Dice un amigo que la mayoría de los problemas en esta vida surge por una falsa cuestión de expectativas. Nada más lejos de la realidad. Quizá lo peor que nos pudo pasar, como aficionados, es que el Pucela sumara los tres puntos el pasado sábado en su visita a Riazor.
No es una invitación al masoquismo, sino tan sólo la constatación de que a este equipo no hay quien lo entienda. O dicho de una forma más prosaica, para ilusionarnos con este viaje en busca de la permanencia mejor no habernos cargado con esas alforjas en Coruña.
El hecho cierto es que el equipo serio y disciplinado que se vio en tierras gallegas ha vuelto a revelarse como una careta más en el baile de disfraces a que nos tiene acostumbrados el conjunto pucelano en lo que va de campeonato. A falta de repetir victoria el miércoles pasado, el Valladolid apeló al menos a la actitud para revertir la inferioridad numérica y salvar un punto, que siempre es sinónimo de sumar. Hoy sobre Chapín, los de Onésimo ni fueron equipo ni tuvieron actitud.
La derrota, por tanto, y al margen de cómo se ha producido, no sólo supone un frenazo serio para salir del pozo, sino que es una vuelta atrás en toda regla. En la clasificación, en el juego y, lo más importante, en el plano psicológico. El Valladolid vuelve a hundirse en la tabla y lo peor de todo es que lo hace por méritos propios. El Xerez hoy lo barrió del campo desde el primer minuto de partido.
Mala idea, a la postre, la de querer tocar y tener el balón ante un rival ansioso por salir a morder a su adversario. Entre Víctor Sánchez y Keita ahogaron de inicio a los blanquivioletas. Apoyados igualmente en la buena labor de los dos hombres de ataque, Bermejo y Michel, los de Gorosito no tardaron en inclinar a su favor el choque.
Primera llegada y primer gol. Orellana, una pesadilla para Asier Del Horno durante toda la tarde, recibió en el costado derecho, profundizó en el área y sirvió hacia atrás para que Víctor Sánchez inaugurara el marcador. Minuto 2 de partido y el Xerez ya tenía la «final» donde quería.
Al Valladolid le tocaba responder, pero su reacción no se atisbó en ninguno de sus 11 jugadores. Canobbio no fue esa «lámpara» precisa para iluminar el camino hasta el gol, ni Manucho una referencia ofensiva válida para por lo menos provocar alguna aproximación con peligro. Tampoco Nauzet, bien amarrado por Casado, pudo hacer mucho por su banda. Más de lo mismo en el otro extremo con Marquitos.
Con este panorama tan «alentador», poco podía esperarse. Ni siquiera que los defectos a balón parado volvieran a florecer. Así, a la media hora de juego, una falta lateral mal defendida de nuevo posibilitó que Michel rematase sin oposición dentro del área y que pusiera el partido aún más cuesta arriba.
Onésimo corrigió la dirección del equipo tras el descanso y cedió a Haris los galones de mando en la parcela central en sustitución de un Pelé cada día más gris. El Pucela agradeció la rotación, aunque fue más debido a que el Xerez se echó para atrás y le cedió descaradamente ya el balón que a que fuera realmente superior.
Con todo, Manucho pudo variar el guión del encuentro en un mano a mano ante el portero brasileño Renan. El angoleño desperdició la mejor ocasión blanquivioleta y el Xerez, en la siguiente jugada que tuvo a la contra, mató definitivamente el choque. Bermejo se plantó ante Villar, lo regateó y cayó derribado. Pérez Burrull no dudó en señalar la pena máxima y en mostrar la tarjeta roja al paraguayo.
Con el cupo de cambios ya agotado por la entrada de Keko y Bueno, tuvo que ser el bosnio Haris Medunjanin el que ocupase la portería demostrando que lo suyo no es evitar los goles, sino provocarlos. Apenas hizo nada por estirarse propiciando que el ariete cántabro se consolidase como máximo goleador xerecista.
Poco que contar de ahí (min. 71) hasta el final del partido. Por fortuna, y aunque fuera tarde, lo que a priori podía haberse convertido en el escarnio público de un equipo herido y humillado quedó neutralizado por la «dignidad» que, ya sí a partir de entonces, el equipo mostró para evitar que el marcador fuese más abultado.