El Real Valladolid concluye una temporada en la que encajó sus piezas, y encontró la fórmula, cuando apenas quedaba tiempo
El Real Valladolid llegó tarde a la versión que más fielmente podía acercarle a los supuestos objetivos iniciales que había adoptado. Llegó tarde, Herrera, a la solución para tener más gol y más identidad.
Muy tarde dieron los blanquivioletas con la fórmula para ser un equipo más que una agrupación de jugadores. La adaptación de Raúl de Tomás con el gol, la aparición, aun tardía, de Espinoza, y la liberación de presión en el rol organizativo de los mediocentros (desterrando el rombo estático y anárquico), derivaron en una mezcla que comenzó a funcionar: fueron el conjunto que, en términos de resultados, llegó más entonado al esprín final.
Pero crecer rápido y en un margen corto de tiempo suele ir aparejado de situaciones traumáticas: que no te dé tiempo a recuperar el tiempo desechado, o el tiempo en que no eras realmente tú sino un intento por definirte. El Valladolid fue prisa, escalador que subía sin arnés y sin oxígeno. Fue un producto prematuro que olisqueó el rumor de la costa, pero no alcanzó la orilla.
Y, ante el Cádiz, divisando la bahía, se terminó el viaje para los blanquivioletas y el sufrimiento estirado de su afición. Que la vida pueda seguir para la hinchada in apenas afectación denota algo muy preocupante: que ya no se es un equipo con más aspiraciones que las de mantenerse vivo.
El último acto de dominio
El último partido de liga supuso, también, el último acto de dominio sobre el rival. Con Espinoza por la derecha, José en la izquierda pero flotando entre líneas, De Tomás como ‘9’ solidario en los desmarques de apoyos y Sergio Marcos en el rol de Jordán (filtró varios pases verticales de gran nivel), Herrera había salido con lo mejor que tenía. Y así lo demostró.
Sobre todo por el lado derecho, donde Moyano y Espinoza ayudaron a construir la superioridad pucelana, apoyados por Míchel como interior derecho. Tanto se reforzó el conjunto pucelano por ese flanco que José se dirigía también a esta zona para generar superioridades numéricas. Todo, mientras el izquierdo se quedaba desguarnecido para que Raúl de Tomás (o el propio José), dispusieran de más espacio para atacar.
Las ocasiones, los disparos, llegaban. Ya fueran fruto de una jugada en combinación (el Pucela tuvo más la pelota que el bloque de Cervera) o en contragolpes que dirigían José o Espinoza. Aunque no llegaba el gol, las sensaciones indicaban que la superioridad haría caer por su propio peso a la lógica. Hasta que, en el 58′, ya en el segundo acto, Raúl de Tomás erró un penalti.
Acto seguido, Herrera movió ficha: retiró a Espinoza para dar entrada a un Villar más fresco y, se esperaba, reivindicativo. También, dio entrada a Markel por Moyano, en una decisión destinada a hacer más ofensivo al cuadro pucelano.
Sin embargo, mientras avanzaba el segundo tiempo y el Pucela veía que no podía anotar gol, el equipo comenzó a romperse y a dejar que cierto caos fuera condicionando la fase final. El Cádiz, sobre todo gracias a Nico, se estiró y tuvo algún acercamiento. El técnico pucelano, a por todas, quitó a Míchel y apostó por Drazic: no quedaba tiempo.
Villar, cerca del minuto noventa, puso el gol necesario para que el Pucela ya solo tuviera que mirar hacia Valencia. Cuando lo hizo vio que el Huesca había cumplido a tiempo. Pero el Real Valladolid había llegado tarde.