Un gol del aún más pichichi de la liga otorga la victoria a un Real Valladolid que aguantó con diez la última media hora, y que se coloca provisionalmente séptimo

El Pucela llamó una semana más a la puerta de la promoción en Zorrilla, en el que ya nadie duda que se ha convertido en el más fiable de los fortines, en la llave idónea para pasar del pesimismo de permanecer otro año más en el pozo a la esperanza de entrar en un play-off que, sin embargo, aún se resiste. Pese al triunfo, al otro lado no se encontró tal premio –el Zaragoza hizo su trabajo–, aunque ya se vislumbra más cerca que nunca.
El Real Valladolid sacó adelante su partido ante el Reus gracias a un solitario gol de Mata, el pichichi, el killer, y desde este sábado, el cerrajero, que ha vuelto a desatascar una tarde que, en otras condiciones, no habría acabado con final feliz. Ya van veintiséis goles y el de esta tarde además sirvió para dar la victoria a un Real Valladolid que ya está séptimo.
Y además, este cerrajero es de los que únicamente se conforma con un trabajo eficaz, solvente y rápido. Solo le hizo falta tocar el balón una vez para transformarlo en el único gol del partido. A los tres minutos ya adelantó a su equipo, otorgándole una ventaja de la que ya no se desprendió hasta el pitido final, y eso que las trabas fueron muchas.
Porque el primer tiempo costó, tanto como para el jugador como para el espectador. Los locales manejaban, pero no culminaban, mientras que el Reus amenazaba con jugar pero apenas lo hacía. Ambos conjuntos lánguidos, espesos, sin gracia, condicionados ya por ese tempranero gol del nueve, que aprovechó la asistencia de Plano, proclamando así que la mejor asociación que tiene este Real Valladolid sigue más viva que nunca.
Ellos llevaron el peso del partido. En el caso de Mata, el gol no hizo sino activarlo para el resto del partido. Lo bajó todo, provocó faltas en momentos en los que su equipo no rascaba balón y al final del partido dispuso de dos ocasiones para rematar la contienda. Tampoco se puede tener todo en la vída.
No habría estado nada mal que alguna de las dos entrara para terminar lo que, una semana más en Zorrilla, se había convertido en una agonía. Esta vez no con un gol en contra que sirviera al rival para meterse en el partido –como la mayoría de veces- sino en forma de expulsión a falta de media hora, que congeló a los casi ocho mil espectadores. Y eso que la tarde no era fría –por suerte, no lo acabó siendo–.
Kiko Olivas: dos amarillas en seis minutos
Mientras Nacho, feliz de ser convocado de nuevo, se comía las uñas en el banquillo, vio como a su compañero Kiko Olivas le expulsaban. El canterano pasó de no estar en los planes de Luis César a tener la oportunidad de disputar treinta minutos –107 días después de su última aparición– para aguantar el resultado y mantener una victoria en casa. Ni en sus mejores sueños hace cuarenta y ocho horas.
Y si entró fue por un error infantil de Olivas. Vio la amarilla en el minuto 53 y, seis minutos más tarde, recibió la segunda por una mano que cortaba un disparo del Reus. La grada, que asistió perpleja a la escena, mientras murmuraba ese «otra vez la misma historia», se rebotó aún más cuando vio que el damnificado de todo ello fue Míchel, que se marchó al banquillo.
No quedaba otra que aguantar, y ahí radica la gran virtud que este sábado adquirieron los de Luis César. Por fin, el Real Valladolid aprendió a sufrir. Aunque, sin caer en deméritos, es cierto que los catalanes no acertaron en ataque en ninguna fase del choque. Les costó hilvanar jugadas y, jugando contra diez, apenas inquietaron a Masip ni por las bandas ni entre líneas.
La más clara la salvó Moyano, cuando, en el 88′, cortó un centro al área que tenía a dos rematadores esperando. Ahí morían las esperanzas del Reus que terminaron de destruirse con la expulsión de Vítor Silva –que también recibió dos amarillas en muy poco tiempo–. Fue el fin a la agonía que, si se analiza en profundidad, realmente no fue tanta.
Tampoco fue mayor el premio que recibió el Pucela, que sigue sin entrar en play-off, por ‘culpa’ de un Real Zaragoza que no falló en su partido. Es lo de menos porque los tres puntos se han logrado, se ha abierto la puerta a una promoción que está más cerca que nunca y su cerrajero no ha perdido tono, más bien, cada vez está más afinado. Solo queda seguir remando, la próxima semana ante el Nàstic aunque, eso sí, sin la llave de Zorrilla.