La consideración del Real Valladolid de club histórico es indudable desde antes de la llegada de Ronaldo Nazário a su accionariado y a pesar de los últimos años de recesión deportiva, que si bien han sido maquillados con el aún reciente ascenso a Primera División, han dejado a la entidad en una posición de poca fuerza en comparación con otras con menor recorrido en la élite pero más dinero, como prueban las decisiones de algunos jugadores que el pasado verano optaron por firmar por otros equipos y no por el blanquivioleta.
Si bien el astro brasileño todavía no ha inyectado directamente de dinero al club a través de una ampliación de capital de inicio descartada, su marca y su reputación han puesto al Real Valladolid en el mapa mundial del fútbol y lo han convertido en un proyecto al que prestar atención dentro del fútbol patrio. Es así principalmente en un medio o largo plazo, puesto que en el más corto las restricciones de La Liga en materia de presupuestos hace que durante la próxima ventana la dirección deportiva vaya a moverse de nuevo con escaso margen económico.
Otra cosa será si el objetivo deportivo de la temporada, la ansiada permanencia, se cumple. Entonces sí, contando con los compañeros de viaje que el máximo mandatario pueda encontrar, así como con unos mayores ingresos en concepto de derechos televisivos, las aspiraciones pueden ser más altas. Sin embargo, hasta entonces (aunque también a posteriori), conviene mantener la cautela: aunque parezca mentira, en el fútbol, como en la vida, el dinero no lo es todo.
La intención de Ronaldo de construir una nueva ciudad deportiva que mejore las instalaciones actuales que utilizan el primer equipo y los conjuntos de la base es una prueba de su ambición de elevar los máximos históricos del club, de conseguir un mayor asentamiento en la élite que el actual y de trascender. De lograr que el Real Valladolid sea el referente que debe en su entorno más inmediato, pero también de que la nueva situación en el mapa futbolístico no sea flor de un día, sino parte de una estrategia a largo plazo que quién sabe qué cotas podría alcanzar a partir de la primera piedra que debería ser dicha ciudad deportiva.
Si bien de sus labios no ha salido ninguna promesa en ese sentido, a nadie se le escapa la posibilidad de que por sus sueños pueda pasar un Real Valladolid que alce títulos o que dispute competiciones europeas, que se encamine a los cien años o que los cumpla siendo no solo histórico, sino también un grande. Y para serlo necesita tener unas infraestructuras mejores, a la altura de los nuevos tiempos, que ayuden en el desarrollo del deportista desde la misma base hasta la ansiada élite, una circunstancia que a día de hoy no sucede en el mismo grado que en otros sitios.
Ya sea en Los Anexos, como se pretende, o en otra localización, el Real Valladolid debe hacer de esta mejora de sus instalaciones su bastión, el lugar por el que, como es deseo de su nuevo propietario, pase el mayor número de futbolistas que sea posible por esas cuestiones sociales en las que tanto hincapié ha hecho desde la oficialidad de la compra y por las estrictamente deportivas. Ya no cabrá (o no debería) ninguna opción de que un jugador de la provincia o de la comunidad deseche al club en pos de otro distinto. Ya no podrá decirse que un deportista de alto rendimiento prefiere, en igualdad de condiciones económicas, otro sitio donde poder desarrollarse en mayor grado.
De la misma forma que las obras previstas en el estadio José Zorrilla deben traer al estadio al siglo XXI, las que se acometan en este otro sentido han de hacer lo mismo. Han de venir a engrandecer a una entidad que tiene que modernizarse y globalizarse para alcanzar mayores cotas. Sin descuidar jamás lo deportivo, porque como diría el otro «lo que importa es que la pelota entre» y el objetivo primero es la permanencia, es posible soñar. Con un Real Valladolid mejor y más grande. Situado en el mapa por Ronaldo, pero marcado en rojo porque su crecimiento y su evolución inviten a hacerlo.