Un gol del centrocampista en el minuto 87 decanta un partido plano en el que ambos equipos esquivaron la derrota y dejaron pasar el tiempo

Joaquín Fernández otorgó los tres puntos que dejan un año más al Real Valladolid en Primera División. No de forma matemática, pero supera en diez puntos al descenso con doce por jugarse, por lo que solo una hecatombe mandaría al equipo en Segunda. Toda la suerte que no acompañó ante el Levante llegó como un regalo frente al Alavés, porque el único resultado que mereció el partido fue el empate, y a cero. Habría sido la consecuencia justa de un choque táctico para los entendidos, espeso para los más finos y soporífero para el resto de los mortales.
Comenzó el partido y apenas se notó que Real Valladolid y Alavés fueran a por el empate. No dio la sensación después de unos primeros cuarenta y cinco minutos bañados de desequilibrio, buen fútbol y mejores ocasiones. Apenas se vieron pases horizontales, ni jugadas que no fueran hilvanadas.
Es más cuando llegó el minuto 48 y el colegiado decretó el final del primer acto supuso un chasco para todos, pues la emoción que invadía el partido causó ganas de seguir viendo fútbol, en el más estricto sentido de la palabra.
Desgraciadamente se interrumpió el encuentro. No el juego, que en ningún momento se activó —dejando ya a un lado el sarcasmo—. Nadie hizo nada por ello. Ni Toni Villa, que volvió a desvanecerse con la pelota, ni tampoco Sergi Guardiola que recibió cinco balones contados. Por poner un haz de luz a la monotonía, Miguel de la Fuente quiso arrancar un par de veces con intención desde la derecha, pero sin efectividad.
Había mucho miedo a perder, comprensible pues a los dos equipos les valía el empate para certificar prácticamente su estancia en primera un año más. Pero fue tal el descaro con el que plasmaron esa idea que el encuentro se convirtió en un suplicio, en un pasaje donde lo único que transcurría era el tiempo, con ganas –unos y otros– de que el reloj terminara de verter arena cuanto antes. Todo ello sin pensar en lo que iba a deparar el destino cuando prácticamente ya se pensaba en otra cosa.
Tuvo que llegar el inteligente Alcaraz para crear la primera genialidad del choque a los 55 minutos, con una vaselina que con un poco menos de fuerza habría sido gol. Se agradeció una gota de agua en el desierto.
Al menos esa acción animó al Real Valladolid y a Sergio González para hacer los primeros movimientos, que se notaron pronto. Cinco minutos le hicieron falta a Ünal para aprovechar un centro de Waldo y crear el único tiro a puerta hasta el momento, con un remate de cabeza –centrado, eso sí—que acertó a despejar Roberto. Algo es algo, porque dentro de la clara intención de ambos equipos de retroceder y no avanzar, al menos los blanquivioletas lo empezaban a disimular un poco mejor.
El Alavés, más allá de pases horizontales y centros sin sentido, no ofreció nada más que racanería. Si el riesgo de los de Sergio podía calificarse con un cuatro sobre diez, el de los chicos de Garitano, con un dos. Y esa mínima superioridad valió para sellar la diana más importante de la temporada.
A falta de tres minutos, con los dos conjuntos saboreando el punto, Magallán regaló una falta al Real Valladolid, que suponía medio penalti. No por ser un simple libre directo cerca del área, sino porque pocas situaciones de tanto peligro habían tenido los locales. Carnero la colgó y tras un rechace de la defensa y una dejada intencionada de Javi Sánchez, Joaquín la empujó a la red con un disparo sutil –entre centrales anduvo el juego—.
La celebración fue conjunta con todo el banquillo y con una rabia que huele a permanencia. No de manera oficial, del conjunto pucelano depende que sea así en tres días, pero a estas alturas ni los más agoreros –que al ver este partido iban a tener argumentos para serlo un poco más– pueden pensar que el Real Valladolid no jugará un año más en Primera División.