El Real Valladolid demostró que sabe jugar bien y competir, pero también ganar sufriendo

Me pregunto por qué las porciones de Telepizza que venden en el Nuevo José Zorrilla no tienen casi ingredientes. Te dan un trozo de masa con un par de tropezones y pagas por ello pese a que su aspecto te produce la misma sensación de vacío que el Real Valladolid de Miguel Ángel Portugal. No sé si el descanso da hambre y te atreves con cualquier cosa o que, simplemente, nos hemos vuelto conformistas hasta con la comida. Pero no, no voy a reflexionar sobre eso porque he venido aquí a hablar de fútbol. Mal, pero de fútbol.
Salí contento de Zorrilla el pasado lunes –gracias, Tebas–, con la sensación de percibir detalles que invitan a instalar un estado de ilusión en la ciudad. Una notable primera parte, un equipo capaz de practicar buen fútbol, un portero extraordinario y el presentimiento de que este año hay una plantilla que sabrá sufrir y no hincará la rodilla al primer contratiempo.
Diría que se juntaron los ingredientes –de verdad, no como las porciones que Telepizza lleva al estadio– necesarios para aspirar a mucho más que a no hacer ruido durante la temporada. Incluso irrumpió José, que empezó echándole más ganas que fútbol y acabó igualando ambas cosas y sumando un factor tan decisivo como el gol de la victoria. Zorrilla tenía tantas ganas de adorar a alguien de la casa que muchos se pusieron de pie para despedir a un chaval que quiere y puede.
«En la segunda parte se jugó mal», leí en redes sociales. No es cierto. Se trata de una conclusión precipitada que no corresponde, ni de lejos, al contexto que ofrece una primera jornada. Y es que el Valladolid jugó a un ritmo tan alto durante media hora que acabó pagándolo en una segunda mitad en la que se dedicó a parar el partido –¡Por fin el Pucela jugando al otro fútbol!– y gestionar bien los momentos de zozobra.
El juego vistoso y eléctrico se acabó cuando Hierro marcó de cerca a Álex López y los de arriba se quedaron sin gasolina. A partir de ahí, inteligencia, saber sufrir y Becerra, porque no hay equipo en el mundo que se pueda permitir llegar a lo más alto sin un portero de nivel que aparezca en el momento indicado.
Aunque parezca hilarante, fue precisamente lo ocurrido en la segunda parte lo que me invitó a ilusionarme. El equipo de los primeros 45 minutos puede llegar a ser un rodillo por momentos, pero la clave está en que, lejos de ese nivel, también sabe competir. Y en segunda, una división en la que tenemos ya demasiada experiencia, pesa más la competitividad que el buen fútbol.
Me resultó impactante ver la solidaridad y sacrificio de todos y cada uno de los jugadores, incluso los llamados a marcar las diferencias con balón, no sin él. Paco Herrera ha logrado que todos crean en su idea y remen en la dirección que él señala.
Así pues, permitidme soñar, pensar que sí, olvidar el pasado y empujar desde el minuto uno por un objetivo que todavía está lejos en tiempo y números. La mejor forma de llegar a la meta es conocer el camino y querer atravesarlo. El Pucela, al menos en la primera jornada, ha demostrado que su entrenador conoce el camino y sus chicos quieren atravesarlo.