Los blanquivioletas sobrevivieron una hora al torrente ofensivo del Athletic Club. Después, se derrumbaron al encajar cuatro tantos (4-2)
Ni la conjura erradicó la caída. El Real Valladolid soportó su paciente plan durante una hora hasta que el Athletic Club lo acribilló en la segunda mitad con cuatro balas que desmoralizaron a un conjunto que ha vuelto a encajar otra goleada a domicilio. Ahogado por la superioridad de un Athletic hambriento y decidido, al Real Valladolid le cuesta extraer reflexiones positivas de la actuación en el Nuevo San Mamés.
Juan Ignacio Martínez apostó por juntar a tres mediocentros para estorbar la circulación de balón interior de Iturraspe, Herrera y Beñat –quien sustituía al sancionado Mikel Rico-. Sin embargo, Víctor Pérez, escorado en el flanco izquierdo, por delante del lateral Bergdich, transitó durante toda su participación bajo el sometimiento del dúo Iraola-Susaeta, principales artífices de la verticalidad y la ofensiva bilbaína en el primer tiempo.
Bergdich, siempre superado y en inferioridad, no concedía más que problemas al bloque defensivo que, en transición ofensiva, llegó a disponer de cierta facilidad para alcanzar el último tercio de campo durante la primera mitad.
El Real Valladolid, encomendado a los balones que buscaban de manera continuada a Javi Guerra, faro amortiguador del juego directo blanquivioleta, era liderado por un Diego Mariño cuyas paradas avivaron aún más el fuego del Athletic Club, que al mismo tiempo nació en Óscar, máximo goleador del equipo castellano la pasada campaña. El mediapunta culminó un contragolpe conducido por Guerra, uno de los mejores jugadores de los albivioletas en el apartado ofensivo. El primer tanto de la campaña para Óscar, envuelto en controversia porque el salmantino contactó con la pelota en fuera de juego, resucitaba la ilusión por arrancar algo de historia del rápido césped del flamante y británico San Mamés.
El Athletic Club se cuestionaba los motivos que le habían llevado a situarse por debajo en el marcador a pesar del dominio completo e incluso atrevido del encuentro. Porque casi todo lo hacía bien. El balón fluía alegre por el verde, comía metros a la defensa vallisoletana y acudía a los flancos, de forma descarada hacia el defendido por Bergdich y Pérez, ante la muralla central construida por Rubio, Rossi y Ebert –cuyo trabajo defensivo, cerca de Rukavina, fue muy notorio-.
El equipo de Valverde proseguía abriendo el campo y ganando profundidad mediante el juego exterior y los inacabables centros laterales que encendían la alarma en los rostros de los zagueros del Real Valladolid –entre los que Peña sustituía a Rueda-, desbaratados entre una sonora mezcla de resoplidos visitantes y del rumor creciente de la grada rojiblanca, irritada por considerar que el árbitro Estrada Fernández no había pitado un penalti por mano de Bergdich.
Después del análisis en el tiempo de descanso, Juan Ignacio advirtió que Víctor Pérez había sufrido demasiado en las labores de soporte defensivo del lateral izquierdo franco-marroquí y lo sitúo en la banda contraria. No obstante, Pérez permaneció poco tiempo más en el campo ya que fue intercambiado por Larsson, quien se desempeñó como extremo derecho. Ebert, en el lado opuesto, muy centrado en llevar hacia el éxito su furibunda presión, comenzó a marcar a Iraola y Susaeta con la idea de apagar el dominio ofensivo por su zona de acción.
Pero si por algo puede alborozarse Ernesto Valverde es por comprobar que los cachorros de Lezama continúan madurando su rugido, y el de Iba Gómez fue el más sonoro en el segundo periodo. El centrocampista, a banda cambiada, desplegó el arte de su pierna derecha y obtuvo el gol del empate. Una acción que hundió al Real Valladolid, pese a que el tiempo aún no había abandonado al cuadro castellano. Lo hizo poco después.
La inacción del equipo blanquivioleta después del empate legitimó más todavía a un Athletic Club que, a diferencia del primer periodo, convertía en gol lo que antes lamentaba. Así sucedió con un balón centrado hacia el área de Mariño que De Marcos –quien sustituyó a Beñat- cabeceó hacia una remontada que parecía destinada antes de que ésta se corroborara de manera definitiva.
Martínez, consciente de que los minutos habían acelerado su ritmo después de haberle traicionado durante el transcurso previo, dio entrada a Manucho y Rama, como declaración diáfana de que urgía estirar al equipo para desenterrar cauces hacia el empate.
No hubo pálpitos renovados. Aduriz, en fuera de juego, controló un balón caído del cielo, cedió a Ibai y el extremo, con su segundo tanto de la noche, selló otro triunfo más para el conjunto vasco en su nuevo hogar. El ocaso de la goleada permitió a Ander Herrera reafirmar su buena actuación con el cuarto gol, de cabeza; y a Valdet Rama, responder con su primera diana en España, después de finalizar una grata jugada personal en la que ningún defensor rojiblanco pudo frenarlo.
La cuarta derrota consecutiva -con cuatro goles encajados- sufrida por el Real Valladolid fuera del Nuevo José Zorrilla en Liga los mantiene en antepenúltima posición, a tres puntos de la salvación, e inyecta urgencia en las oficinas de Avenida Mundial 82’, cuyas bombillas lucirán en las noches que restan de enero.