Tras veinte minutos de locura, con un penalti fallado y dos goles anulados, el Pucela sucumbe ante el Real Madrid (1-4) y sigue hundiéndose en la tabla
El ser humano es complejo por naturaleza. Experto en optar por el camino más difícil cuando la solución está delante de sus narices, amigo de darle mil vueltas a las cosas más sencillas y ninguna a las más importantes. Pero, sobre todo, en muchas ocasiones es su peor enemigo.
Lo mismo que le sucede al Real Valladolid, al que la cabeza le está pasando una factura que comienza a ser demasiado abultada y que, de seguir así, puede comprometer seriamente las opciones de permanencia. Bien es cierto que ante el Real Madrid entró en escena un elemento incontrolable, la crueldad, que hace aún más dolorosa la derrota.
El Pucela salió a morder, y tuvo acorralado al conjunto blanco durante gran parte de la primera mitad, pero la cabeza volvió a no estar a la altura. Aunque, y sin que sirva de excusa, cómo estarlo. Porque en veinte minutos ves que el 3-0 del césped se refleja en un 0-0 en el marcador. Ves que a ti te hacen falta cuatro goles para sumar solo uno, mientras que el rival empata la contienda en la primera llegada, y ‘de churro’.
El primer golpe llegó a los diez minutos. Otra vez el penalti se convirtió en una pena máxima para los blanquivioletas, que llevan cinco lanzamientos ejecutadoss y cinco dianas erradas desde los once metros. En esta ocasión, el encargado de tirarlo fue Alcaraz que, incomprensiblemente, lo lazó a las nubes de un cielo que, tras los fallos eléctricos de la previa, volvía a estar iluminado.
Con todo, los de Sergio no bajaron los brazos, y Sergi Guardiola batió a Courtois. El mejor remedio, la mejor medicina para los problemas, es el gol. Pero intervino el VAR, que determinó que Keko estaba en fuera de juego al asistir al punta, y las tablas siguieron en el marcador.
Volvió a intentarlo el ’12’, que se estrelló una vez contra el vídeoarbitraje. En un balón lateral, cabeceó al fondo de la red, pero esta vez era él el que estaba en posición antirreglamentaria. Tres hipotéticos goles, los de Solari desarmados, y 0-0 en el marcador.
Tuvo que ser Anuar el que abrió la lata, en un tanto que hace justicia con el desempeño del canterano. Tras un acrobático pase de Guardiola, el ceutí fusiló al guardameta blanco, haciendo estallar, en una mezcla de júbilo y liberación, a las más de veinte mil almas que se congregaron en el José Zorrilla.
Pero poco duró la alegría. Tan solo cinco minutos después, Varane igualó la contienda en una jugada grotesca, en la que contó con la complicidad de un Masip insólitamente blando. Sin apenas hacer nada, el Real Madrid se fue vivo al descanso, y con poco más le dio la vuelta al marcador en la segunda mitad.
Un castigo demasiado cruel
Pese al mazazo, el Real Valladolid comenzó la segunda mitad mandando, sabedor de que tenía que asestar la primera estocada antes de que los blancos mordieran. Anuar tuvo la más clara en un mano a mano con Courtois, pero el guardameta le ganó la partida.
Y, entonces, la crueldad entró en escena, y el barco se hundió. Cuando todavía resonaban los ecos del ‘uy’ ante la ocasión del ceutí, Óscar Plano arrolló a Odriozola dentro del área en un claro penalti que Benzema no desaprovechó.
El jarro, más helado que frío, acabó por disolver al Pucela, que no llegó a recomponerse pese a los esfuerzos por hacerlo.
El francés puso tierra de por medio con el 1-3 al ejecutar un soberbio cabezazo y los blancos, que habían sobrevivido a las embestidas blanquivioletas, manejaron el tempo hasta el pitido final.
Quién sabe lo que podría haber sucedido si la madera no se hubiera interpuesto en la trayectoria del potente disparo de Guardiola, pero de nada sirve vivir en el mundo de los ojalás. La certeza es que Modric, a falta de cinco minutos para el final, aprovechó la falta de contundencia de Joaquín y anotó el cruel y postrero 1-4.
Sensaciones aparte, el Real Valladolid suma una nueva jornada sin ganar y continúa hundiéndose en la tabla. Cayó ante un Real Madrid muy alejado de su mejor versión, con un entrenador más que cuestionado, y cuyo mayor mérito fue sobrevivir a una primera mitad en la que bien pudo salir escaldado. Solo en una cosa fueron superiores los de Solari: la cabeza. Y con eso fue más que suficiente.