Hay momentos en la vida de un futbolista que quedan grabados en la retina del aficionado como un canto a la eternidad. La volea de Zidane, el gol de Iniesta, las galopadas de Messi o Maradona, su mano de D10S, aquel gol de Ronaldo que fue tan bueno que quisieron prohibirlo, la chilena de Rivaldo al Valencia, la de Cristiano a la ‘Vecchia Signora’… El ideario común reserva incluso espacio para los porteros, para aquel remate de Palop, las paradas de Higuita o la que hizo Casillas ante Italia.
La mente reserva espacio para momentos imborrables como aquellos, incluso cuando el despistado cerrajero de apellido alemán pierde la llave del trastero. No hay nadie en el mundo que se estremezca con lo que se cuenta a través del balón que deje de hacerlo aunque la enfermedad ataque como el que necesita remontar, desesperado en el noventa, y sus delanteros sean resolutivos.
De los números…; de los números nadie o casi nadie se acuerda. Las modernas bases de datos permiten hacerlo, pasados los años, y rememorar, por ejemplo, que hubo un tal Salazar, brasileño y que jugaba en el Celta, que marcó tantos goles como lleva Jaime Mata después de treinta y tres jornadas. También, que tiempo más tarde hubo quien pulverizó los veintiséis e hizo diez más al final de una temporada; Jonathan Soriano se llama aquel a quien el madrileño aspira alcanzar.
En realidad, su persecución va más allá. No se enfrenta a quienes antes batieron récords, no persigue la historia; la mira a la cara, pelea con ella. A buen seguro superar la treintena de goles, y más aún los que alcanzaron los nombrados, le reportará beneficios futuros que, dicen algunos, vendrán vestido de azul. Puede establecer una nueva marca, un nuevo hito, pero ya se sabe: otros vendrán que bueno te harán, por difícil que fuera el caso.
Lo que le queda a Mata hasta el final de la temporada va mucho más allá de eso. Líder indómito y delantero extenuado, el Real Valladolid –Luis César, el equipo, el club y la afición– le ha encomendado la labor de cuanto menos perseguir el ascenso, de seguir soñando que es posible siquiera a través del play-off. Porfiado todo a sus carreras y a su instinto, la leyenda le espera si lo logra.
La memoria del aficionado al humilde está plagada de hitos que otros valorarían pequeños, y que sin embargo le pertenecen y a su manera le hacen grande. Por eso muchos recordaron después de ver cómo Cristiano pateaba la luna en Turín recordaron a Fonseca. Por eso en la Plaza Mayor resuena aún el cántico de Aramayo, «y ya los ven, y ya los ven, a Mendilibar y su ballet». Y por eso Djukic será siempre el almirante extrañado, hasta que vuelva y lidere las tropas de nuevo.
Pucela es de quien le honra y de quien le apasiona, da igual el cómo. Por eso Mata puede vencer a la historia si sigue marcando goles como si en lugar de porteros y redes viera autopistas y arcoiris. Ser leyenda requiere de algo más, siquiera de algo distinto: que su trabajo ímprobo termine en la postemporada. Con uno de esos goles que guardar en la retina.
El Pucela sale a la contra, puede ser la última oportunidad. La corre Jaime Mata, el delantero se marcha entre dos, la persecución continúa, llega a la frontal, le pega con el corazón y… ¡¡¡GOOOOOLLL DE MATA!!! El madrileño supera a Soriano y gracias a su gol el Real Valladolid jugará la próxima temporada en la Primera División
Suena bien, ¿verdad?