El empate frente al Málaga (1-1) ahoga al conjunto blanquivioleta en la zona roja e impulsa a Juan Ignacio Martínez al borde de la destitución
|| Foto: Real Valladolid
Apenas conserva tesón para desprenderse de la responsabilidad, enfermo y depresivo, hueco por dentro. Corazón desgarrado. El Real Valladolid ha obtenido el undécimo empate de la campaña, en La Rosaleda, que lo mantiene en zona de descenso, a tres puntos de un Málaga cuya vitalidad no difiere en exceso de la vallisoletana.
Ambas escuadras atraviesan por un estado de bloqueo psicológico y futbolístico en el que los mecanismos para sacar rendimiento se anquilosan; la desesperación rebrota y acalla los argumentos para volver a creer; y los resultados solo significan meras consecuencias de todo lo anterior.
La obligación del conjunto de Juan Ignacio Martínez para desprenderse, siquiera una semana, de la túnica roja, chocaba con la necesidad de Schuster de demostrar su valía para preservar el inmediato futuro del Málaga, ante una grada que siente en su nuca las flama del peligro.
Los blanquiazules partieron como animales desbocados, devoraron metros al campo y tornaron en verticales sus ofensivas, enviadas por el Real Valladolid a insistentes saques de esquina que inocularon inseguridad en el bloque defensivo pucelano.
Antes del cuarto de hora de partido, un córner derivó en el tanto de cabeza del delantero Roque Santa Cruz, cuya virtud explotó con infortunio en el resto de lances que protagonizó.
Entonces, el Valladolid, apagado y superado, de nuevo, al principio del duelo, intentó soslayar al miedo y se decidió a pisar el campo rival con más constancia, pese a la amenaza dejada por los espacios tras las espaldas de los mediocentros y defensores blanquivioletas. Valdet Rama buscó el desequilibrio en el flanco izquierdo; Rukavina, el envío aéreo destinado a Manucho, punta del ataque, enfrascado en la misión de aturdir a los dos centrales malaguistas y azuzar la inspiración a los jugadores de segunda línea –Guerra y, especialmente, Larsson-.
Los contragolpes del Málaga engrosaban la estadística en los tiros libres desde la esquina y empujaban al Real Valladolid, empeñado en sentirse cómodo en los ataques posicionales, a ejecutar transiciones defensivas en las que, en el primer tiempo, sufrieron varios desajustes resueltos por una defensa pucelana en alerta.
Larsson y Manucho reaniman al Valladolid
El cuadro vallisoletano mantuvo la serenidad con el marcador en contra y equilibró fuerzas, aunque no gozara de disparos entre los palos ni gestara jugadas de verdadero peligro para la zaga blanquiazul. Sin embargo, Rukavina, decidido a servir a Manucho, colgó un centro lateral que el angoleño amortiguó para Larsson, quien batió a Willy Caballero e insufló entereza al Real Valladolid.
En el segundo periodo, los futbolistas dirigidos por Bernd Schuster volvieron incrementar la altura de la presión para segar la salida en estático de los pucelanos y forzar pérdidas. El Pucela, en respuesta, modificó la colocación del bloque defensivo. Más unión, menos espacios entre las líneas, bajo el riesgo de terminar con el suministro de fútbol directo a Manucho.
Mientras tanto, el Málaga, frágil en el último tercio de campo, dominaba el balón en búsqueda de resquicios intangibles en el cielo de La Rosaleda, sabedores de la inconsistencia de la defensa albivioleta para apagar las jugadas aéreas y estratégicas de los adversarios.
Juan Ignacio, que contemplaba a un Valladolid replegado y confiado al contraataque; dio entrada a Óscar, ausente desde el triunfo ante el Villarreal, para favorecer las conducciones en el carril central y suscitar incomodidad a la fase defensiva de un Málaga, que apenas tenía que resoplar en su área dada la inocencia pucelana en ataque.
La autoridad de Óscar, escondida durante un extenso periodo de la temporada, fue recobrando su forma en el verde y se tradujo en un disparo del salmantino al travesaño, al conectar con un centro de Rukavina. Advertencia de un Real Valladolid de latidos lentos y apocados al que Juan Ignacio Martínez intentó sostener, en los diez minutos finales, con la inclusión de Marc Valiente en la zona ancha -por Rubio, lesionado-, junto a Rossi.
Pero, aún, restaba tiempo para que Javi Guerra alterara todo a su alrededor, como la algarabía infantil y aguda de la libertad irreflexiva, cuando recibió una asistencia de Óscar, chutó a portería y provocó una milagrosa parada de Caballero, que desbarató la locura colectiva de la hinchada blanquivioleta, de latidos cansados.