La Real Sociedad juguetea, ajusticia y sufre –por este orden– a un Real Valladolid impotente, que lo intentó, pero, de nuevo, dio sensación de no dar para más

Tuvo el Real Valladolid un tramo bueno de juego ante el Rayo. Con Manucho en el campo, alargando el verde, a sabiendas de que, a lo ancho, es inofensivo. O no, porque, contra la Real Sociedad, el empecinamiento de Juan Ignacio de apostar por utilizar a jugadores de banda, cuando lo que generan es la nada, es intentar volar después de amputarse las alas.
En Anoeta, el plan que el técnico pudiera tener pareció abortado desde la base, como si se jugase con un profiláctico puesto. No porque empezase mal la cosa, pues no lo hizo, sino porque el ataque se encontró con un muro de látex, erigido con precaución y miedo. Dicho de otra manera: lo intentó de usted, susurrante, pero no por no molestar –o no solo–, sino porque carece de voz y carácter para gritar «aquí estoy yo».
Como el niño que sale en procesión con el traje de su primera comunión un año después, el Real Valladolid salió de inicio vestido de Djukic, con un afán aparentemente creativo, de hilvanar. Sucede, sin embargo, que el equipo ya no es el mismo. Incluso a pesar de que nueve de los once jugadores que salieron de inicio en Donosti habían vivido la etapa anterior.
Vestidos de almirante, se propusieron tocar, pero no pudieron hacerlo con brío y dieron de sí las costuras, porque no son iguales. Sí por nombres, pero no por condición. Y no porque hayan crecido, pues no ha habido estirón, sino porque han cogido kilos –metafóricamente hablando–. Resultan más pesados, lo que trae como consecuencia que son menos fieros.
Además, se encontraron con una Real tramposa, que te deja hacer, creer que dominas e incluso hacerlo, porque al contragolpe es, después del Atlético de Madrid, quien más a gusto se siente, aun cuando con la posesión del cuero también resultan lustrosos. Es un gato que parece amigo, porque juguetea contigo aunque seas ratón, como si fueras más bien ovillo de lana, pero, cuando te confías, ¡zas!, zarpazo.
Eso se vio con el gol y los minutos restantes previos al descanso. Aunque, antes de seguir, detengámonos en el tanto por un instante.
Rubén Pardo se filtró entre los centrales y los centrocampistas y vio el desmarque de ruptura de Carlos Vela, que se plantó ante Jaime y picó el cuero para marcar. Hasta aquí todo bien. Podría decirse, incluso, que la jugada fue de gran nivel y estética. Un golazo, vamos. Pero, sin quitarles mérito, hay que contextualizar y destacar que la zaga se queda a medias, quiere lanzar el fuera de juego, pero no achica al espacio. Y Álvaro Rubio encargado de la marca del asistente, lo sigue con la mirada.
Sigamos.
Antes del tiempo de asueto, la Real Sociedad mostró las distintas vergüenzas que el Real Valladolid lleva arrastrando durante todo el año. Manejó bien los espacios interiores en cada transición ofensiva, lanzados por un Rubén Pardo que domina el arte de la verticalidad como si en lugar de nacer en el Rincón de Soto lo hubiese hecho en pleno corazón de Liverpool. Por fuera, con un canterano, Zaldúa, puso el foco sobre la debilidad del lado izquierdo. Y sin balón, con poco le bastó para defenderse, puesto que si el repliegue era deficiente, por los huecos habilitados –véase, en el gol– en la zona de tres cuartos, el despliegue no era mucho mejor.
Con todo, puede decirse que no fue el peor primer periodo del curso. De hecho, de haber sido perpetrado en la décima jornada, se podría definir el juego y las intenciones mostradas, al menos, como no malas –aunque tampoco ilusionantes, para qué nos vamos a engañar–.
Y lo que se vio en la reanudación no fue mucho mejor. Jaime, que había frustrado anteriormente varias claras ocasiones realistas, apenas tuvo más trabajo en el resto del partido. El Real Valladolid se rehizo –o algo así– y recobró la posesión. Y, oh, novedad, tiró a puerta. Lo hizo sobre todo Óscar, como ante el Rayo, desacertado y con el kharma oscuro.
Las sensaciones mejoraron, de nuevo; volvieron a ser las de un equipo por terminar de hacer, en sus primeros compases. La Real Sociedad, además, se desmoronó en el apartado físico y, por momentos, se olió el empate, hasta que entró en juego la segunda unidad. De manera sucesiva entraron Valdet y Omar, a pie cambiado ambos, y el empuje que necesitaba el Valladolid se convirtió en un ralentí mortal.
Ninguno de los cuatro jugadores que actuaron como extremos en Anoeta fue útil. El partido, que pedía un delantero, no lo encontró, y los de Jagoba respiraron, por aquello de que, cuando más necesitaba el Valladolid que le saliesen alas, Juan Ignacio erró en los cambios y rehusó a utilizar otra vez a Óscar como lanzador y a introducir otra opción de remate en pos de Dios sabe qué, porque la ineptitud de los dos hombres de refresco no explicó su entrada.
Y en estas murió el partido, con un conjunto, el txuri urdin, que primero jugueteó con su rival, luego lo ajustició con un gol que pudo venir sucedido de varios más y que terminó sufriendo, más por ahogo físico que por las capacidades enemigas. El quiero del Real Valladolid anduvo, de nuevo, a caballo entre el no puedo y el no sé. Y así se pasan las jornadas, y los puntos no llegan. El consuelo, si es que existe, es que hay otros que tampoco pueden ni saben. La pregunta es, ¿cuántos?