El doble pivote Borja-Tiba conquistó la medular a base de recuperaciones de pelota y de una colocación casi matemática. Luego, Villar voló y azuzó a los 1.500 pucelanos desplazados

La victoria del Real Valladolid en el Tartiere lo reafirma como un sólido candidato a ser el equipo más psicótico del campeonato. No es la forma de ganar o de perder, ni cuando pasa de puntillas por los partidos o arrampla con todo lo que tiene enfrente. Es la manera de resistirse a cruzar la línea que diferencia la soledad del olvidado del recuerdo del que, al menos, lo intentó.
Cuando tiene en su mano rebasarla, se planta con rigidez y decepciona. Cuando parece que se aleja definitivamente, propina un brinco de vida y un «escuchad, que no estoy tan muerto como me pintan aunque no estoy seguro de si quiero estar tan vivo como me demandan«.
La realidad es que los tres puntos conseguidos en Oviedo, gracias a un partido muy serio, lo sitúan, de nuevo, olisqueando la oportunidad del play-off.
Tal vez la vuelva a perder la siguiente semana para recuperarla la posterior, y seguir así tocando el acordeón de sensaciones que suena en el Nuevo José Zorrilla.
El valiente, uno de los valientes, que sobre el césped trató con éxito de no perderse entre las sombras, fue Pedro Tiba. Ya había pasado demasiado tiempo entre la oscuridad y se liberó de ella con el ímpetu de una turba de niños al sonido de la campana del recreo. De esta intensidad –bien entendida– se contagió, prontísimo, el resto del Real Valladolid.
Y a partir de ahí estalló una de las secuencias mejor urdidas por los blanquivioletas, parecida a la que tumbó al Córdoba. Salieron profundos, evitando que el Real Oviedo iniciara cómodo sus acciones ofensivas y propiciando numerosas pérdidas de balón en el centro del campo, donde emergió Tiba. El portugués ayudaba a que la presión iniciada por Rennella y Roger tuviera una continuidad a sus espaldas. Personificó, escoltado por Borja, lo que acercó a los pucelanos a la victoria: intensidad, colocación, robo, esfuerzo y presión.
El Real Valladolid despojaba pronto de la pelota a los azules. Tan pronto que apenas tenían tiempo de cruzar la divisoria. De este modo, iniciaban la transición defensa-ataque en una posición muy ventajosa: sin apenas rivales ovetenses tras balón y con mucho espacio.
La destacada colocación del doble pivote Borja-Tiba constituyó el eje sobre el que fueron desmontando al Real Oviedo y arrinconándolo en sus propias dudas y precipitaciones. Sobre Juan Villar, que firmó su primer triplete en Segunda, se cimentó el resto del encuentro.
A la media hora de partido ya dominaban los castellanos por uno a tres. Desde aquel momento, el Valladolid desistió de ganar a través de la tenencia de pelota –aunque Portugal le atribuyera la clave para vencer–, pero continuó persistiendo en el robo rápido de la misma para alejar al Oviedo del área de Kepa y hacerlo pequeño.
En el segundo tiempo, el cuarto gol de los pucelanos abundó en la desajustada ubicación de los carbayones tanto por bandas como por dentro. Alrededor de la pareja Erice-Michel se levantaban metros de espacios liberados que el Real Valladolid supo explotar con velocidad y vértigo. Figuras como las de Rennella y Mojica fueron adquiriendo más peso en la participación mientras que a los azules sólo lo sostenía Koné.
El delantero costamarfileño representó el único faro que algo iluminaba a los locales. Su segundo gol, en el 67′, precedió al periodo en que el Oviedo atacó con más insistencia a un Valladolid, desde entonces, en repliegue medio. Una altura defensiva que, más que beneficiarlo, lo introdujo en una tesitura de cierto sufrimiento del que solo pudo desprenderse en los últimos 10 minutos.
Después de un partido en el que el centro del campo estableció los pilares para resurgir de nuevo, el Real Valladolid volvió, electrizado por otro acceso de psicosis, a la línea. Que puede cruzar… o no.