El Real Valladolid no conoce la derrota desde la entrada de Espinoza en el once, que propició el nuevo dibujo implementado por Paco Herrera

Con Cristian Espinoza podría aplicarse aquello de llegar y besar el santo de no ser porque en su primer partido con la remera del Real Valladolid apenas jugó cinco minutos y el segundo fue el del topetazo en el Pizjuán. Lo que no se puede negar, refrán al margen, es que al conjunto de Paco Herrera le va mejor desde que entró en el once, ya que con él es más práctico y, al menos por el momento, los resultados están acompañando.
Así lo atestiguan los diez puntos sumados sobre los últimos doce puestos en juego, aunque seguramente merezca tanto o más la pena detenerse en lo otro, en el cambio de dibujo propiciado por su entrada y en las sensaciones que este ha arrojado. Buenas, indudablemente, si se atiende a esos resultados, y diferentes en cuanto a los nuevos matices implementados.
En el apartado defensivo el Pucela ha cambiado con el 4-2-3-1, pasando a ser un equipo más arropado por el doble pivote, novedad que ha traído aparejado este dibujo, y porque ahora defiende mejor por fuera. No solo porque José y Espinoza tengan retorno, que lo tienen, aunque tiendan a quedarse ligeramente descolgados para propiciar una rápida salida tras recuperación, sino también porque los laterales guardan más y mejor la posición.
Como Moyano y Balbi se ven menos exigidos en el plano ofensivo (lo que no quiere decir que no suban; solo que están menos obligados a hacerlo), los rivales amenazan menos sus espaldas o los espacios intermedios entre ellos y los centrales, quienes han ganado en peso en la salida de balón. Si bien ya lo tenían, no es extraño ver que cobran ahora una mayor responsabilidad, ya que Leão no se sitúa siempre entre ellos, como antes, sino que ofrece a menudo una segunda línea de pase, en posición interior pero escorado, igual que Jordán.
Si al portugués era frecuente verle cerca de la defensa, que ahora se haya acercado lo que antes era un interior implica que Míchel, el mediapunta, se tenga que aproximar para fluir con balón, perdiendo una altura. No obstante, ha ganado en espacio, ya que tiene más metros a lo largo porque De Tomás fija centrales y a lo ancho porque los extremos permanecen abiertos.
Esta podría ser una de las principales ventajas del cambio de dibujo de no ser porque el valenciano parece estar atravesando un pequeño bache de forma y, en todo caso, no es es ese tipo de jugador que ataca con contundencia los espacios como sí puede ser Joan Jordán, físicamente más exuberante. No obstante, sí se beneficia de ello en el juego estático o cuando la posesión es menos rápida.
Como sus principales focos de peligro están en las bandas y en Raúl de Tomás, que es percutor, ahora el Real Valladolid fluye más y la ‘soba’ menos, porque es lo que más beneficia al punta, a José y a Espinoza: que se generen situaciones ventajosas o que el ataque pueda explotar. Y, dadas sus características, requieren de un fútbol más vertical para que esto suceda. No es que el Pucela ya no quiera el balón o haya decidido jugar al contragolpe, sino que se proyecta mejor con posesiones más cortas.
Cristian Espinoza lo ha cambiado todo, aunque es evidente que el cambio viene provocado porque el anterior modelo no terminó de surtir el efecto que Herrera deseaba. Y, llegados a este punto, es mejor ser prácticos. Este mismo miércoles reconocía ‘Lucho’ Balbi que antes el equipo probablemente jugaba mejor –entendiendo por mejor más bonito, o más combinativo–, y seguramente tenga razón.
Sucede que a la hora de la verdad hasta el mejor amigo de lo estético es resultadista, por lo que el cambio en (y de) Paco Herrera no es un pecado, como tampoco lo era querer jugar de otro modo. Si la (auto)exigencia es entrar en play-off, y esto es lo que funciona, bendito extremo. Bendito Espinoza.