Javier Baraja, santo y seña de lo que debe ser un jugador del Real Valladolid, abandona una entidad a la que estuvo ligada desde su época de benjamín

Sin desmerecer a aquellos jugadores cuya trayectoria en el Real Valladolid es, sino inmaculada, sí extensa y está fuera de toda duda, es difícil encontrar a alguno que sienta tan adentro las banderas blancas y violetas como Javier Baraja. También, difícil hallar una voz en el césped, o en el banquillo, que se sume con tanta sinceridad a otras voces, las que cantan goles y gestas. Será complicado, en fin, encontrar a otro capitán con tanta lucha, afán y entrega, cuya recompensa indudable, en su cabeza, sea la grandeza de su club, de su ciudad.
Si alguien ha luchado en buena lid por el Real Valladolid en los últimos años es ese chaval de Las Delicias que llevaba el ocho a la espalda, como su hermano, ese que pudo ser y, aquí, no fue. Pocos gritarán jamás como él, desde el verde y desde el corazón, la última frase del himno antiguo. Nadie, y que me perdonen aquellos que vayan a recoger su testigo, recogerá el brazalete con tanto orgullo y lo entregará después con tanto honor como aquel del que Baraja hizo gala.
Se hace un nudo marinero en la garganta –y créanme que esto es verdad– solo de pensar cuánto ha sido el capitán en estos años, aun en la sombra, aun en silencio. Generoso siempre, destacaba en cada carrera por ser la viva personificación de la afición. Y si no, basta con recordar su presteza en ir a sacar el saque de esquina que luego anotaría Osorio contra el Real Madrid. O cómo en ese mismo encuentro salió con el ceño fruncido, encarnando en cada carrera el nervio, el latido y la necesidad de muchos.
Llegó, esta temporada, a sentirse poco útil. Y así lo sintió quien escribe, también. Cuando al fútbol le falta juego, se le han de poner piernas y corazón, y él iba sobrado de ambas cosas. Es más, si le dejasen, seguramente seguiría siendo el derroche y el sueño del humilde –en Primera, la salvación; en Segunda, el ascenso–. Pero ya no le dejan. Toca decir adiós. Ahora sí, de verdad.
Entró en el club en edad benjamín, siendo apenas un crío, y se va hecho Valladolid. El hacerse hombre es intrínseco al paso del tiempo, que hoy no perdona, pero que, en sus salidas anteriores, en dirección a Getafe y Málaga, prometió no ser más que un salto, un lapso, jamás una despedida de verdad. Y así fue, porque él luchó porque así fuera, porque su sueño no acabara y la defensa de otros colores fuese efímera como un Erasmus.
Hace un par de temporadas, cuando servidor de ustedes estaba haciendo prácticas en el decano de la información escrita del país, en una sesión un canterano se quejó por tener que correr tanto sin balón. Él le dio una palmadita en la espalda y le aleccionó con que, «para jugar allí» –dijo señalando al estadio–, antes debía «comerse mucho de esto» –y señaló a la tierra que pisaban–.
La anécdota, probablemente, no será la única que haya de aquel y otros veranos, aunque sí es ilustrativa de lo que Javier Baraja era. Como lo es la reacción del público que cayó en la cuenta del reproche que Patrick Ebert le hizo en un partido a principios de curso. O la posterior reprimenda que recibió en el vestuario, mayor si cabe que la que le echaron fuera, aunque fueran menos quienes abroncaban.
El vínculo, la comunión, se rompe con la decisión del club de no ofrecerle continuar en Segunda División, algo que puede no sorprender a algunos, pero que duele a todos o casi todos. Duele porque es el reflejo del paso del tiempo, de esa senda a la que cantaban los Celtas Cortos. Y porque despierta la misma melancolía que la canción, la saudade a la que cantaban los de Valladolid.
Cuando volvamos a Primera –porque volveremos–, el chico humilde de Las Delicias no estará ya en el palco de la Plaza Mayor, afónico y con una bufanda en la cabeza, pero no cabe la menor duda de que, si se lo permite aquello a lo que le lleve la vida, sí estará abajo, en la plaza, entre el público; de que aunque no pueda ganársela en el césped, sentirá esa grandeza como suya.
Por todo esto, y muchas cosas más, gracias, capitán.