de Tercera, donde había sido alineado en veintitrés partidos y tan solo anotado un par de goles. Números, simples dígitos, que no hacían presagiar que el joven centrocampista iba a terminar de enamorar a Pep y de encandilar a muchos otros.
El trece de septiembre debutó en Liga ante el Racing del Santander. Ese mismo día, pero veinte años atrás su padre defendió por primera vez la meta azulgrana. Lo hizo como titular y sus padrinos de ceremonia fueron Xavi y Keita, a quien terminaría quitando el puesto, como luego haría con Yayà Toure, además de ‘obligar’ a retrasar la posición a Javier Mascherano.
Desde ese domingo, el eje del centro del campo se convirtió en su tesoro más preciado. A pesar de su juventud, de su inexperiencia en Primera y los nervios del estreno, Sergio pasó en tan solo noventa minutos de ser una promesa del fútbol base a parecer un veterano que hubiese jugado trescientos partidos en la máxima categoría. Esa temporada sería una pieza clave en la consecución del triplete. Liga, Copa y Champions.
Este trofeo, la Liga de Campeones, lo levantaría, en Roma, diecisiete años después de que lo hiciera su padre en Wembley. La diferencia es que el hijo ganó al padre, pues Sergio fue titular, mientras que su padre tuvo que ser la sombra de Andoni Zubizarreta.
La Roja: Campeón de Campeones en tan solo cuatro años
Su evolución meteórica, provocada por su irrupción inesperada en la élite con el Barça, provocó que pronto se convirtiese en una grata sorpresa también en la selección española. Empezó en la sub 21, con la que debutó el once de octubre de 2008, en un partido clasificatoria para la Eurocopa en el que anotó un gol, pero pronto Del Bosque fijó sus ojos en el polifacético jugador de Badía del Vallés. Así, en febrero de 2009 fue concentrado con la absoluta por primera vez para debutar dos meses después ante Turquía.
Si en el Barça hizo a un lado a Keita y a Touré en la selección ‘apartó’ al hispano-brasileño Marcos Senna (si bien ayudó una lesión del jugador del Villarreal). A sus veinticuatro años el jugador catalán tiene un palmarés envidiable: Un Mundial (2010) y una Eurocopa (2012), ambos títulos en su primera participación y siendo uno de los fijos. La única espinita es la Copa Confederaciones de 2009, en la que el papel de España no fue del todo bueno, aunque podría quitársela en el verano de 2013.
Sergio Busquets y los cuarenta ladrones
Sergio es el típico niño al que le pones en el campo a recibir balones y como si se tratase de la cosa más sencilla del mundo empieza a soltarlos al lugar exacto por huecos imposibles.
Es un jugador discreto y silencioso, de los que suelen denominarse de un perfil bajo, alejado de los focos, pero clave en el juego del Barça. La inteligencia de ‘Busy’ para posicionarse en el terreno de juego, de cubrir campo a lo ancho y jugar en tan solo uno o dos toques permite a las estrellas culés marcarse jugadas esplendidas que terminan maravillando a medio mundo.
Su estilo es sencillo y natural, corta, toca y se mueve. Intuye donde va a ir el balón casi siempre, lo que le permite robar muchos balones. Al igual que Alí Baba tenía a los cuarenta ladrones, Busquets tiene sus botas, esas que atraen todos los pases que giran en torno a él.
Con o sin balón hace que el fútbol parezca cosas de niños. Su habilidad para multiplicar sus largas piernas, parece una prolongación de las mallas que vestía su padre, hace que sus rivales no sepan qué hacer con él. Su rápida lectura del duplo espacio-tiempo le permite, no solo robar balones y ponerlos en el lugar exacto, sino aparecer de forma imprevisible en la zona de nadie.
Un chico de barrio, muy pesado con el fútbol, que vivía pegado a un balón, el primero que le robó el corazón, y que presumía que uno de sus ídolos, el portugués Luis Figo, le había regalado su camiseta firmada antes de que cambiase de acera.
No alardeaba de ser ‘hijo de’; tampoco le llamó la atención seguir los pasos de papá. Él quería tener el balón en los pies, ayudar a sus compañeros y de vez en cuando marcar algún gol, algo que hace hoy de vez en cuando y con lo que rememora sus años de delantero en categorías de formación.
Probablemente no será relevante para la narración radiofónica, pero sí para la historia del fútbol. Del Bosque y Guardiola quieren ser como él. Nunca será Maradona, ni Zidane ni siquiera sus colegas Xavi o Iniesta pero tampoco será recordado por ser el hijo de Carles Busquets, portero del Dream Team. Será el 16 del Barça y de la selección o simplemente: Sergio B.