El postrero gol del canterano da los tres puntos al Real Valladolid, un respiro a Paco Herrera y, quizá, el tiro de gracia a Toril
Hay goles que erizan la piel aunque traigan triunfos que parecen menores. Hay «vamos» gritados y que rompen voces; en fin, celebraciones que significan mucho. Hay goles que valen el peso de quien los marca en oro. Y los hay que se marcan allí donde se deben, en ese Fondo Norte que aún guarda los ecos de gestas como aquel ascenso logrado hace diez años, cada vez más viejas y siempre anheladas. Y que son ‘de niños’ y para niños, como el que hizo José, en homenaje al ‘Júnior’ que está por venir y para mayor respiro de Paco Herrera.
El canterano permitió el resoplido final de muchos –el primero, su entrenador– empujando a la red un balón caído desde la izquierda. Su remate personificó el empujón final de una afición que se mimetizó con su equipo y que, como él, quiso ganar cada vez más y cada vez mejor, hasta hacer que lo único discutible en los unos fueran los pitos a Villar y Becerra y en los errores ya dichosos en uno y otro área.
El reencuentro entre jugadores e hinchada fue el típico de las parejas en las que hay una infidelidad: quien lo sufre muestra el orgullo herido y, después de un ligero titubeo, quien la cometió trata de ganarse la confianza del otro. Así, pronto hubo un gol, pero también un desliz. Al Real Valladolid solo le faltó decir que la tercera persona realmente le gustaba, porque al poco de que Raúl de Tomás marcara el primero la grada se puso de uñas y con razón, porque Borja Valle empató con un golazo, sí, pero que no se debe repetir.
Cabeza gacha, arrepentidos, los blanquivioletas se mostraron timoratos en los minutos siguientes, hasta que poco a poco, agitados sobre todo por Espinoza, se fueron encontrando a gusto y comenzaron a dominar (aunque un poco de aquella manera). Todavía torpes, hasta casi el descanso no se vieron con excesiva confianza y no llevaron demasiado peligro a la puerta de Juan Carlos, aunque se mostraron pujantes a fuerza de incidir en el juego por fuera, como quien sabe cuál es su fuerte y la debilidad del ‘corneado’ e insiste a ver si así hay perdón.
El primer periodo fue anodino hasta el punto de parecer un castigo de los padres a todos aquellos niños que dieron colorido e hicieron ruido en lo que habría sido un preocupante cemento. La monotonía solo la rompió José en los instantes finales, cuando se topó dos veces con el portero. Algún tímido silbido ‘tipo cobra’ hizo ver al equipo que todavía faltaba un puntito. Y es que, tras el duro varapalo, la reconciliación requería de algo más.
No se puede negar que los de Paco Herrera lo pusieron después del descanso. Con el transcurso de los minutos la cosa se fue calentando –en el buen sentido, el del fútbol–, la confianza fue a más y el dominio ya fue claro, al menos de buenas a primeras más que las ocasiones. Solo con otra torpeza propia, un fallo de entendimiento entre Guitián y Becerra, el Elche inquietó.
Míchel, Espinoza, José, De Tomás y Jordán lo intentaron sin tino. Amenazaron siempre, pero, aunque lo merecía, parecía que el Pucela no iba a poder cumplir con lo prometido (o al menos debido), con una victoria que salvaría el pescuezo a Herrera y podría suponer para la ‘relación’ una segunda oportunidad. Hasta que llegó el grito.
Allí donde debe marcar los goles el que juega de local, frente a su hinchada, José remató a la jaula un centro de Balbi que Jaime Mata había acariciado. Y aquello fue como si los barrotes rompieran, como si el animal se desbocase, como si fuera la clave. El «GOOOOOLLL» y los «VAMOOOS» resonaron en todo el estadio como fuegos artificiales en el corazón cuando dos que se querían se vuelven a decir te quiero. ‘El Niño’ se llevó el dedo a la boca y se lo dedicó a su futuro hijo, y a buen seguro más de uno le querría besar (con permiso de Alba, la madre del futuro retoño) para escenificar un «te perdono».
Aunque flaco favor se haría el equipo creyendo que el perdón es definitivo. Flaco favor se haría en confiarse por haber salvado el primer ‘match-ball’. Porque sí, cuajó un buen partido, pero necesitó tener a Herrera jugando con Toril a la ruleta rusa para salvarle y volver a demostrar que cuando se esmera los resultados llegan. Igual que antes del gol muchos se preguntaban «¿y ahora qué?», después del triunfo cabe preguntarse «hacia dónde vamos». Por lo pronto, hacia el próximo derbi con tres puntos más. Que no es poco.