El Real Valladolid cae con estrépito en Granada por cuatro goles a cero, fruto de una indolencia manifiesta que invita al cambio

Vaya por delante que quien escribe no quiere asemejarse a Antonio Félix, ese señor que, con más vehemencia que razón –y de esta tenía una poca– faltó al respeto de Real Valladolid y Real Betis Balompié en su crónica del empate de la pasada semana. Pido disculpas también al lector por empezar por el final, y no por el principio, pero es que lo que paso a comentar tiene su aquel.
Al final del partido de Los Cármenes, Carlos Peña pasó por los micrófonos de la televisión de turno y el periodista que obró el canutazo le preguntó si se habían visto él y sus compañeros sorprendidos por la intensidad del Granada. El lateral, sin llegar a reconocerlo, sí dijo que se habían visto superados por el mayor arrojo del rival y, con otras palabras, vino a decir que tuvieron que cambiar de mentalidad de cara a la segunda mitad.
Vaya por delante que estas declaraciones, fuera de contexto, son peligrosas. Que seguramente, con más tiempo para pensar, es posible que la segunda premisa fuera distinta, si bien este humilde escribiente –llámenme raro– es de los que opina que, cuando uno habla con la sangre en plena ebullición, a mil por hora entre cerebro, corazón y lengua, acostumbra a ser más sincero que un borracho o un niño.
Puede matizarse el presunto «cambio de mentalidad» de la manera que se quiera. Puede incluso parecer lógico y entender bienintencionado al lateral, quien, por otra parte, no se escondió ni excusó. Pero, sobre todo, se le ha de cargar de razón en aquello que todos vieron: la primera mitad es de las que invitar a uno a cambiar de ánimo, de ciudad y, si me apuran, hasta de nombre.
Dice mucho del mal hacer de un equipo que un conjunto entrenado por Lucas Alcaraz le supere en fútbol, y no porque no maneje jugadores de calidad, sino porque no es el granadino el adalid del fútbol preciosista. Dice mucho de su mal pensar que le supere en intensidad un plantel de Lucas Alcaraz, que no lleva en esto desde ayer, precisamente, y como ya es sabido, si por algo se caracteriza es por su garra; ergo, lo menos que uno puede hacer es intentar igualarle. Y luego a ver qué pasa.
No se encuentran los de Juan Ignacio Martínez en una situación que invite a la comodidad. Y sin embargo, no se vio atisbo de ganas de revertir su estado en un primer periodo que ya lo hubiera querido para sí Valle-Inclán, que seguro lo habría retratado mejor que cualquier cronista actual. Tampoco nervios, en realidad, lo que pudiera haber servido de excusa de mal pagador. Solo desgana y resbalones, una vez más.
Decía también Carlos Peña, tampoco falto de razón, que esto no puede seguir así, que hay que cambiar; esto ya refiriéndose a la coyuntura actual. Como para no. O se cambia ahora, que hay diecinueve jornadas por delante, o se hará en verano, cuando el fantasma del descenso sea un hecho. Y no es cuestión de ser agorero, sino de decir la verdad (o al menos intentarlo), que para eso viene uno aquí. Jugando como el Real Valladolid lo hizo en Granada, difícilmente competiría por los puestos de privilegio en la durísima Segunda División actual.
Pensará alguno, en fin, que hasta aquí se ha dicho entre poco y nada del partido. Que se ha ido uno por el lado del catastrofismo, enfundado en su camiseta como el mayor de los forofos. Pero no. La bilis uno la descarga en otros lares, que no es este lugar para venir a vomitar. Lo que sucede es que, aunque venga a ser este un lugar en el que se expresan aficionados, y estos deben animar, oiga, no.
El aficionado del Real Valladolid hoy tiene todo el derecho del mundo a criticar el encuentro pertrechado por su equipo. Y los periodistas de turno a hacer correr ríos de tinta y bits, porque no es para menos. Lo sería si se viera un halo de, qué sé yo, esperanza, ganas, lucha y entrega, que dice el himno. Pero, cuando la desidia es la reina, la derrota deja de ser huérfana y pasa a tener tantos padres como hoy se le adjudican en redes sociales.
Es de suponer que hay algún que otro examen de conciencia hecho ya, por aquello de que el primer trimestre en la primaria y la secundaria ya ha pasado.
De no ser así, porque los distintos estamentos del club ya están creciditos, quizá sea hora de aplicar codos, deprisa y corriendo, como los universitarios más vivarachos, para intentar salvar el curso, los unos en los despachos; los otros, sobre el verde.
Llegados a este punto, quizá siga alguien extrañando el relato de alguna jugada. Bueno, está bien. Allá vamos. El central colombiano Jeison Murillo adelantó a los suyos con un gol de chilena, de esos de bandera. A media asta, se podría decir, pues la pasividad defensiva blanquivioleta colaboró con la limpieza del remate. Pero, prosigamos: Diez minutos después, Diego Mariño midió mal en un córner y Recio hizo el segundo, a placer.
En efecto, como el lateral izquierdo del Pucela comentó, el inicio de la segunda parte parecía invitar a la pasión, más que a la reflexión. Aunque, al final, ni una cosa ni la otra. Ni hubo tensión ni al equipo le dio por pensar que alguien les estaba viendo por la tele; a lo sumo igual alguno preguntó al trencilla «oye, ¿y esto cuándo sale?», porque por lo demás…
Y en estas llegó el tercero, tras otro error, esta vez, en la salida de balón. Y luego el cuarto, por juego pasivo en defensa. Y no fueron más vaya usté a saber por qué, porque anda que no estaba barata la goleada. Tan barata que, si uno fuera Javi Guerra, habría probado suerte disparando hacia su propia meta, para ver si los tantos en propia también computan. Si ya total…
Una vez uno, que se va a acostar vehemente y agorero, ha relatado cómo se pergeñó el esperpento intenso, por una cuestión de justicia, uno no puede por menos que destacar un aspecto positivo: peor no se puede jugar. Ni queriendo. Dicho esto, duele decirlo, pero, ahora mismo, este cuento solo puede tener un final.
¿Uno solo? Bueno, en realidad, no. Todavía hay tiempo para evitar la debacle. Pero o las cosas empiezan a cambiar desde mañana mismo o, amigos, el Real Valladolid el próximo curso estará en ‘La B’, me vaya a levantar yo mañana desesperanzado, fontanero, periodista o presidente, que con la que está cayendo, nunca se sabe.