La derrota del Real Valladolid ante el Reus Deportiu complica las opciones de play-off de ascenso al sacarle de promoción y evitar que en la última jornada los blanquivioletas puedan depender de sí mismos

Antes de que cupiera la resaca, poco después de que el Sergio Ramos elevase a los cielos de Cardiff la histórica duodécima Champions League, a Manuel Jabois se le escurrían entre los dedos letras con las que negaba aquello que estaba escribiendo. Decía que la derrota está mejor escrita que la victoria, y que la literatura solo es arte cuando el final no es feliz. Con tal desfachatez que parecía que él no lo fuera –que sí– escribiendo parte de la historia.
Quizá fue el brebaje que estaba bebiendo, pero quien escribe teorizó para sus adentros sobre aquello. Recordó que la música, la buena música, es desamor deconstruido. Que seguramente fuera cierto eso de la literatura, y que por eso David Trueba nos gusta: porque sus personajes asumen la derrota impasivos. Incluso mientras el negro mancha ahora el blanco uno recuerda ‘La la land’. Si es magia, probablemente se deba a que Mia y Sebastian cumplieron sus sueños, pero separados, por lo que es difícil que pueda decirse que fueron felices y comieron perdices.
El paradigma cambia cuando se habla de fútbol. Suele decirse que la victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana, y sin ser del todo verdad, no hay que negar que cierta sensación de orfandad deja cuando se produce en contextos de máxima competición. Uno puede ser aquel Mirandés histórico que cayó contra el Athletic, el Alavés contra el Barcelona, o el Atleti al que dicen que la historia le debe una Champions, que por mucho que se quiera maquillar, la caída siempre es eso. Y cuando uno se cae, normalmente duele, aunque dijeran primero Thomas Wayne y luego Alfred Pennyworth que si nos caemos es para levantarnos.
De la derrota, en fin, podrán salir en el deporte, como en la vida, las mejores crónicas. Pero en el deporte, como en la vida, lo que uno quiere es no caerse; y ganar. Por eso nunca es consuelo hacerlo bien, porque la derrota suele enseñar, pero es el triunfo lo que se saborea. Al final, no hay quien no mande a la mierda el cómo y dé importancia al qué. Por eso es imposible sacar algo positivo de lo pasado entre Real Valladolid y Reus.
Los blanquivioletas fueron un perro persiguiendo coches. Intentaron alcanzarlos; corrieron, hasta ‘ladraron’ y tuvieron alguna que otra intentona –más bien tímida–, pero jamás fueron capaces de llegar a su objetivo, el del gol. No pasó antes de los dos tortazos ni después, aunque, terminado el descanso, recobraron cierto ánimo, siquiera instintivo (como el del perro).
No fue malo el arranque, por más que el tuiterío lo condene. Lo malo fue encajar dos goles seguidos, en los minutos veintiuno y veintitrés, el primero de falta directa, de Vítor Silva, después de una infracción temeraria de Míchel que se acabó cobrando una multa. El segundo, en un rechazo que cayó a Alberto Benito, lejos, pero cerca cuando se dispara con tremenda fuerza. De golpe y porrazo, todo había acabado cuando apenas acababa de empezar.
El entretiempo se recibía entre el gentío como una ocasión perfecta para ser oportunista, dado que habían ascendido las ardillas. Aun alegrándose por el ‘Cebecé’, más de uno pensaría «fucking squirrels, qué momento han escogido para hacerse de oro». Una vez aquellos once a los que Paco Herrera ha confiado su éxito o su fracaso volvieron a saltar al verde pasto solo hubo lugar a seguir tristes, decepcionados.
Edgar Badía y su defensa –la de los otros diez, no solo la línea de zagueros– lo pusieron más difícil de lo que a priori le sería a un soldador en paro el hacerse con el gran premio del televisivo concurso de turno de pregunta-respuesta. Contestaban con una negativa rotunda y burocrática a cada aproximación (que no ya ocasión de gol) del Real Valladolid, que, efectivamente, siempre volvía mañana.
Seguramente hubo quien se pensó que los catalanes provenían de Shelbyville y se volverían a casa con una prima de la mano. Otros (como el autor de esta crónica) preferirán llamarlo dignidad profesional. Una que no se derribó en ningún momento. Los dos tantos de desventaja no eran precisamente un gran estímulo ante un conjunto que encaja poco. Ya lo dijo Paco: hacerlo primero suponía estar muerto. Y el Pucela murió en la mar, sin llegar a avistar la orilla aunque nunca dejase de nadar.
Dos goles desde fuera del área lo dejan momentáneamente fuera de play-off, y lo que es peor, sin depender de sí mismo. La única opción de play-off pasa por mejorar el resultado del Huesca ante un Levante que jugará ante su público su último partido en Segunda. Lo que es la vida; cuán diferentes pudieron haber sido las cosas de haber ganado, con el Cai ya matemáticamente clasificado para la promoción y con el Real Valladolid casi…
Posiblemente la machada no será la mayor gesta jamás contada, pero si se da, será nuestra mayor gesta, al menos en años. Y entonces, ojalá, se demostrará que de la felicidad también brota Literatura. Como la que hizo Jabois poco después de que el Sergio Ramos elevase a los cielos de Cardiff la histórica duodécima Champions League.