Los integrantes de la Peña Azul Olivares esperan con ilusión el partido de este sábado entre el Real Oviedo y el Valladolid; un choque con tintes festivos que será el reencuentro de ambos clubes en Asturias quince años después
Querido lector: antes de comenzar a leer este artículo es preciso que sepa que, si usted no es un aficionado al fútbol, se arriesga a no entender nada.
No se lo tome a mal, pero esto no es una mera cuestión de comprensión. Tampoco es algo que, como si fuera una ecuación, se pueda resolver de un modo racional. Es algo que va más allá. Se trata de sentir. Ya lo dicen los que semana tras semana se dejan la piel animando a su equipo: solo entiende mi locura quien comparte mi pasión.
De una pasión común — ouna locura, como dirían los más escépticos–, nació hace dos años la Peña Azul Olivares. Un grupo de aficionados del Real Oviedo que decidieron hacer de su amor a unos colores una excusa para disfrutar apoyando a su equipo.
Una pasión que se han encargado de difundir los que, cada dos semanas, hacían los kilómetros que fueran necesarios para estar en la grada con los suyos. Como le decía antes, querido lector, es una cuestión de sentimiento.
Un amor que no entiende de distancias
Si continúa leyendo estas líneas, es de justicia que sepa cómo empezó todo. El siete de febrero de 2014 nació la Peña Azul Olivares gracias al tesón de doce personas que querían disfrutar viendo a su Real Oviedo. A pesar de su juventud, actualmente cuentan con 140 socios que comparten el sentimiento oviedista.
Un número de peñistas que además de ir en aumento se caracteriza por su fidelidad, tal y como explica su presidenta María Álvarez. «A los desplazamientos siempre va mucha gente, si es cercano suele haber 35 plazas cubiertas antes de programar el viaje. Además unos cuantos socios siempre van, sea donde sea«, apunta.
El calendario, o quizás el destino, quiso que su debut fuera de casa tuviese por destino Valladolid. El partido de la temporada pasada contra el Promesas fue la excusa perfecta para que la peña decidiese organizar su primer desplazamiento. «Guardamos un recuerdo buenísimo. Fue nuestro primer viaje y aunque el resultado no nos fue favorable lo pasamos muy bien», señala María.
Esta año, como no podía ser de otra manera, la Peña Azul Olivares volvió a estar presente en las gradas del José Zorrilla. «El resultado fue mucho mejor puesto que ganamos, pero es cierto que a Valladolid siempre apetece ir», dice su presidenta.
No es de extrañar que, cuando tienen que elegir cuál ha sido su mejor desplazamiento, la capital del Pisuerga ocupe el lugar de honor. «Es un sitio donde te dan todas las facilidades para sentirte como en casa y eso es de agradecer. ¡Por algo estamos hermanados!«, añade.
Un hermanamiento del que, en esta ocasión, serán testigo las calles de Oviedo. A pesar de que el partido contra el Promesas y el choque en Copa del Rey el pasado mes de septiembre sirvieron como preámbulo, lo cierto es que los integrantes de la peña ya están ansiosos por recibir a sus hermanos pucelanos por todo lo alto. «Esperamos una fiesta de aficiones como la que hubo allí, el ambiente está garantizado. Tenemos amigos de Valladolid que vienen y quedaremos con ellos, por lo menos para tomar unas sidrinas», explica María.
Aunque lo de menos en estos casos suele ser el resultado, la presidenta de la Peña Azul Olivares hizo un pequeño análisis de los dos equipos de cara al reencuentro en tierras asturianas quince años después. «La Segunda División está muy reñida e igualada. Los dos llegan de una derrota: el Oviedo debe ganar para seguir arriba y el Valladolid para poder optar a los puestos altos», afirma. Además, María Álvarez se anima a hacer una porra del resultado. «No me gusta mucho pronosticar, pero creo que será un dos a uno«, aventura.
Un partido que dio lugar a una amistad
Si a estas alturas aún está leyendo este artículo, es posible que una duda ronde por su cabeza. ¿Cómo es posible que se hable de hermanamiento entre dos aficiones que, a simple vista, no tienen nada en común? Pues bien, para explicarlo tenemos que remontarnos a la temporada 1995/96.
A finales de mes de mayo, con la liga en sus últimas jornadas, el Real Valladolid visitaba el antiguo Carlos Tartiere. Los blanquivioletas, entrenados por Cantatore, llegaban a aquel partido con el abismo del descenso demasiado cerca. Por su parte, y a pesar de no haber firmado su mejor año, los carbayones ya estaban salvados.
Lo que se suponía que sería un partido tranquilo se truncó a los pocos minutos de juego. El árbitro del encuentro, el andaluz Japón Sevilla, se convirtió en el protagonista al pitar nada menos que seis penaltis, que favorecieron que el resultado final fuera de tres goles a ocho a favor del Real Valladolid.
Lo que en un momento comenzó por enfadar a la grada terminó por ser el germen de una bonita amistad, de esas que es raro encontrar en el fútbol actual. Una sensación que comparten los aficionados de ambos equipos, que no dudan en señalar ese choque como el nacimiento de aquella hermandas.
Algunos de los socios de la Peña Azul Olivares que vivieron ese partido destacan, por encima de todo, la forma surrealista en la que se desarrolló el partido. «El primer tiempo acabó dos a uno a favor del Oviedo, con los tres goles de penalti aunque ninguno fue claro. En la segunda parte el árbitro comenzó a pitar penaltis injustos y expulsaron a César y a Pedro Alberto. Al Valladolid le salía todo, y cada vez que llegaba era gol o penalti«, recuerda Paco.
Si algo se quedó grabado en la memoria de los espectadores que se congregaron el Tartiere aquella tarde fue, sin lugar a dudas, la actuación arbitral. «El árbitro fue para quejarse. Menos mal que teníamos los deberes hechos y que así ayudábamos al Pucela, porque se hubiera formado una buena», explica Santiago.
A pesar de que el resultado no incidía demasiado en el futuro a corto plazo del Oviedo, los integrantes de la Peña recuerdan como el antiguo Carlos Tartiere fue una olla a presión. «Las vallas sonaban como en las películas de prisiones de alta seguridad«, comenta María. «Cuando el viejo Tartiere se cabreaba, las vallas se cimbreaban como hojas en otoño», añade Santiago. Una situación que recuerda a otra época, a otro fútbol. «La gente sacó sus pañuelos, las almohadillas para sentarse comenzaron a volar…», rememora Iñaki.
Si en algo coinciden todos es en señalar aquella surrealista tarde de mayo como el momento clave para entender el hermanamiento entre ambas hinchadas. «Los aficionados del Oviedo y del Valladolid terminaron fusionándose en la grada. Para mí ese partido fue determinante en la posterior buena relación entre las dos aficiones», sentencia Paco.
Como le decía al principio, querido lector, si usted no es un fiel seguidor del deporte rey es posible que lo que le he contado le siga sonando a chino. Y es que no hay mucho más que explicar: las pasiones, al igual que las amistades, nacen de pequeños detalles.