En su primer partido con el Real Valladolid en La Liga, después de tres años sin correr por un campo de ese rango, enseñó a Valladolid una de las facetas que más enganchan a los espectadores, es decir, la manifestación de calidad técnica en la conducción de balón y en la finta. Exhibir velocidad y cambio de ritmo y reflejar que, entre ceja y ceja, solo contempla batir líneas para vencer. La genuina burla, inherente a unos pocos, pero que, aun así, no tiene por qué ir aparejada de éxito.
Omar Ramos (Santa Cruz de Tenerife, 26 de enero de 1988) da buena cuenta de ello. En su menudo cuerpo –apenas 1,72 metros- ha padecido dos descensos consecutivos con el primer equipo del Tenerife. Antes de que eso sucediera, sería difícil que alguien pudiera convencerle de un desenlace así para el equipo tinerfeño.
Al menos, pudo debutar en Primera División y amontonar kilógramos de experiencia y vivencias que, con todo, no le han borrado, aún, su rostro imberbe. Corría la jornada inaugural del funesto campeonato 2009/10. El Tenerife sonreía por jugar entre los grandes y Omar por debutar ante el Zaragoza en La Romareda –al igual que con el Real Valladolid-. Aunque tuvo mejor suerte con los blanquivioleta –El Zaragoza venció el 29 de agosto de 2009 por uno a cero al conjunto dirigido por José Luis Oltra-.
No tuvo un protagonismo destacado en las filas del Tenerife: veintitrés encuentros, de los que solo en siete fue titular. Ni pudo, por tanto, sostener el sueño de un clásico de siempre al máximo nivel. En la siguiente temporada, en la categoría de plata, el equipo fue descubriendo grietas imposibles de reparar hasta que se desmoronaron por el volcán del descenso.
Pero Omar Ramos no podía tolerar más quemaduras. No debía dejar que su talento pasara inadvertido. Entonces, el Tenerife lo cedió al Almería, de un nivel superior, para que se mantuviera en el fútbol profesional y no cayera al descrédito en el que se sumía el Tenerife.
En Almería, su situación no mejoró y, aunque el contexto se veía más favorable para la evolución del futbolista que en su anterior club, no despuntó. No se dejó ver. Por ello, en el mercado invernal de la temporada pasada, el Tenerife lo dejó a préstamo a la Sociedad Deportiva Huesca, donde se unió a un reto de la salvación que aceptó con gratitud.
Tanta gratitud que se convirtió en el futbolista diferencial de la formación azulgrana de Quique Hernández, con veinte partidos acumulados y la compañía de Lluís Sastre o de Camacho. Una segunda vuelta esperanzadora que les dio la carta de permanencia después de un año flirteando con un infierno que ya Omar ya había visitado y al que no quería regresar.
La apertura del mercado estival le devolvió a Omar Ramos, aquel futbolista al que no se le pasaba por la cabeza perder ni un solo minuto más entre el barro y la ausencia, el billete hacia La Liga. Nuevos acompañantes y otros conocidos, la albivioleta y décadas de historia detrás que actuarán como motor de una ilusión renovada, la de buscar el brillo en la banda izquierda del Nuevo José Zorrilla.
Ella lo espera para verlo ejecutar regates, regalar profundidad y asociación, también, por dentro. El sector izquierdo del ataque lo aguarda para verlo burlar a las adversidades que se le presenten.