El Anfield Carro recibe al Real Valladolid convirtiéndose en lo que amenazaba, el fortín de un Lugo superior al conjunto de Rubi durante buena parte del encuentro
El túnel de vestuarios de Zorrilla no tiene demasiada mística. Es de recibo reconocerlo. Es verdad, una foto del Pucela de los récords decora una pared, pero, en fin, le falta ‘eso’. ¿Y qué es eso? Eso que tienen los grandes estadios. Que no es que no lo sea el vallisoletano; ustedes me entienden. La piedra de las escaleras no marca goles, es triste. Nada que ver con la de Anfield, aunque sea esta la más odiosa de las comparaciones (y más para uno del Everton).
Para empezar, en el estadio del Liverpool –aquel que un día fue blue; los Toffees llevamos en el destierro más de un siglo–, después de bajar varios peldaños tienes que volver a subir; brillante metáfora que indica que primero vas al infierno y, más tarde, asciendes al cielo. Y luego está también ese rojo. Y ese cartel, que, lejos de abrirte los brazos, te ‘advierte’: ‘This is Anfield’. Efectivamente, el paraíso, si eres local. Si juegas como visitante, el averno. Porque el YNWA —you’ll never walk alone— eriza el bello, si eres de casa; si no, con perdón de la expresión, acojona.
Para ser sinceros, Anfield solo se parece al Ángel Carro en que Ángel, dicho en alto, se parece a Anfield. ¿Solo? No. Solo no. No por lo menos para aquellos que pasan por el Anxo Carro –dígase así: es nombre propio, la traducción sobra–. Y si no, que se lo pregunten al Real Valladolid, a quien el Lugo dio la bienvenida a Segunda División. Cálida, por decirlo de algún modo. Dura, si lo prefieren.
Aunque Rubi había prometido buen juego y entretenimiento, lo cierto es que poco o nada de eso se pudo ver sobre el verde lucense. Los blanquivioletas, vestidos de verde –azul petróleo para los modernos–, sucumbieron ante el mérito y el tino del conjunto de Quique Setién, que aunque no lleva precisamente cien años en la categoría, sabe de qué va mejor que pocos.
Los gallegos consiguieron su primera victoria de la temporada tras llevas la iniciativa durante buena parte del encuentro. De Coz y Ferreiro (o más bien su técnico, en la lectura previa y sobre la marcha) detectaron que activando la banda derecha podrían hacer daño a la izquierda vallisoletana, donde Peña volvió a sufrir, en soledad si se tiene por compañía a Omar y en mala si el compañero es Rueda.
La parcela central fue, de nuevo, uno de los puntos débiles del Pucela, toda vez que el pacense sufre en el perfil cambiado. No así Valiente –o no tanto–, que fue uno de los mejores del partido por parte visitante. Con todo, la buena presión y las fáciles y buenas conducciones en tres cuartos por parte de los locales llevaron al catalán y a Dani Hernández a emplearse a fondo en varias ocasiones.
El Real Valladolid, sin balón, sufría. No en demasía, pues el Lugo no dispuso de una cuantía excesiva de oportunidades, pero sí más de lo que quiere y debe, pues es un plantel –no ya un equipo– hecho para llevar el peso del encuentro a través de la posesión, que apenas duraba, pues ni Leão estuvo al nivel del debut ni Sastre, como escudero, le ayudó a estarlo.
Con todo, Roger pudo adelantar a los blanquivioletas con un disparo lejano que estuvo cerca de sorprender a José Juan. Fue, con una ocasión posterior de Chus Herrero, la más franca oportunidad de los de Rubi en los noventa minutos. Y eso que tuvieron un rato de mejoría, tras la reanudación, sensación que se volatilizó cuando Carlos Pita envió a la red un trallazo que provino, en segunda jugada, de una falta.
Óscar Díaz consiguió reactivar el ataque (si es que lo había estado anteriormente) a ratos, en la media hora de que dispuso. Sin embargo, de nada sirvió. El Pucela no encontró una sola fisura en el Lugo, que, bien plantado, le mostró de qué va esto como no había podido hacer el Mallorca, también menos hecho a la Segunda.
Anfield Carro fue el año pasado un fortín, en el que no fueron capaces de ganar Eibar, Deportivo y Córdoba, hoy equipos de Primera. Esto no ha hecho más que empezar, y el Lugo – Real Valladolid no fue más que el primer encuentro en casa de los de Setién en la temporada recién comenzada, pero no sería descabellado pensar en que la ciudad va a volver a amurallar su estadio.
Así pues, no hay que volverse locos. Ni hace una semana el Pucela era el Liverpool del inicio liguero del curso pasado ni hoy es el que luego tiró todos los laureles habidos y por haber por el sumidero. La derrota no es más que la bienvenida a la categoría; larga, dura, sufrida. Y nada mejor para olvidarla que, contra el Racing, ya en Ferias demostrar que el Pucela, como los reds, tampoco caminarán nunca solos.