El Real Valladolid cae con todo merecimiento frente a un RCD Espanyol que se aprovechó de su candidez para ganar sin brillantez

La vida se define en detalles. Como un castillo de naipes bien construido y caído por un pequeño soplo de aire, es tan difícil edificar como fácil derribar. Y el Real Valladolid ha derribado, ha agotado, el crédito que se ganó en buena lid en el inicio del curso volviendo a demostrar en casa del Espanyol su incapacidad para controlar esas aparentes nimiedades.
No se puede decir que el naufragio se diera sin acumular en ocasiones buenas sensaciones; seguramente hasta la orquesta del Titanic afinó hasta que el barco terminó de hundirse. No malinterpreten a este humilde escribiente: todavía queda tiempo para conseguir el objetivo de la permanencia. Pero, disculpen el pesimismo propio del momento en el que uno debe narrar lo sucedido en dicho encuentro y que uno se pregunte: ¿Cuál es el madero al que agarrarse?
Quizá aquel inicio no fuera el espejismo. Así querrá creerlo cualquier blanquivioleta. Seguramente no, seguro, salvarse es posible. Pero el aficionado, incluso el más optimista (que no el que más quiere; aquí todos quieren, también los negativos y otrora llamados agoreros), deberá tener en cuenta este sábado que sin ese manejo de los detalles parece cuando menos harto complicado.
Para empezar, de nuevo el Real Valladolid encajó gol dentro del primer minuto, a los diecisiete segundos. La pasividad con la que arrancó el conjunto de Sergio González se unió a la buena acción ofensiva del Espanyol; entre todos lo mataron y él solito se murió. Mientras el equipo reculaba se vieron dos agujeros preocupantes, el uno en el pasillo interior descuidado por el mal repliegue o por el cambio del dibujo y el otro en defensa, al sitio donde percutió en ruptura Borja Iglesias con la connivencia de una línea dibujada por cinco hombres.
Se recompuso bien el Real Valladolid, como lo hizo cuando sucedió lo mismo contra el Rayo Vallecano, pero claro, estaba ya por debajo en el marcador. Comenzó a manejar la posesión sin llegar a atacar del todo bien, pero al menos sí pisando campo rival, espoleado por las ganas que mostraron Guardiola y Alcaraz, protagonistas a posteriori en las acciones que pudieron permitir voltear el marcador.
Alcaraz empató con un disparo exterior marca de la casa ajustado al palo que confirmó la mejoría. Aunque el Espanyol se sentía cómodo cada vez que tenía el balón en los primeros metros del campo del Pucela en esos pasillos interiores (ni los laterales ni los medios ponían oposición a que manejasen el cuero a gusto), el paso adelante era evidente. Y entonces Anuar trazó un buen pase hacia Guardiola, que se escapó de su perseguidor y fue fruto de un penalti. Él mismo se encargó de lanzarlo y, también como el día del Rayo, el portero se lanzó bien y lo evitó.
Habría servido para remontar antes del descanso y evidenciar que por lo menos los blanquivioletas podían ser un igual. Pero uno no puede ser un igual cuando sufre déficit de atención, que es lo que le pasa a este Pucela: tiene mimbres para competir pero se despista y la caga (con perdón), lo que da pie a pensar a veces que en realidad no, que no compite; lucha, pero le falta un algo.
Y ese algo lo ejemplificó Enes Ünal, con quien no parecía ir la feria que estalló en el segundo gol. El balón pasado al segundo palo iba a la zona que él debía proteger, pero, primero, no estaba situado en condiciones de defender a Mario Hermoso, y segundo, hizo el Don Tancredo y permitió que el exblanquivioleta –aquel denostado pero tan defendido por Braulio– pusiera por delante al Espanyol.
La falta de argumentos fue evidente a partir de entonces, ya fuera por piernas, por cabeza (que pasa, cuando uno está en estas, muchas veces fallan) o porque realmente falta fútbol (que falta, a menudo viene faltando). El Espanyol se sintió a cómodo transitando en la segunda parte a partir de amplificar los defectos ya vistos en el posicionamiento del equipo y en los manidos detalles.
Así, en otro detalle, Wu Lei se escurrió por la espalda de Moyano y se plantó solo frente a Masip para hacer el tercero, de nuevo con la connivencia de los centrales, descoordinados en más de una ocasión. Sucedió mientras los de Rubi estaban con diez sobre el tapiz, porque Borja Iglesias estaba siendo atendido en la banda. Cuando se reintegró, ‘El Panda’ hizo el cuarto pero en fuera de juego. Y aunque en un último arreón el Real Valladolid buscó poner un acicate, fue, como lo viene siendo en las últimas semanas, incapaz.