A la salida del infierno hubo un niño cuyas pecas fueron luego sustituidas por un pequeño dibujo animado. Fue ídolo y lideró la enésima regeneración vivida en el Calderón. Luego se marchó. En su lugar llegó Radamel Falcao, reivindicado en la actualidad como mejor ‘nueve’ del mundo.
Hubo un tiempo en que un niño lideró una revuelta india. Llamado Fernando y de apellido Torres, apareció en los dominios del ‘y tal, y tal’, el de Gil y el de Aragonés. Las pinturas de guerra no tocaron su tez. Sus pecas fueron sus marcas, con las que atormentó a las defensas rivales incluso después de conseguir el objetivo, devolver a la tribu del Hades en el que cayó en las postrimerías del histórico Atlético del doblete, en aquella época en la que incluso Torrente podría haber ejercido como mandamás más diligente que los que aún hoy gobiernan en el Calderón. Pero los castigos que infringía, su condición de capitán e ídolo rojiblanco y su debut con la selección no fueron suficientes. Quiso más; títulos. Y se cogió el petate y se marchó a la ciudad de The Beatles para terminar de crecer.
Como red lo hizo pero, ¿títulos? Ninguno. Aunque eso es otra historia. La cuestión es que cuando dejó Madrid no dejó a su hinchada huérfana. Para entonces ya correteaba por la ribera del Manzanares otro crío, uno con el centro de gravedad bajo que recordaba a Romario, aquel baixinho brasileño que se apuntaba como tantos oficiales hasta los anotados en los entrenamientos.
Sergio Leonel, de sobrenombre Kun, era un delantero de dibujos animados. Y aún lo es, de hecho. Porque del protagonista de una serie de animación adoptó el apodo y porque gambetea y marca como si jamás hubiese abandonado el potrero. Fue elevado a la categoría de deidad y su nombre convertido en el grito que advertía al equipo rival del peligro que entraña o, muy especialmente, de la herida abierta.
La que parecía estarlo luego resultó que no, o por lo menos no lo suficiente. Lógico, por otra parte. Cuando uno ama, rara vez espera no ser correspondido. Agüero, aún hoy, dice querer al Atleti. Aunque no tanto como para no ir al Madrid, lo cual dice mucho. Si no le importaría ser merengue, ¿cómo no iba a abandonar a los suyos por la manzana del jeque?
Al contrario que Torres, él sí ganó títulos. Una Europa League y una Supercopa de Europa. Pero quiso más; bien títulos, bien dinero. Quizá fue más bien lo primero, pero como Mourinho no lo quiso, viajó a por lo segundo a Manchester para jugar con otro indio, el ‘Apache’ Tévez. Y como muchas veces del dinero llegan los títulos, ganó una Premier. Antes, el Calderón lloró su marcha. Pasado el luto, cambió el grito de Kun por un rugido.
No le fue fácil al ‘Tigre’ Radamel Falcao conquistar Manzanares. Así de extraña es la afición del Atlético de Madrid. Capaz de encumbrar a un adolescente sin bagaje o a una promesa venida del otro del charco y de mostrarse reticente con un punta capaz de hacer 72 goles en 87 partidos en un equipo supercampeón como fue el Porto de André Villas-Boas y su vulgar antecedente.
Quizá fue porque le costó arrancar. Y si lo hizo, en parte fue porque Goyo Manzano no entendió que son los entrenadores quienes deben adaptar el sistema de juego a sus jugadores, y no a la inversa, o por lo menos no de forma impepinable. Quiso que Radamel fuese su Kun o su Niño y, claro, fracasó. Porque su hábitat es el área, por más que el de Bailén quisiera alejarlo de ella.
No cayó en el herrerismo de colocarlo por detrás de otro delantero aun siendo un ‘nueve’ de referencia, pero casi. Quiso hacerlo partícipe del juego combinativo que proponía, aproximándolo a la zona ancha y mezclándolo con sus habitantes, y que rompiese a las defensas rivales en los pasillos interiores, bien por velocidad y de dibujos de desmarques alejados de goles y jaulas o bien mediante una técnica del engaño que si bien maneja no es su punto fuerte cuando por delante hay metros.
Falcao maneja mejor el recorte que el dribbling, de igual modo que supera con mayor facilidad a quien tiene enfrente cuando entran en juego los reflejos que cuando debe mostrarse veloz en carrera. Entiende el juego de espaldas de tal modo que puede descargar el juego de su equipo y su capacidad de reacción y remate, con cualquiera de las dos piernas o con la cabeza, lo convierten en el delantero más clásico que ha pisado el Calderón desde Hugo Sánchez.
La incomodidad generalizada agitó tanto las aguas que se llevó por delante a Gregorio Manzano. En el enésimo acto de populismo de Enrique Cerezo, presidente colchonero y productor de grandes películas como ‘Desde que amanece, apetece’, llegó Simeone. Y en lo que parecía una nueva acción populista, El Cholo apeló a la testiculina que desprendía como jugador para que el equipo carburase y comulgase con la afición. Aunque fue un poco más allá; tenía un plan.
Al margen de la intensidad, concepto tan vacío o lleno como el vaso, según quien lo use y mire, decidió apostar por un modelo de juego menos pausado, en el que los laterales serían atletas, los centrocampistas gladiadores no exentos de toque y el trío de mediapuntas buscaría con electricidad a Falcao, al que el argentino entrenó ya en River Plate.
El ‘cholismo’ no inventó la dinamita, pero la hizo explotar. Ordenó las piezas del puzzle con una lógica tan aplastante como el equipo lo fue en la final de la Europa League y en la reciente Supercopa de Europa. Porque, por absurdo que parezca, a veces el fútbol es cuestión de fe, y Simeone ha logrado que Juanfran o Mario la tengan. Y crezcan.
Volviendo a Radamel, su mirada es la del tigre, sobrenombre ganado a pulso. Su rugido, el del gol, resuena allá donde va. Es la ferocidad vestida de ‘nueve’, pero también el crecimiento. Porque, como si su carrera fuese la que llevó a Sylvester Stallone a lo más alto del Museo de Arte Contemporáneo de Philadelphia al ritmo de ‘Gonna fly now’ (que no con ‘Eye of the tiger’ de fondo), en cada equipo alcanza una mayor repercusión.
Siempre palpable; siempre intangible. Así es Radamel. Sinónimo de gol. Sinónimo de amor. Pura raza vestida de ‘nueve’ y reivindicada hoy como el mejor del mundo. El ídolo de una afición, la del Calderón, acostumbrada a perderlos, como pudo hacer con el propio Falcao este verano. Pero no. De momento Manzanares ruge. Mañana Dios dirá. Pero, por ahora, sus porterías seguirán temblando cuando ‘El Tigre’ las mire.