Un cabezazo de Nacho a un cuarto de hora para el final castiga a un Pucela que estuvo correcto, pero tímido

Foto: La Liga
Dícese que el que no arriesga no gana y eso parece haberse convertido en el mal máximo del Real Valladolid. En el cuadro que dirige Sergio González todo el mundo está en su sitio. Todo jugador cumple con su aquel, pero nada nuevo, nada que haga levantarse a uno del asiento. Este domingo, en la vigésimo primera jornada de Liga, el Pucela volvió a plantear un juego gris, que poco ilusiona y nada gusta. Y claro, el Real Madrid, pese a rendir a una marcha menos de la que acostumbra, se fue de la ciudad del Pisuerga con los tres puntos bajo el brazo.
Si en su día fue Juanito, estandarte merengue, el que dijese aquello de «noventa minuti son molto longos», en Zorrilla ya es costumbre que el tiempo pase más lento de lo normal, pues el juego del equipo se ha acomodado en eso de «a aguantar y lo que surja». No surge nada, o surge muy poco si acaso, y las jornadas sin ganar se acumulan en el casillero mientras los vallisoletanos siguen cediendo posiciones en la tabla de clasificación. Ya están decimosextos.
Cierto es que los locales salieron bien al encuentro ante los blancos y cierto es también que la primera parte se vio a un conjunto bastante correcto, bien plantado en línea defensiva, a excepción de algunas confianzas de Kiko Olivas y Salisu, que pecaron en la salida de balón y a punto estuvieron de comprometer los intereses blanquivioletas.
Con Antoñito y Mendy protagonizando el duelo más reseñable de la primera parte, sería el equipo de Zinedine Zidane el que avisaría primero gracias a un testarazo de Casemiro, que remató una falta previamente cometida por Joaquín. El remate del brasileño, que celebraba su cada vez más frecuente acierto de cara a puerta, se iba para adentro. Todo era alegría para los madridistas, hasta que el VAR dio el aviso a De Burgos Bengoetxea. Había que revisar. El jugador estaba en fuera de juego. Tanto anulado.
La rápida reacción de Míchel, que casi sorprende gol olímpico, hizo pensar en una respuesta de los vallisoletanos. Sin embargo, tras unos pocos minutos de transición, los de González comenzaron a ceder protagonismo sobre el césped, aunque Joaquín, impecable durante todo el partido, consiguió neutralizar a un Real Madrid que apenas lo intentaba con las arrancadas de Rodrygo.
Tras el intervalo, el Pucela desapareció definitivamente del partido y comenzó un soliloquio rival al que se puso como ineficaz respuesta el aguantar y salir a la contra. Sobre el campo, un Ünal agotado, un Guardiola con los mismos síntomas y un Joaquín que tenía que multiplicarse para llegar a todas las ayudas, hasta comprometiendo su físico y su tobillo, que se dobló al golpear en él un balonazo. «No me quites míster, que aguanto», manifestó el andaluz. Y aguantó, pero su desfonde no fue suficiente.
Con los once jugadores metidos atrás, el Real Valladolid sostenía a duras penas el empate a cero. Entraban Toni y Plano, más ninguno de los dos consiguió imprimir el ritmo que se requería. Llegado el minuto 77, Kroos, que tuvo el día y sobre todo la bota engrasada, puso un centro medido a la cabeza de Nacho, que con un remate fortísimo al igual que ajustado batía a un Masip incapaz de llegar a la pelota. Menos de cuarto de hora para el final y pocos síntomas de reacción.
Ya con un vestuario a la desesperada, los últimos minutos fueron aprovechados por el oponente para mover el banco, consumir tiempo y dejar que se extinguiese el encuentro. No cambió más el electrónico, pese a que el VAR tuvo que volver a intervenir para invalidad un gol pucelano, de Guardiola, en fuera de juego.
El pitido final dio el triunfo a los de la capital, lideres de Primera, y mandó a los locales tristes a las duchas. El Real Valladolid no lo hizo mal, pero tampoco bien, porque hay más cautela que arrojo. Y ya se sabe. Quién no arriesga, no gana.